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ENTREVISTA
Adar Poonawalla

El director del Serum Institute, el mayor fabricante de vacunas anti-COVID: “Tardaríamos entre dos y tres meses en producir una nueva vacuna contra las variantes”

Adar Poonawalla, director ejecutivo del Serum Institute de India. Foto: Serum Institute de India.

Laura Spinney

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Adar Poonawalla, de 40 años, es el director ejecutivo del Serum Institute de India (SII). Esta empresa familiar con sede en la ciudad india de Pune se ha convertido en el fabricante que más dosis de la vacuna contra la COVID-19 está produciendo del mundo.

De su línea de producción ya está saliendo la vacuna de Oxford/AstraZeneca, pero también tiene contratos con Novavax, Codagenix y SpyBiotech, otros tres desarrolladores con candidatas en marcha.

¿Alguna vez imaginó que fabricaría vacunas para una pandemia global?

Nadie desea una pandemia, pero casi se puede decir que fuimos creados para una. Producimos 1.500 millones de dosis de vacunas al año para unos 170 países de ingresos bajos y medios. Es cierto que nunca imaginamos que el mundo entero dependiera tanto de nosotros, pero nadie más tiene la capacidad que tenemos nosotros para ampliar la producción.

¿Qué ha significado, en términos prácticos, esa ampliación de la capacidad productiva?

En marzo nos comprometimos con la fabricación de la vacuna para la COVID-19. Corríamos un riesgo enorme porque nadie sabía entonces si alguna vacuna iba a funcionar o no. De los 800 millones de dólares (663 millones de euros) que necesitábamos, pusimos 270 (224) de nuestro bolsillo y el resto lo recaudamos entre la Fundación Gates y varios países.

Dedicamos unos 1.000 empleados al programa y aplazamos durante dos o tres años los lanzamientos de productos previstos para 2020 para poder usar las instalaciones que se les habían asignado. Luego fue cuestión de equipar y validar esas instalaciones, un proceso que completamos en un tiempo récord.

En agosto ya estábamos fabricando y almacenando una vacuna que, según nuestras estimaciones, se aprobaría en diciembre. Las primeras dosis se enviaron en enero y hasta la fecha hemos entregado 30 millones.

¿Cuándo alcanzarán su capacidad máxima?

Ahora mismo nuestra producción es de unos 70 millones de dosis al mes. A finales de marzo, cuando tengamos en funcionamiento una tercera instalación COVID-19, estaremos en 100 millones. Si conseguimos optimizar nuestros procesos, cuando termine el año podría ser mayor.

Entre otros, somos proveedores del mecanismo Covax, creado para distribuir de forma equitativa en todo el mundo las vacunas contra la COVID-19, cuyo objetivo es enviar 2.000 millones de dosis antes de que termine 2021. Siendo realistas, eso podría llevar hasta 18 meses porque, si tenemos suerte, para finales de año habremos producido 400 millones de dosis.

Si hubiera que adaptar las vacunas a las variantes emergentes, ¿en qué medida se complicarían las cosas?

Ahora que los procesos ya están en marcha sería sencillo. Tenemos el cultivo del virus en células vivas, por lo que solo tendríamos que cambiar la copia maestra del clon, el virus con el que infectamos esas células, para que entonces se propague por ellas. Tardaríamos entre dos y tres meses en empezar a producir la nueva vacuna a pleno rendimiento.

Hay quienes piensan que la lentitud en la distribución de la vacuna se debe a que los desarrolladores dueños de las patentes han otorgado licencias a pocos fabricantes, ¿está de acuerdo?

No. Hay suficientes fabricantes, lo que pasa es que para ampliar la producción hace falta tiempo. Y por cierto, este año me ha sorprendido la cooperación entre el sector público y el privado para el desarrollo de estas vacunas.

