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Los ciudadanos griegos no ven la luz al final del túnel

El porcentaje de griegos en riesgo de pobreza se situó en el 35,6 % en 2016

Helena Smith

“Ya hemos dejado atrás las peores etapas de la crisis”. Panaghiota Mourtidou, la jovial fundadora de un grupo de voluntarios, le ha dado muchas vueltas a esta afirmación, pronunciada días atrás por el primer ministro griego. Aunque ya han pasado unos días desde que Alexis Tsipras considerara oportuno hacer estas declaraciones, la voluntaria sigue mostrando su desconcierto. “Es obvio que los políticos no conocen la realidad de la calle –afirma–, porque lo cierto es que la situación no podría ser peor”.

Han pasado cuatro años desde que the Guardian habló por primera vez con Mourtidou. En esa ocasión, preparaba paquetes de comida en el Club Solidario donde ella y otros ciudadanos concienciados ayudaban como voluntarios. Se ponían delante de la sede local del Partido Syriza. Por aquel entonces, la voluntaria, votante de izquierdas, creía que Tsipras y Syriza, un partido que era considerado radical, eran los únicos que podían salvar Grecia y evitar el colapso económico.

Tsipras prometió poner fin a las medidas de austeridad. Su puño en alto y su discurso apasionado consiguieron conectar con el sentimiento de justicia de la mujer. En el verano de 2013, cuando faltaban casi 18 meses para que ganara las elecciones, el político era “la gran esperanza, la gran promesa de un futuro mejor”.

Sin embargo, el cambio radical de Tsipras y el hecho de que haya impulsado algunos de los recortes presupuestarios más drásticos desde el inicio de la crisis griega, así como el hecho de que haya subido los impuestos, han fulminado las esperanzas que Mourtidou había depositado en él. Ahora, el Club Solidario ya no tiene su sede delante de la sede de Syriza sino en un local que había sido un supermercado. Y el estado de ánimo de ella oscila entre la decepción y la rabia. “¿Cómo se supone que alguien puede sobrevivir con un salario mínimo de 490 euros y pagar semejantes impuestos?”, pregunta mientras apila paquetes de arroz, pasta y legumbres. Todos los días proporciona alimentos a personas necesitadas. “En estos momentos, 51 familias dependen de nosotros y muchas están desesperadas. De acuerdo, Grecia ha conseguido evitar la quiebra y ha mejorado su relación con los mercados pero ¿podría ser que este proceso haya dejado a muchos ciudadanos en la más absoluta de las bancarrotas?”.

Con sus muebles de llamativos colores, su política de puertas abiertas y un lema del filósofo William James sobre la importancia de ayudar a los demás, el Club Solidario es una muestra de la resistencia de los griegos cuando están bajo presión. La crisis de la deuda griega, con la consiguiente deflación interna para evitar la salida del euro y muchas medidas de austeridad, ha entrado en su octavo año. El Club Solidario tiene su sede en uno de los distritos sacudidos por la crisis. No se trata de uno de los barrios más pobres de Atenas, uno de esos barrios donde los vecinos siempre han tenido problemas para llevar un plato de comida a la mesa. Esta organización de voluntarios tiene su sede en Koukaki, un barrio donde viven aquellos que quieren estar cerca de la Acrópolis pero que no se pueden permitir un vivienda cerca de la avenida que la rodea.

El drama de las pensiones

Chryssa Christodoulaki y su marido Anestis viven en Koukaki desde hace casi cincuenta años. Con la llegada de la crisis y la subida de impuestos, ella se vio obligada a cerrar su peluquería. Esta peluquera, formada en Francia, había cotizado a la seguridad social durante 45 años y su pensión tenía que garantizarle unos ingresos más que decentes. “En un inicio, mi pensión de jubilación tenía que ser de 1.750 euros al mes”, explica. Los recortes presupuestarios hicieron que esta cifra bajara. “La pensión pasó a ser de 1.430 euros mensuales y ahora es de 960 euros mensuales”, lamenta: “Anestis también ha sufrido las consecuencias de la crisis. Siempre trabajó para una empresa y tampoco percibe la jubilación que esperaba”.

Es difícil verbalizar lo ocurrido. Grecia se vio sacudida por una dictadura militar y la vida de los griegos mejoró con la llegada de una democracia que se ha consolidado durante 43 años. Ahora, Chryssa Christodoulaki y su marido ya no están seguros de pertenecer a la clase media. Su sueño de vivir en Creta tras su jubilación se ha desvanecido. Muy probablemente tengan que seguir trabajando.

“A menudo hablamos sobre nuestra situación”, explica la mujer, de 68 años, que sigue peinando a clientas para poder llegar a fin de mes. “Se supone que la clase media tiene una vida confortable. Nosotros nos hemos empobrecido y tenemos hijos adultos que no encuentran trabajo, que no quieren irse del país y que dependen de nosotros. Es la peor parte; una generación entera que solo ha conocido la crisis y que tal vez nunca encuentre un trabajo y no pueda formar una familia o construir una vida”.

Como muchas otras ciudades, Atenas ha sufrido los peores efectos de una crisis que ha hecho que el rendimiento económico del país disminuyera en un 26%. Según un estudio del thinktank DiaNeosis, en 2015 los ingresos del 15% de la población, es decir, de 1.647.703 personas, se situaron por debajo del umbral de la extrema pobreza, en comparación con el 2,2% registrado en el año 2009. Durante ese mismo periodo, según el Banco de Grecia, los hogares griegos vieron cómo el valor de su patrimonio disminuía un 40%. El desempleo, el efecto más pernicioso de las medidas de austeridad, es del 22%; el más alto de la Unión Europea, a pesar de que en los dos últimos años ha bajado un 5%.

