Champiñones, fantasmas y otros iconos del videojuego toman las calles de Brasil
Brasil, años 80 y 90. Maria Carolina y Luca son dos niños que aún no se conocen pero que están unidos por una misma pasión: los videojuegos. Ellos también soplaron dentro de los cartuchos para 'limpiarlos' y eran “innumerables” las horas que pasaban jugando “hasta que los dedos y los ojos dolían”, anhelando que les regalaran otros nuevos. Ya de adolescente, en las salidas nocturnas siempre les acompañaba una Nintendo 64 guardada en una mochila porque, “en el caso de que nada funcionase”, se marchaban a casa para jugar al Mario Kart.
Con el tiempo, Maria Carolina y Luca (periodista de 29 años ella, productor audiovisual de 27 años él) se conocieron, se enamoraron, siguieron jugando “aunque sea a un juego tonto del móvil”, comenzaron a vivir juntos y plasmaron su pasión conjunta en una muestra artística que cuelga en espacios públicos de algunas de las principales ciudades brasileñas. ¿Su nombre? '8-bitch project'.
Champiñones brasileños
Con presencia en Facebook e Instagram, '8-bitch project' está formado por paneles fabricados con pastillas de vidrio (aunque también han probado otros materiales, como tapones de botella, y están abiertos a nuevas ideas) que crean imágenes ‘ochobitizadas’ y homenajean el mundo de los videojuegos: los fantasmas que persiguen a Pacman, sus colegas que asustan a Mario y Luigi y, cómo no, los champiñones que estos hermanos fontaneros engullían en los plataformas de Nintendo y que ya son todo un símbolo de la cultura pop.
Pero no solo eso: el proyecto también mezcla los ocho bits con los iconos más representativos de la internet actual:
Las creaciones de Luca y Maria Carolina ya pueblan las calles de Río de Janeiro, donde la pareja vive; Belo Horizonte (a 437 kilómetros de Río) y São Paulo. Se diseñaron para el lugar donde se colocan, “como si hubiesen nacido” para él, aunque también puede pasar todo lo contrario: “Encontramos un lugar que nos gusta mucho y pensamos en un personaje para él”.
Así, un novedoso champiñón con traje y el símbolo del dólar por casco saluda al caminante en la avenida Paulista, la principal calle de São Paulo, ubicada en el foco financiero de la ciudad. Mientras, unos Boo decoran (quién mejor que ellos) túneles, callejones o las paredes de un edificio abandonado de Lapa, el bohemio barrio de vida nocturna de Río de Janeiro, y una planta trepadora empieza a escalar un muro cerca del gigantesco jardín botánico de la ciudad.
Pero, además, el proyecto une tecnología y videojuegos con la cultura brasileña. Atención a quién lleva el frutero de la mítica Carmen Miranda:
Sus obras son también reivindicativas: el champiñón que viste el arcoíris en la playa del Arpoador de Río simboliza la diversidad sexual de las personas que se bañan a escasos metros. Mientras, en Belo Horizonte, un compañero porta la bandera de Minas Gerais, estado del que la ciudad del ‘Mineirazo’ es capital.
“El espacio público también es nuestro”
La pareja, seguidora del arte callejero y en concreto de la obra del francés Space Invader (“una especie de Bansky de los mosaicos”), nos cuenta que la idea nace de “las ganas de manifestarnos artísticamente y de transformar el día a día de las personas de la ciudad de forma lúdica y divertida”. Los videojuegos son tan interactivos como la calle, así que estas intervenciones “además de embellecer las calles, son un recordatorio de que el espacio público también es nuestro”.
La elección de los pixelados ocho bits no es baladí: “Escogimos crear obras a partir de píxeles por su simplicidad, capaz de transmitir una belleza visual única que destaca el modo en que la tecnología penetra en la vida moderna”. El arte a través de ellos “crea una especie de identificación inmediata y transciende el estatus de arte nostálgico”, ya que según ellos “puede ser entendido por cualquier persona de cualquier edad”.
Cualquier persona... ¿Cómo han recibido los brasileños esta muestra? “Muchos se detienen para observar, algunas preguntan sobre las obras, otras agradecen”, cuentan. “Esa interacción es una de las cosas que más nos impresionan y que dan ganas de continuar. Siempre regresamos a los lugares y vemos a personas interactuando y disparando fotos con las obras”. Y concluyen: “Sea por estar atrapado en un atasco, corriendo para el trabajo o apenas paseando, queremos que quien se cruce con un 8-bitch se lleve consigo un poco del espíritu divertido y lúdico de la obra”.
La pareja tiene previsto instalar más iconos en la capital, Brasilia, próxima parada de un viaje que los llevará también a Porto Alegre, en el sur del país. En esas ciudades demostrarán, una vez más, que el arte puede ser divertido a la vez que bello. Mientras tanto, seguirán viviendo rodeados de pastillas de vidrio por toda su casa.
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Las imágenes de este artículo son propiedad de 8-bitch project