Lo que me parece realmente frustrante es la falta de armonización regulatoria mundial, que ha supuesto un retraso de varios meses en la distribución de las vacunas, y no solo de las nuestras. ¿Qué han estado haciendo los reguladores estadounidenses, británicos y europeos en los últimos siete meses, mientras yo estaba ocupado fabricando vacunas? ¿Habría sido tan difícil reunirse con la Organización Mundial de la Salud y ponerse de acuerdo en que la aprobación de una vacuna en la media docena de países fabricantes más importantes fuera una aprobación para enviarla a cualquier parte del planeta?

En vez de eso hay un mosaico de aprobaciones y yo tengo 70 millones de dosis que no puedo enviar porque han sido adquiridas pero no aprobadas. Su vida útil es de seis meses y estas caducan en abril.

(Este lunes la OMS incluyó en su lista de uso en emergencias dos versiones de la vacuna de la Universidad de Oxford y AstraZeneca, una de ellas la fabricada por el Serum Institute).

¿Qué piensa cuando ve que los países ricos se pelean por el suministro de la vacuna?

Creo que los fabricantes prometieron demasiado y no gestionaron bien las expectativas. Yo, en mi compromiso, hice una estimación a la baja. Dije que haría 50 millones de dosis desde el primer día. Creo que todo esto podría haberse evitado si todos los fabricantes hubieran dicho: “No esperen grandes volúmenes hasta mayo o junio”.

En algunos países hay informaciones sobre personas ricas encontrando la forma de vacunarse antes que los pobres, ¿ocurre algo similar en India?

Aquí es al revés. El Serum Institute tiene la obligación legal de abastecer al Gobierno indio y este prioriza a los pobres, a los vulnerables y a los trabajadores de primera línea. Eso quiere decir que todos los demás van al final de la cola, a menos que sean ancianos o cumplan otros criterios específicos. No olvidemos que la población de India es tan grande que dentro de ese grupo de vulnerables hay 200 millones de personas. Es decir, 400 millones de dosis.

¿Cómo se regulan en India las indemnizaciones cuando hay daños causados por vacunas?

En muchos países, el Gobierno indemniza al fabricante por los costes derivados de daños causados por una vacuna, pero aquí el responsable es el fabricante. No tengo ningún problema en pagar una indemnización si se demuestra un daño vinculado con la vacuna, pero mientras se investiga un caso así los tribunales indios tienen la potestad de imponer una medida cautelar para detener mi producción, tanto si el daño resulta estar relacionado con la vacuna como si no. He solicitado al Gobierno que impida eso durante la pandemia, porque implica que una demanda podría detener nuestro despliegue mundial. De hecho, ya hemos tenido un caso así y el Ministerio de Sanidad tuvo que intervenir para evitar el cierre.

¿La COVID-19 va a cambiar para siempre la forma de fabricar las vacunas?

Sí. Casi todos los países quieren tener fabricación local para no volver a enfrentarse con otros para asegurarse las vacunas. Puede que no todos lo consigan, pero por ahora parece que la voluntad política y el dinero están ahí. Muchas farmacéuticas y fabricantes de genéricos también se han dado cuenta de que hay espacio para nuevos actores en el sector de las vacunas. Mi pronóstico es que en los próximos cinco años el panorama se va a transformar.

Pasar de empresa emergente en 1966 a ser el mayor productor de vacunas del mundo en 2021 es todo un periplo. ¿Cómo empezó?

El Instituto Haffkine, un instituto gubernamental de Bombay, solía producir sueros contra el tétanos y las mordeduras de serpiente inyectando la bacteria o el veneno en caballos y mulas, les sacaban sangre y extraían los anticuerpos unos días después. Vengo de una familia de agricultores y criadores de caballos y mi padre, Cyrus, vendía animales al Haffkine. Un día pensó: “¿Y si prescindo del intermediario y fabrico yo mismo los sueros –que después serían vacunas–?”.

Traducido por Francisco de Zárate.

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