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Rusia se pregunta qué debe conservar del legado de la Unión Soviética

Varias personas se reúnen para llevar flores a la tumba de Stalin en el 65º aniversario de su muerte.

Agustín Fontenla

Moscú —

En una de las últimas entrevistas televisivas que brindó Vladímir Putin antes de las elecciones presidenciales del domingo, insistió una vez más en que le hubiese gustado poder evitar el colapso de la Unión Soviética. No es la primera vez que lo dice y nunca se ha preocupado por ocultarlo. El presidente ruso cree que su desintegración fue la peor tragedia del siglo XX.

Cuando asumió la presidencia de Rusia, en el año 2000, Putin se mostró dispuesto a colaborar con la Unión Europea y Estados Unidos, pero con el paso de los años empezó a convencerse de que Occidente no tenía intenciones sinceras de dejar atrás la desconfianza. La frustración fue transformándose en una proyección que retomaba el marco histórico de la Guerra Fría: una permanente disputa con Washington.

El último conflicto militar de Europa, la guerra en el sureste de Ucrania, constituye el mejor ejemplo que utiliza el Gobierno ruso para explicar porqué Rusia y Occidente se encuentran actualmente enfrentados. “Es una consecuencia de la política que impulsaron los países occidentales, primordialmente Estados Unidos y los miembros de la OTAN, después del fin de la Guerra Fría. En vez de aprovechar una oportunidad histórica y formar una verdadera seguridad paneuropea y una cooperación estructural, optaron por la expansión de la OTAN”, afirmó recientemente el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov.

La guerra del Donbás fue simplemente la última evidencia. Putin ya se había convencido varios años atrás de que Occidente no estaba dispuesto a colaborar y que era preciso fortalecer a Rusia. En la última década redobló los esfuerzos para modernizar las Fuerzas Armadas y elevar el perfil de Moscú como un actor protagónico en los asuntos internacionales.

Cuando realizó el discurso del estado de la nación ante la Asamblea Federal, Putin delineó la imagen más concreta de la Rusia que aspira a transformar en las próximas décadas. Una potencia de vanguardia tecnológica y militar, que sea considerada seriamente, tal como sucedía con la URSS. Nada de “potencia regional”, como sugirió con desdén el expresidente de Estados Unidos, Barack Obama, durante una cumbre de Seguridad Nuclear en el 2014.

“Es difícil hablar de esto”

El discurso nostálgico de Putin por la URSS se refleja permanentemente en los medios de comunicación estatales. Sin embargo, en las calles de Moscú, los jóvenes no se interesan por lo que sucedió durante el régimen comunista, y a los adultos les cuesta referirse al tema. Cuando se les pregunta si durante la URSS se temía más una confrontación con Estados Unidos que en la actualidad, suspiran profundamente, se quedan en silencio unos segundos y luego dicen: “Es difícil hablar de esto”.

Vladímir Sujoi, enviado especial en Estados Unidos del periódico ruso Pravda durante el primer mandato de Ronald Reagan, y corresponsal en ese país desde 1987 hasta 1991, recuerda que el presidente republicano “era muy agresivo” durante los primeros años.

Al comienzo de su mandato, Reagan culpó a la URSS de sofocar una movilización opositora contra el Gobierno comunista de Polonia, y como respuesta, aplicó una larga lista de sanciones que incluyó desde limitar el acceso al crédito y prohibir la venta de equipamiento tecnológico y de la industria petrolera, hasta medidas más simbólicas, como cancelar los derechos de aterrizaje de la aerolínea de bandera soviética, Aeroflot, que realizaba dos vuelos semanales entre Estados Unidos y la URSS.

“Eran tiempos muy peligrosos, los ciudadanos estadounidenses pensaban que la URSS podría empezar una guerra nuclear”, dice Sujoi. Para ilustrarlo, recuerda cuando el presidente Reagan dijo bromeando que “empezarían a bombardear la URSS en cinco minutos” en una prueba de sonido para una intervención en la radio. Los oyentes no lo escucharon, pero el comentario se filtró a la prensa, y en la Unión Soviética lo tomaron con seriedad.

Los años de la perestroika

La situación cambió drásticamente con la llegada de Mijaíl Gorbachov. Sujoi recuerda la primera visita del último líder soviético a Washington (1987), cuando firmó el histórico Tratado que limitó y estableció pautas para regular el arsenal nuclear de las dos potencias. “Gorbachov detuvo el coche y se bajó en medio de la calle y la gente se acercó entusiasmada. Querían hablar con él”.

Después de décadas de confrontación, “los dos países entendieron la importancia de la ”mutua seguridad“, afirma. ”Nadie se imaginaba que en unos años caería el muro de Berlín“, y que posteriormente la URSS se desintegraría.

Arkady Romanov, un piloto militar retirado después de más de treinta años de servicio en la URSS, recuerda los años de la perestroika como un período de distensión, en el que sobrevolaba la idea de que la “Guerra Fría se iba a terminar pronto”. Además, señala, “aún regía el Pacto de Varsovia, que nos protegía de algún modo”.

Le preocupa más el presente. “Ahora Estados Unidos está rodeándonos con sus bases militares, en Polonia, en Rumanía, el escudo antimisiles”, dice mientras su esposa reafirma sus comentarios. Una preocupación que comparte Yuri Bogatov, otro veterano militar que perdió dos familiares en la Segunda Guerra Mundial. “Fíjese que hay muchas bases estadounidenses en el mundo”, dice impaciente. “Estados Unidos no quiere una Rusia fuerte para poder ser el gendarme mundial”.

Sujoi pone el acento en el último discurso de Putin en la Asamblea Federal. Le parece peligroso que el presidente ruso diga que Rusia es fuerte, y deben escucharla. “Es una pena que regresemos a la política de disuasión de la Guerra Fría”, dice. “Sería bueno que los dos países, conscientes de su poderío nuclear, buscaran nuevas vías para relacionarse pacíficamente”.

Recuerda con nostalgia el acuerdo de 1993 entre las dos superpotencias, firmado por George Bush y Borís Yeltsin, que le afectó de forma particular. “El acuerdo de Open Lands (tierras abiertas), fue un mensaje muy importante: por fin los periodistas y empresarios estadounidenses podían viajar por Rusia sin pedir permiso, igual que nosotros podíamos viajar a Estados Unidos sin avisar previamente”.

La cancelación de esas restricciones fue uno de los últimos vestigios que sobrevivió a la caída de la URSS y el fin de la Guerra Fría. Sin embargo, aquellos años de distensión quedaron atrás. Con las expulsiones mutuas de diplomáticos que surgieron a raíz de la supuesta injerencia rusa en las elecciones que encumbraron a Donald Trump, las oficinas consulares en Rusia no cuentan con personal para procesar la demanda de visados estadounidenses por parte de ciudadanos rusos. Los que no pueden esperar durante meses, viajan a realizarlo a países vecinos como Armenia.

Mijaíl Filipov (no acepta revelar su verdadero nombre), un pensionista que trabajó como director de un comercio antes de la caída de la URSS, se niega a responder sobre las diferencias entre aquellos años y el presente respecto al vínculo con Estados Unidos. “Por supuesto es una pregunta interesante”, dice, pero se queda en silencio.

Al final, acepta hacer un comentario. “Cuando vivíamos en la URSS, estábamos tranquilos porque nos tenían miedo. Ahora nadie se preocupa por nosotros”, concluye con una mueca sarcástica.

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