El antiguo bastión de la izquierda de Honduras asimila la debacle electoral ante la derecha: “Este barrio era nuestro”
La ciudad de Tegucigalpa, capital de Honduras, creció de manera desordenada a lo largo del siglo XX. A medida que su población se multiplicaba, la capital fue expandiéndose sobre las lomas y cerros que la rodean. En las faldas del imponente monte Picacho fueron apareciendo pequeñas viviendas, levantadas en pendientes abruptas con materiales modestos y colores vivos. En estos barrios populares, Libertad y Refundación (Libre) —el partido que la izquierda hondureña fundó tras el golpe de Estado de 2009— forjó los enclaves electorales que le abrirían el camino hacia la presidencia en 2021.
Cuatro años después, la candidatura de Rixi Moncada —cofundadora del partido y exministra de Defensa del actual gobierno de Xiomara Castro— ha quedado reducida al 19,3% de los votos. Una cifra que deja en “shock” a una militancia que confiaba en una victoria de la que han quedado a 20 puntos de diferencia. Libre ha exigido la “nulidad total” de las elecciones al considerar que se celebraron bajo la “injerencia” y “coacción”, pero los resultados preliminares han llevado a la organización a un debate interno para entender qué ha podido fallar.
En el barrio alto de Buenos Aires —bastión donde Libre arrasó en los comicios anteriores— el apoyo al partido se ha desvanecido, quedando superado por los candidatos de la derecha bipartidista: Salvador Nasrrala (Partido Liberal) ha obtenido un 36,2% del voto en esta zona popular; por detrás, Nasry Asfura (Partido Nacional) recabó un 35,5%, y en tercer lugar Rixi Moncada obtuvo un 26,1%. Siete puntos por encima del resultado nacional, pero muy lejos de los resultados de 2021.
“Se supone que este barrio era nuestro, pero bien pronto empezó el recuento y vimos que no”, resume con resignación Jennifer Berrío, vecina del barrio y militante del hasta ahora partido en el Gobierno. “Teníamos muchas expectativas; se prometieron demasiadas cosas que no se pudieron cumplir”, asegura esta vendedora de ropa de 38 años. “Se nos volteó la gente”.
La llegada de Libre al poder generó una ola de esperanza tras el golpe el Estado de 2009 y 12 años ininterrumpidos de gobierno conservador. “Mucha gente tenía expectativas que no se podían cumplir en tan poco tiempo y en un país convulsionado”, dice Pedro Cáceres, jubilado de 78 años. “Yo no me explico por qué Libre supuestamente perdió la elección”, agrega, con resignación.
“Nos faltó tiempo”, explica José Gómez, mecánico de 73 años. “No se pueden ver los resultados de este Gobierno porque, después de 12 años de dictadura, este era un gobierno de transición”, asegura. “Cambiar un país es un proceso muy largo y no se ha podido cumplir todo lo que la gente quería”, razona. “El país venía de un problema de gasto social nulo y de un gobierno de un condenado por narcotráfico”, dice, en referencia al expresidente Juan Orlando Hernández (JOH), sentenciado en Estados Unidos a 45 años de prisión por narcotráfico e indultado por Donald Trump.
El “voto del miedo”
En el comedor Leiba, el número 47 del capitalino Mercado de Dolores, Pedro Cáceres, Jennifer Berrio y José Gómez discuten acaloradamente con otros dos vecinos de la capital. “¿Mano, pero es que no ves lo que pasa en Venezuela?”, replica uno, elevando la voz. “No queremos ñángaras aquí —término hondureño para referirse a los comunistas—, solo traen pobreza y miseria”, grita otro mientras se pone de pie y deja sobre el mostrador su plato de arroz, frijoles, huevo y banano. Gómez niega en silencio con la cabeza, se lleva el teléfono a la oreja y sube el volumen. Suena AC/DC.
Otro factor clave en la derrota de Libre ha sido el llamado “voto del miedo”, alimentado por una campaña especialmente polarizante en la que los candidatos de la oposición acusaban al Gobierno de querer convertir el país “en una dictadura comunista”. El propio presidente estadounidense irrumpió en la recta final. “¿Maduro y sus narcoterroristas se apoderarán de otro país?”, se preguntó Trump, advirtiendo de que Estados Unidos no “malgastaría su dinero” en Honduras si Rixi Moncada resultaba elegida.
