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The Guardian en español

La diferencia entre ser rico o ser pobre cuando llega un huracán a Estados Unidos

Calles inundadas en Wilmington, Carolina del Norte, Estados Unidos.

Adam Gabbatt / Oliver Laughland

Lumberton / Jacksonville —

El domingo pasado, en el centro de la localidad de Lumberton, destacaban seis siluetas en medio de agentes uniformados, luces parpadeantes y lanchas. Sin automóvil y, al parecer, sin ayuda de las autoridades, tuvieron que andar unos 2,5 kilómetros para llegar hasta el refugio para evacuados.

El huracán Florence ha golpeado duramente Lumberton, como también las ciudades costeras de Wilmington y Jacksonville. Hace dos años, tras el paso del huracán Matthew, el río Lumber también se inundó y cientos de personas perdieron sus hogares. Más de un tercio de la población de Lumberton vive por debajo del umbral de la pobreza y, como ya ocurrió en el caso del huracán Matthew, es probable que ahora las inundaciones afecten gravemente a las zonas donde viven las personas con menos recursos.

Con las inundaciones de hace dos años, las comunidades más pobres fueron las más afectadas. El sur y el oeste de Lumberton, donde se encuentran la mayoría de las viviendas más humildes, está a menos altura que las zonas más prósperas, situadas en el centro y en el norte.

Carmichael y su familia tienen la amarga sensación de que la historia reciente se repite. Su apartamento, situado a un tiro de piedra del río, ya se inundó en 2016. De hecho, sus hijos todavía están traumatizados por la experiencia.

“No quieren volver a pasar por lo mismo. Ahora están bien, pero ayer pasaron mucho miedo durante la noche porque el agua había subido”, indica Carmichael mientras la lluvia sigue cayendo sin parar y ve cómo su familia ha quedado empapada. “Tenemos que volver a dejar nuestra casa porque la presa cederá y nos volveremos a inundar”.

Tyrin, de siete años, y Tyler, de cinco, caminan al lado de sus padres mientras que Tyree, de tres, viaja sentado en el carrito de la compra. Chance, de cuatro años, ajena a la amenaza que se avecina, duerme en el cochecito mientras la familia hace esfuerzos por avanzar.

Carmichael tiene la sensación de que las autoridades no han hecho lo suficiente para evitar que el río inunde los barrios más pobres. “Nos presentan como a los pobres. Si somos tan pobres, entonces qué sentido tiene que nuestras casas queden expuestas una y otra vez. Otras personas tienen suficiente dinero para reparar sus casas, pero nosotros no”.

“Si no hay colegio, no tendrán qué comer”

Unos 160 kilómetros al noreste, la ciudad de Goldboro, que se extiende a ambos lados del río Neuse, también se prepara para las inundaciones. Al igual que Lumberton, la ciudad se inundó en 2016. El 25% de los lugareños vive por debajo del umbral de pobreza.

En la iglesia cristiana de Greenleaf, los voluntarios se organizan para preparar cientos de comidas para niños que probablemente no puedan ir a clase durante días.

“La mayoría de los niños de esta zona come gratis o a precio reducido”, explica el voluntario John Barnes. “Muchas veces solo comen en la escuela. Si no hay escuela, algunos no tendrán nada que comer”.

En Greenleaf vive William Barber, un referente nacional en la lucha por los derechos civiles. Ha tenido que salir de la ciudad durante unos días para sacar de allí a su madre, de avanzada edad.

Por teléfono, Barber señala que el paso de Florence debería servir para generar un debate en torno al racismo estructural y las desigualdades económicas del estado.

“Los huracanes han sido especialmente crueles en los condados con un mayor porcentaje de población pobre y negra. Pese a ello, no se han impulsado medidas para mejorar la infraestructura y mitigar los daños de futuras tormentas”.

En Goldsboro y Lumberton viven muchos afroamericanos. Además, allí se encuentra uno de los muchos vertederos de cenizas de carbón de Carolina del Norte que, durante desastres naturales anteriores, han filtrado niveles potencialmente peligrosos de mercurio, arsénico y plomo a las fuentes de agua dulce de la región.

