Los crímenes de la calle Antonio Grilo: un viaje por las épocas que labraron su leyenda negra
Imaginemos viajar en el tiempo sin movernos de una calle, haciendo parada en las fechas y escenarios de las distintas muertes violentas acaecidas allí. Si esto fuera posible, la pequeña calle de Antonio Grilo sería el destino estrella de tan macabro tour, particularmente su número 3.
En el citado edificio se han cometido ocho asesinatos desde 1945 (y sólo en 19 años). Ese año unos ladrones asesinaron al camisero del primero; 17 más tarde un sastre mató en el 3ºD a su mujer y a sus cinco hijos antes de suicidarse; dos años después, en 1964 y también en el tercero, una mujer estranguló a su bebé, que fue encontrado metido en un cajón del armario.
El caso más terrible, que escandalizó a la sociedad madrileña de los años sesenta, fue el crimen múltiple del 3º D. El primero de mayo de 1962 el padre de la familia que allí vivía mató a sus cinco hijos y a su mujer antes de pegarse un tiro (se trata, pues, de ocho asesinatos y nueve muertes violentas). El hombre, sastre de profesión y que, según la prensa, “estaba agobiado por la construcción de un chalé en la sierra”, dijo haber oído unas voces que le guiaron hacia el atroz crimen. Las armas fueron un martillo y un cuchillo y, para colmo de lo tétrico, enseñó los cadáveres por el balcón gritando que les había matado, antes de quitarse la vida. Después de esto, el número 3 de Antonio Grilo ya se había ganado, con creces, el apelativo de Casa maldita.
A pesar de haber pasado ya varias décadas sin crímenes, la leyenda negra del inmueble ha corrido de boca en boca desde entonces. Durante el año 2014 la inmobiliaria API Monteleón, situada en Malasaña, recibió el encargo de vender un piso a muy buen precio en el fatídico número tres de la calle. Pronto se dieron cuenta de que la ganga no era tal para mucha gente que, enterada del historial del inmueble, decidía hacer cruci e irse con su búsqueda a otra parte. Los comerciales de la inmobiliaria pensaron entonces publicitar el piso de forma peculiar: ofreciéndolo a interesados por la crónica negra.
Muchos más crímenes
No es la casa del número 3 el único punto negro de Antonio Grilo en el mapa sangriento de Madrid. En su número 9, en unas cuevas, hoy en desuso, del edificio, aparecieron acumulados gran cantidad de fetos humanos (se ha llegado a hablar de un centenar). Este particular museo de los horrores tiene un origen de lo más mundano, ocasionado por la España hambrienta de la posguerra. Al parecer, en el lugar se practicaban abortos clandestinamente durante aquellos años de escasez. Curiosamente, en el mismo número de la calle lucen hoy unas obras de los artistas Borondo y Ze Carrión que parecen remitir a estas historias terribles de abortos de las que el sótano había dejado rastro. Las pinturas, que adornan la sede de Sin Ánimo de Nombre, una asociación cultural, muestran en la parte superior de la puerta unos monos que se tapan los ojos y los oídos, como si no quisieran ver ni escuchar. En la parte central se puede ver el cuerpo desnudo de una mujer.
Pero la nómina de crímenes de la calle Antonio Grilo había comenzado mucho tiempo atrás, cuando la vía se conocía como calle de las Beatas. Fue en 1776, cuando acontecieron los hechos que la sociedad del momento bautizaría como El crimen de la calle de las Beatas, y que vendrían a inaugurar un género dentro de la crónica negra que tiene sus adeptos: los crímenes de clérigos.
[artículo: Los crímenes de nuestras calles: una historia sangrienta del barrio]
Se dice que un buen día un hombre apareció apuñalado en esta vía, y para hacer las averiguaciones pertinentes se hubo de seguir el rastro de sangre, que llevó hasta dos templos cercanos: la parroquia de San Sebastián y la Iglesia de San Luis. En aquella época era muy frecuente que los malhechores buscaran refugio a sagrado, por lo que los guardias fueron a revisar ambos templos. Hechas las pesquisas pertinentes, se llegó a la conclusión de que un cura, que daba misa en San Martín, se había enamorado de una muchacha que le remendaba la sotana y que vivía en la calle hasta el punto de ir a rondarla de noche. El hombre muerto era un vecino, hortelano de profesión, que un par de semanas antes había recriminado en público su actitud al cura.
El caso tuvo cierta importancia porque se trata de la primera vez en que un cura fue juzgado en Madrid por la justicia ordinaria. De común, la Iglesia enviaba a los sacerdotes a otra parroquia y dejaba olvidar el asunto. Aún así, el cura, que fue condenado a muerte, recibió finalmente el perdón de Carlos III. Y una vez más, la costura aparece entre los protagonistas del suceso, antecediendo al camisero y al sastre del siglo XX.
Suma y sigue: en el siglo XVIII ocurrió en la sangrienta calle que nos ocupa otro crimen de los de comentar, esta vez perpetrado por lo que hoy llamaríamos un sicario. El 28 de julio de 1861 una tal Carlota Pereira regresaba a casa con sus dos hijas. Delante de ellas caminaba Francisca Burdeos, conocida como Benito y que tenía permiso para vestir como un hombre por su participación en la guerra. De entre las sombras salió un hombre para apuñalar a Carlota y darse a la fuga. Benito salió corriendo a por el asesino y, junto con unos guardias, le dio caza. Parece ser que había viajado desde Almería para cometer el crimen contratado por el marido de Carlota, del que estaba separado. Aunque el asesino a sueldo acabó pasando por garrote vil, el ex marido de Carlota se libró, unos dicen que porque no se pudo demostrar su relación con el crimen y otros por su buena relación con políticos de la época.
No tenemos noticia de más crímenes sonados en la calle de Antonio Grilo -ni nos parecen pocos los citados-, pero sabemos que, andando los años, anduvo por ella uno de los asesinos más célebres del Madrid franquista, Jarabo, que fue visto en la cafetería Nápoli (en la esquina con San Bernardo) bebiendo cerveza con coñac, posiblemente la noche de su famoso asesinato. Un suceso luctuoso, sin embargo, tuvo lugar el pasado verano: un hombre se quemó vivo durante el incendio de la casa okupada en la que residía, en la Travesía de las Beatas, justo al lado de los lugares antes señalados.
Hay en el barrio otras calles con crimen célebre entre sus (dudosos) méritos, como la calle de Fuencarral o la de Tudescos, pero ninguna encarna la senda del crimen a lo largo de los siglos como la calle de Antonio Grilo. Un lugar que, sin embargo, tiene otros atractivos como sus peculiares comercios regentados por asiáticos o el solar abandonado que ahora alberga el Mercado Agroecológico de Malasaña y la pintura mural más grande del barrio, obra de Casassola, un pintor que vive en esta misma vía.
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