“Ya estás con Venezuela otra vez, ¿no estamos hablando de Honduras?”, responde Pedro Cáceres, frunciendo el ceño. “Yo no soy comunista, por ejemplo; más bien soy trabajadora”, replica Jennifer Berrío. “Se nos asocia mucho, y yo creo que sí hubo gente que votó con miedo”, dice la vendedora.
Libre se autodefine como un partido de “socialismo democrático” y, si bien restableció relaciones con Venezuela durante el actual Gobierno, sus principales propuestas de campaña estaban centradas en “democratizar la economía”, con medidas como una nueva ley tributaria para gravar a las grandes fortunas.
Las advertencias de Donald Trump pesan con especial fuerza en Centroamérica, una región donde la cercanía geográfica con Estados Unidos y la profunda dependencia económica vuelven a estos países particularmente vulnerables a cualquier gesto o amenaza procedente de Washington. En EEUU residen más de dos millones de hondureños, muchos de ellos en situación irregular. Las remesas representan cerca del 25% del PIB nacional y la enorme mayoría proceden del país norteamericano. La posibilidad de que se intensifiquen las deportaciones masivas o disminuyan las inversiones estadounidenses parece haber sido un factor decisivo para muchos votantes.
Pese a que durante el Gobierno de Xiomara Castro la economía hondureña ha crecido por encima del 3,5% anual, según datos del Banco Mundial, y la pobreza se ha reducido en 15 puntos —volviendo a niveles prepandemia—, ese avance macroeconómico no se ha traducido con la intensidad deseada en las capas populares. Honduras sigue siendo uno de los 25 países más desiguales del mundo, de acuerdo con el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
Hemos tenido cuatro años de contranarrativa que, al mismo tiempo que invisibilizaba nuestro trabajo, nos demonizaba
“El trabajo sigue siendo un problema, no estamos, pero ¿cuándo hemos estado bien? Siempre hemos sido”, replica Pedro Cáceres con gesto tranquilo a uno de los dos acalorados votantes de la oposición con los que discute en el mercado. “Ha sido un voto de castigo sí. Es verdad que no está bien la situación laboral, pero porque la economía está colapsada de gobiernos pasados”, agrega José Gómez.
Iglesia y televisión
“Los hondureños somos muy influenciables; tenemos mala formación política y espiritual”, asegura Cáceres. Para este votante de Libre desde su fundación, los medios de comunicación y la Iglesia desempeñaron un papel clave en las elecciones del 30 de noviembre. “La mayoría de los medios están en manos de la empresa privada, como en todo el mundo, pero aquí es todavía más intenso”, señala.
Fuentes de Libre que prefieren no identificarse públicamente hasta que concluya el debate interno señalan a elDiario.es que la gestión de la comunicación ha sido uno de los principales lastres del gobierno. “Hemos tenido cuatro años de contranarrativa que, al mismo tiempo que invisibilizaba nuestro trabajo, nos demonizaba”, afirma un cargo medio de la formación. “Pero tampoco reaccionamos a tiempo: no teníamos medios alternativos para contrarrestar ese relato. Enciendes la televisión y encuentras ocho canales hablando mal del Gobierno y apenas dos mostrando nuestro trabajo”. Desde el partido añaden que esta brecha con los medios tradicionales se profundizó después de que, durante el primer año de Ejecutivo de Xiomara Castro, se redujera la publicidad institucional. “Nos faltó comunicación, explicar lo que se ha hecho”, apostillaba el mecánico capitalino Gómez.
Las redes sociales también han jugado un papel determinante. “Llevamos años viendo cómo tiktokers de extrema derecha lanzan puro odio, y nosotros recién empezamos a generar contenido allá”, explica. En Honduras, la edad media de la población es de 25,7 años: un país joven donde las redes sociales se han convertido en uno de los principales espacios de consumo informativo.