“Hablamos de racismo cuando se da una situación como la de Charlottesville o cuando la actriz Roseanne Barr dice algo estúpido, pero ¿por qué no miramos la localización de estos vertederos de cenizas de carbón que se desbordan cuando se produce un desastre natural y hablamos de racismo y clasismo?”, pregunta Barber.

“¿E impedir que algunos voten o manipular los resultados en los estados del sur no es racismo y clasismo? Los políticos que ganan las elecciones impulsan medidas que niegan el acceso a la sanidad de las comunidades más pobres, algo que es clave tras un desastre”.

Después de que la Administración Trump declarase Carolina del Norte como zona catastrófica, el estado recibió millones de dólares, pero no ha ampliado la cobertura de Medicaid, el programa federal de asistencia sanitaria para los estadounidenses con menos recursos. Esta ampliación era clave en la reforma sanitaria que impulsó Obama.

Mientras tanto, las carreteras que llevan hasta el litoral de Carolina del Norte, una zona azotada por los vientos huracanados de Florence y empapada por las lluvias anteriores a la tormenta, están parcialmente inundadas. Algunas casas afectadas, y cuyos ocupantes han sido evacuados, han perdido los tejados, y el domingo todavía estaban inundadas. También han quedado medio cubiertas por el agua las lápidas de un cementerio situado al lado de la carretera.

Votantes de Trump

La ciudad de Jacksonville aún está parcialmente inundada, pero el agua ha bajado y ya no está incomunicada. En esta ciudad, el 10% de la población vive por debajo del nivel de pobreza. Por su parte, los residentes de la pudiente zona de Bayview Drive tomaron medidas, como utilizar kayaks y botas de pescador, para poder acceder a sus hogares.

Art Ferreiro, un marine retirado de 43 años que remaba por el barrio, alertó a The Guardian sobre la presencia de serpientes y caimanes en el agua. “Nunca hasta ahora habíamos tenido una inundación de esta magnitud”, afirmó. “Las tormentas son cada vez peores y creo que tiene que ver con lo que le estamos haciendo al medio ambiente, que está causando muchos cambios”, añadió mientras observa la llegada de Florence y mientras se inundaba su garaje.

Como la gran mayoría de los residentes de los condados de Carolina del Norte situados en el litoral, Ferreiro votó a Donald Trump en las presidenciales de 2016. El presidente, que ha afirmado que el cambio climático no es más que un “bulo” y ha dejado sin efecto muchas de las medidas que había impulsado Obama para luchar contra el cambio climático, no ha mencionado el medio ambiente en sus declaraciones sobre Florence.

A pesar de creer que el cambio climático hace que los huracanes sean cada vez más potentes, una opinión que respaldan varios estudios, Ferreiro sigue apoyando a Trump. “Voto a Trump”, confiesa. “Desconozco su opinión en torno al cambio climático. Me preocupa más la situación económica y mantenerme a flote, literalmente”, añade.

Muchos lugareños se negaron a expresar sus opiniones sobre el cambio climático y sobre Trump. No fue el caso de Bishop Barber: “Las tormentas seguirán llamando a nuestra puerta. Estamos en una zona de huracanes. A más calentamiento global, más potentes y más imprevisibles serán las tormentas. Vamos a quedar inundados una y otra vez”.

El lunes, Carmichael, Hargrove y los niños ya habían sido evacuados del refugio. El río Lumber se había desbordado, la presa había cedido y el centro de la ciudad tenía riesgo de inundación. Las familias fueron transportadas en autobús hasta Pembroke, situada a unos 20 kilómetros al oeste.

Según Carmichael, el nuevo refugio estaba abarrotado, pero los niños pudieron dormir en una cama (aunque tuvieron que compartir dos cunas pequeñas entre cuatro). No tiene forma de saber si su casa había quedado totalmente inundada ni tampoco cuándo podrá volver. Ha contactado con la Agencia Federal de Gestión de Emergencias y le han prometido una habitación de hotel.

“Con un poco de suerte en un par de días nos darán una habitación”, explica por teléfono: “Solo tenemos que esperar”.

Traducido por Emma Reverter

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