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Así era Arthrobot, el abuelo de los robots cirujanos que se perdió en una mudanza

El Arthrobot era un brazo que con las órdenes del cirujano movía la pierna del paciente

José Manuel Blanco

En el quirófano, con una simple orden de voz del cirujano, el robot hacía que la pierna del paciente girase, subiese o bajase a gusto de aquel, que estaba operando la rodilla. La escena llama la atención, pero lo verdaderamente sorprendente es que tuvo lugar hace más de 30 años: su protagonista, el primer robot cirujano de la historia, se llamaba Arthrobot.

En 1983, James McEwen, un cirujano canadiense inventor de un sistema de torniquete controlado por un microprocesador y director del departamento de Ingeniería Biomédica del Hospital General de Vancouver, sugirió al ingeniero Geof Auchinleck que buscase formas de implicar a los robots en la asistencia sanitaria.

“Comenzamos a construir Arthrobot en 1984”, cuenta Auchinleck a HojaDeRouter.com. En el equipo había, además de este ingeniero, investigadores de la Universidad de Columbia Británica y de su hospital universitario. Para construirlo, contaron con la financiación de un programa gubernamental de investigación, pero la mayoría del dinero vino de empresas de capital riesgo.

El asistente llevó a cabo su primera intervención en aquel hospital de Vancouver “el 12 de marzo de 1985”, recuerda con exactitud su creador más de 32 años después. Le toca compartir puesto de honor entre las operaciones médicas robóticas con una que se hizo dos semanas antes y en la que se utilizó un modelo industrial, el PUMA 200, para hacer una punción en el cerebro de un paciente. Sin embargo, el Arthrobot es el primer robot concebido para cirugías.

Su cometido era subir y bajar la pierna del paciente a voluntad del cirujano, que daba las órdenes con su voz. Como explicaba entonces McEwen, ya no sería necesario tener a una persona sujetando la pierna durante el procedimiento, algo que “puede ser muy fatigoso” si la operación se alarga. “El robot no se cansa y no se aburre”, señalaba.

Desarrollar el control mediante voz fue “un gran reto”. Se aliaron para ello con Toshiba, que ya experimentaba con esta tecnología. “El usuario tenía que entrenarlo, pero era bastante bueno”. En un principio, era la voz del cirujano Brian Day, que también había participado en la concepción original de la idea, la única que reconocía el Arthrobot. Day se colocaba un micrófono en su mascarilla y, tras llamar a la máquina (“¡Robot!”, decía), le daba hasta veinte órdenes diferentes, la mayoría comandos de una sola palabra. Este las repetía y, una vez recibía la confirmación, ejecutaba el movimiento que se le había pedido.

Además de Toshiba, hubo otras empresas niponas que tuvieron un papel en el proyecto. En concreto, los trabajadores de la filial de Bridgestone Corporation habían inventado una tecnología que llamaban 'rubbertuator', un tubo al que se insuflaba aire y se hinchaba. Lo usaron en la parte del robot que iba unida a la pierna del paciente, porque era muy fuerte y permitía una cierta flexibilidad, ideal para hacer girar la pierna.

“Lo usamos más de 250 veces” durante dos años y medio, recuerda Auchinleck, siempre en intervenciones de rodilla y siempre en Canadá. “Estaba constantemente mejorando. Estábamos haciéndole cambios, haciendo nuevas versiones”. El robot se manejaba con dos ordenadores IBM, uno para el brazo y otro para el control de voz.

El cirujano cuya voz guiaba a la máquina, Brian Day, explica a HojaDeRouter.com que no hubo obstáculos para desarrollar y poner en marcha esta máquina: “Simplemente obtuvimos la aprobación ética y usamos el robot”. La polémica llegó cuando algunos medios de comunicación llamaron al invento “robot enfermera de quirófano”.

Rose Murakami, responsable de enfermería del hospital universitario, escribió a Day y McEwen para felicitarles por el “gran logro” del robot y mandarles un recado: que aquello no sería nunca un enfermero o enfermera. “Insinuar que un dispositivo mecánico puede ser equiparable a un enfermero profesional muestra una falta de entendimiento y una devaluación del papel interpretado por los enfermeros durante las operaciones”, se quejaba.

El primer robot cirujano… que no era necesario

Tras 250 intervenciones de rodilla, Arthrobot dejó de operar (nunca mejor dicho). “Nos dimos cuenta de que no estábamos haciendo nada particularmente útil en ese tipo de cirugía: la manipulación del miembro no era un problema importante que solucionar”, admite Auchinleck. Nadie acudió a ellos dispuesto a comprar uno porque “no tenía ningún sentido”. Aun así, “nos gusta sentir que al menos hicimos una contribución a los robots médicos que están funcionando ahora”.

Fue en 1988 cuando dejó los quirófanos. “Para entonces nos convencimos de que no habría mercado para el producto”, recuerda su inventor.“Iba a ser demasiado caro y demasiado complicado. Dejamos de hacer las cirugías y el sistema robótico”. Por su parte, Day coincide en señalar los problemas de costes: “Éramos, como es común en nuevos desarrollos, demasiado adelantados a nuestro tiempo”.

Aun así, Arthrobot fue la base para que Auchinleck comercializase otros productos relacionados con la cirugía que, eso sí, no eran robots: los miembros del equipo médico tenían que moverlos a uno u otro lado del quirófano para trabajar con ellos, como brazos para sostener cámaras o instrumental. Estos ingenios mecánicos, más baratos y sin control mediante voz, servían también para intervenir codos, hombros y, por supuesto, rodillas.

Ahora, Auchinleck se ha apuntado a la moda de los 'wearables': su empresa, Claris Healthcare, está desarrollando una especie de tira de material rígido que se coloca en la rodilla y sirve para recoger datos de cómo los pacientes se están recuperando de una intervención en las articulaciones.

Más de 30 años después de su pionera creación, Auchinleck cree que las máquinas conquistarán los quirófanoslas máquinas conquistarán los quirófanos: “Es inevitable. Hay un montón de áreas en las que los robots cirujanos tienen mucho sentido” y pueden hacer el mismo trabajo que las manos humanas. “Creo que es solo una cuestión de tiempo. Creo que hay valor real en la cirugía robótica, pero aún se necesita un poco más de trabajo”, considera.

Mientras llega ese día, el Arthrobot está en paradero desconocido. Cuenta Auchinleck que el dispositivo original estaba guardado “con un montón de otras cosas viejas” en un centro médico, “pero creo que se perdió durante una mudanza en 2003. No tengo ni idea de dónde está ahora. ¡Deberíamos haberlo conservado!”.

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Las imágenes son propiedad de Geof Auchinleck y Brian Day

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