Se cree que la religión también ha jugado un papel relevante en estas elecciones. Con la llegada de Libre al poder, varias congregaciones religiosas —católicas y evangélicas— comenzaron a movilizarse contra iniciativas como la reforma educativa, convocando a una “Marcha por la familia y los valores” frente a la “ideología de género”. Las tensiones entre el Gobierno de Libre y las iglesias de Honduras escalaron visiblemente cuando la Conferencia Episcopal de Honduras (CEH) y la Confraternidad Evangélica de Honduras convocaron una “caminata por la paz y la democracia” para el 16 de agosto de 2025, una movilización religiosa que muchos sectores críticos interpretaron como una señal de alineamiento con la oposición. Durante la movilización fueron visibles consignas “contra el comunismo” y lemas contrarios al Gobierno.
Esta dinámica se ha multiplicado en la recta final de la campaña, donde algunos pastores evangélicos convocaron vigilias por la democracia y llamaron al voto por la oposición durante sus rezos. Este posicionamiento religioso cobra peso en un contexto donde la mayoría de la población hondureña se declara cristiana. Según datos recientes, casi la mitad de los hondureños se identifican como evangélicos, mientras que aproximadamente un tercio se autodefine como católico.
Autocrítica
El pasado 9 de marzo se celebraron las elecciones primarias para definir a los candidatos presidenciales de cada partido. En Libre, la oficialista Rixi Moncada —respaldada por la corriente interna M-28J, a la que pertenecen la presidenta Xiomara Castro y el expresidente Manuel Zelaya— obtuvo más de 674.000 votos, mientras que su rival, el diputado Rasel Tomé, consiguió alrededor de 53.000. En total, más de 720.000 sufragios emitidos en la interna del partido.
Libre va a resurgir como el ave Fénix
La cifra contrasta con los 520.000 votos que el CNE otorga a Moncada con el 85% de las actas escrutadas. Un retroceso que alimenta las teorías de fraude que la dirigencia de Libre sigue sosteniendo. Más allá de las irregularidades que el proceso pueda haber registrado, fuentes internas admiten que el partido debe “trabajar para mejorar la democracia interna”. “Fallamos en integrar a otras corrientes en las listas de diputados y alcaldes”, reconocen. “Se privilegió a personas afines por encima de cuadros con mayor conexión con la base, y eso no puede volver a repetirse”, admite un miembro de la formación.
En la misma dirección apunta Berrio. “Hay que pedir responsabilidades, hay gente que no es adecuada para su puesto”, sostiene esta vecina del barrio de Buenos Aires. “Espero que den un paso atrás y se revise lo que no se hizo bien”, dice. “Yo vengo ahorita de la reunión del partido y eso es lo que estábamos pidiendo”.
Pese a que militancia y dirigencia siguen procesando la derrota electoral, se confiesan confiados en poder recuperar el terreno perdido. “Venimos de la calle, de un golpe de Estado y de represión. Ahorita toca ser autocríticos y reorganizarse”, asegura Cáceres. “Libre va a resurgir como el ave Fénix”, afirma sonriendo con rostro sereno. Y señala que la falta de mayorías parlamentarias va a ser un escenario para visibilizar la propuesta política del partido. “Hay que aprovechar la división en el Congreso para mostrar nuestro programa”.
Gómez es incluso más optimista: “En ocho años” estamos gobernando“. La derrota no le desmoraliza y no piensa abandonar el partido. ”Yo voy a continuar en Libre, el bipartidismo se ha repartido el país durante 130 años con cinco golpes de Estado“.
La noche ya ha caído sobre Tegucigalpa y el comedor Leiba es uno de los últimos que permanecen abiertos en el silencioso Mercado de Dolores. Las voces de la discusión se amplifican en los pasillos vacíos, rebotando entre los puestos cerrados. Solo el rock que brota del teléfono de José Gómez corta, por momentos, la acalorada conversación. “Ponme una baleada [plato insignia de la cocina hondureña] y un café para cenar”, pide Cáceres a la dueña del negocio. “Mañana seguimos”, asegura, despidiéndose de sus contertulios antes de encarar las cuestas que conducen a los barrios altos de Tegucigalpa.
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