Lo peor ya ha pasado, es cierto

Aunque si hablamos de ajuste fiscal es cierto que lo peor ya ha pasado, son pocos los que creen que Grecia podrá evitar un cuarto rescate. Probablemente no consiga evitarlo aunque haya recuperado el acceso a los mercados cuando el programa auspiciado por la UE y el FMI termine en agosto del año próximo.

“Resulta difícil imaginar que el país pueda recuperar el control de la situación y conseguir la suma de dinero necesaria para refinanciar su deuda”, indica Kyriakos Pierrakakis, director de investigación en DiaNeosis: “Muy probablemente necesitará una nueva línea de crédito, un rescate, y este llegará acompañado de nuevas condiciones”.

En este contexto, resulta difícil creer al gobierno cuando asegura que el país se está recuperando. La afirmación de Tsipras se basa en el hecho de que Grecia ha podido cumplir con los pagos del mes de julio gracias a que la semana pasada el Eurogrupo alcanzó un acuerdo para desbloquear 8.500 millones de euros tras lograr un acuerdo para cerrar la segunda revisión del rescate.

“Los griegos no vemos la luz al final del túnel”, afirma Christodoulaki: “Ya no creemos nada que no podamos ver con nuestros propios ojos”.

Al sur de la capital, en la localidad de Kaisariani, un feudo del Partido Comunista, las autoridades locales se preparan para el invierno. En el Ayuntamiento, un gigantesco edificio de cemento que fue construido en la década de los sesenta, el departamento de servicios sociales ha preparado eventos para recaudar fondos, como conciertos y obras de teatro, para comprar alimentos. Hasta ahora eran los supermercados y los colmados de la localidad los que donaban comida a los más necesitados pero se han visto superados por la situación. “La cifra de personas que necesitan comida se ha multiplicado”, explica Marilena Christodoulou. En una pared de su despacho ha colgado un letrero con el lema “la pobreza no es un delito”.

“La crisis ha sido tan prolongada que los que podían ayudar en un inicio ahora ya no pueden. Tenemos registradas a 367 personas en situación de extrema pobreza y vemos como esta cifra crece a diario”.

El empobrecimiento de los ciudadanos ha provocado pesimismo pero también olas de solidaridad. En Keraneikos, al otro lado de la Acrópolis, el padre Ignatios, de la Iglesia Ortodoxa, dirige el Centro Galini, que en un inicio servía “sopas” pero que en la actualidad proporciona refugio a las personas sin techo, asistencia dental gratuita y grupos de estudio para los niños.

Los “pobres invisibles”

Los usuarios del centro son “pobres invisibles”; personas que todavía tienen una casa pero que están desempleadas o tienen deudas y ya no pueden pagar sus facturas. “Muchos de ellos son personas de clase media que no quieren que se sepa que están en esta situación porque están avergonzadas”, lamenta. “La situación está empeorando, necesitamos ayuda, mucha más ayuda”.

Desde el inicio de la crisis, los voluntarios que trabajan con el Padre Ignatios han cocinado diariamente para 350 personas. Sin embargo, cada vez son más los que llaman a las puertas del centro y cada vez tienen más dependencia económica de la conocida organización de distribución de alimentos Boroume.

Fundada por Xenia Papastavrou en 2011, esta organización humanitaria ha proporcionado 14 millones de raciones de comida. Aunque ha tenido un éxito sin precedentes, Papastavrou asegura que sus voluntarios no pueden bajar la guardia. Han pasado cuatro años desde que the Guardian la entrevistó por última vez, y desde entonces la crisis se ha transformado en un gran monstruo que ha atacado de forma cruel e inaudita a los griegos de clase media.

“Esta crisis ha tenido varias etapas”, indica Papastavrou, que ahora dirige la iniciativa Giving for Greece de la Fundación Bodossaki. “Cada etapa ha representado un nuevo reto para la sociedad y este reto solo puede ser abordado si la iglesia, el gobierno y el sector privado colaboran para que los recursos no se pierdan por el camino, lleguen a las personas que más lo necesitan y los grupos solidarios tengan el mayor impacto posible”.

El gobierno de Syriza presume de haber ayudado a los más afectados por la crisis. Les ha proporcionado cupones de alimentos y ayudas para el pago del alquiler y comidas escolares gratuitas. También ha garantizado la atención sanitaria gratuita a 2,5 millones de personas que carecían de un seguro médico.

“Para los más pobres entre los pobres, la llegada de Syriza al poder ha sido beneficiosa”, indica Mourtidou. “Sin embargo, no ha hecho lo que quería la gran mayoría de griegos y esto es muy peligroso. En un inicio, Tsipras supo calmar a los ciudadanos. Ahora, ya no hay otro Tsipras que nos pueda prometer un mundo mejor y me da miedo que la tierra empiece a temblar. La extrema derecha podría ser la siguiente alternativa”.

No es la única que lo piensa. Los griegos han hecho frente a la crisis con una actitud resistente pero impera la incertidumbre. En este contexto de ira y decepción, a muchos les preocupa que la crisis de lugar a nuevos monstruos.

“La incertidumbre ha pasado a ser normal”, señala el profesor de psicología Fotini Tsalikoglou: “podría degenerar en apatía, violencia, más incertidumbre…todavía no lo sabemos”.

Traducido por Emma Reverter

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