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Todos a pajarear, la afición por la ornitología urbana que quedó tras la pandemia

El abejaruco común es una de las aves que podemos avistar en la ciudad de Madrid

Luis de la Cruz

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Laura comenzó a interesarse en los pájaros cuando se mudó cerca del río. Caminaba hacia el trabajo y, poco a poco, empezó a fijarse en las aves que le salían al paso. Un año después llegó el confinamiento, que “nos hizo a todos más contemplativos”, cuenta. Se apuntó a paseos ornitológicos de Hábitat Madrid (dependientes del Ayuntamiento), comenzó a leer y a seguir en redes sociales cuentas sobre el tema.

A Antonio el médico le aconsejó pasear cada día a raíz de unos problemillas de salud. Como es una persona concienzuda, se compró una cámara de fotos y empezó a retratar la flora y la fauna del parque Rodríguez Sahagún, escenario de sus caminatas mañaneras. Pronto empezó a relacionarse con otras cuentas interesadas en ornitología en redes y la aventura acabó –de momento– con la edición de un libro en el que ha identificado 36 especies en este parque de la zona norte de Madrid. Un volumen ilustrado primorosamente, por cierto, por su nieta Clara, pequeña compinche en la tarea ornitológica.

Francisco es desde hace tiempo muy aficionado a las aves. Una de las épocas en las que más cultivó esta pasión fue cuando fue a vivir a un pueblo de Salamanca para estudiar una oposición. Después de las ocho horas rutinarias de estudio, salía al jardín de la casa y se sentaba en una silla, medio escondido con los prismáticos, para observar los pájaros. En aquella época hizo un inventario de 26 aves que frecuentaban los alrededores de la casa.

La observación de aves se disparó en todo el planeta durante el confinamiento. Según el Laboratorio de Ornitología de Cornell, autoridad mundial en la materia que mantiene la base de datos eBird y la popular aplicación Merlin, los observadores de aves establecieron un récord mundial el 9 de mayo de 2020 durante el Global Big Day, un evento anual de observación de aves. En España, el auge venía sintiéndose ya de un tiempo atrás y también tuvo un repunte durante la pandemia que no ha remitido, como atestiguan las centenares de publicaciones pajareras que pueblan cada día las redes redes sociales de plumajes diversos.

Javier Rico es periodista especializado en medio ambiente y biodiversidad, responsable de Aver Aves y autor de trabajos sobre la materia como la Guía de las aves en los parques de Carabanchel Alto. Rico celebra que por fin nos estemos dando cuenta de que España es “un paraíso de la biodiversidad”.

Durante la pandemia, desde Aver Aves propusieron salir a observar aves desde el balcón de casa, con gran éxito en todo el mundo de habla hispana. “La pandemia nos ayudó a valorar lo más cercano. Se dijo que había más aves, esto es algo que no está demostrado científicamente pero mucha gente miró y se dio cuenta de que en la ciudad hay mucho más que palomas y gorriones”

Alberto, del Centro de Educación Ambiental Dehesa de la Villa, nos cuenta que ellos han notado que el perfil de personas que se apuntan a sus actividades ha rejuvenecido algo, aunque les sigue costando llegar al público más joven.

Sin duda, la imagen de un pájaro volando funciona muy bien como metáfora y contrapunto del confinamiento pandémico. Enjaulados, observantes desde la ventana de casa. Pero pajarear también encajó bien con el parón al que nos vimos obligados y con la reconciliación masiva con los entornos más cercanos y el medioambiente.

A propósito de esto, Laura recomienda Cómo no hacer nada. Resistirse a la economía de la atención, un ensayo en el que Jenny Odell cuestiona la idea de productividad constante. En diferentes capítulos del libro, la autora se refiere a su afición a la ornitología como vía de escape pasiva a la dinámica de los tiempos:

“Observar aves es lo contrario de buscar algo en internet. Los pájaros no se pueden buscar; no se trata de que un pájaro salga y se identifique. Lo máximo que puedes hacer es caminar en silencio y esperar a oír algo, y entonces te quedas inmóvil debajo de un árbol usando tus sentidos animales para determinar dónde está y qué es”

Odell explica que observar pájaros cambió la granularidad de su percepción, algo en lo que concuerdan varias de las personas entrevistadas para este artículo:

“Me ha cambiado la manera de posar la mirada –explica Laura–, también el oído, voy caminando por la calle charlando con una amiga y ya tengo el radar puesto con los cantos de los pájaros. Al principio los veía como entes aislados. Un pájaro. Trataba de identificarlo, buscando en internet, fijándome en el tamaño, la forma del pico o el color. Cosas muy del individuo. Sin embargo, ahora, me ayuda mucho ver en qué hábitat está, su comportamiento, si camina por el suelo o sobre la rama más alta de un árbol, si va en pareja o en grupo. La mirada se me ha ampliado al contexto”.

Javier ha conseguido llevar su pasión a los más pequeños, organizando actividades con colegios en los parques de su entorno. Él también cree que la actividad enseña a mirar de otra manera:

 “Hay una gran carencia de educación medioambiental –explica–, y la observación de aves permite hablar de migraciones (geografía), las aves se contabilizan para censarlas (matemáticas), hay que entender por qué pueden volar (física), permite atender a los árboles (naturales), suelen estar al lado de zonas contaminadas, lo que también se puede explicar…Nuestra experiencia es muy buena y tanto los niños como sus propios maestros quedan sorprendidos de que se puedan encontrar 25 o 30 especies de aves diferentes al lado de su colegio. Aprenden a entender lo más cercano”.

Aficionados y expertos concuerdan en que la afición va claramente en aumento. Javier explica que la renaturalización de un tramo del Manzanares ha influido para bien en el progreso de la afición en Madrid, como antes también la creación de la zona de Madrid Río. Alberto, del Centro de Educación Ambiental Dehesa de la Villa, piensa que el auge de la ornitología en espacios urbanos y periurbanos tiene la ventaja añadida de servir de aliviadero a zonas naturales muy congestionadas y con un equilibro natural frágil, como podrían ser en Madrid ciertas áreas de la sierra del Guadarrama:

“Después de la pandemia, cuando al fin pudimos salir, todo el mundo se fue a la sierra. Es muy bueno que la gente se aficione a observar aves en parques, o en otras zonas muy interesantes de las que disponemos, como los descampados que hay entre Tetuán y El Pardo o Tetuán y Fuencarral, la barrera entre Rivas y Madrid o las lagunas de Ambroz, en San Blas”, dice. Además, insiste también en las posibilidades inesperadas de la ornitología en la ciudad. “Sin duda es algo excepcional, pero el otro día un vecino de la zona del Paseo de la Dirección nos hizo llegar una foto de un búho real que ha anidado en una terraza abandonada”.

 A pesar de que pajarear esté de moda, aún queda mucho para llegar a ser una actividad tan habitual como lo es en Gran Bretaña u otros países de Europa. Francisco lo ilustra con una anécdota que le hizo reparar en ello. En una ocasión se acercó en coche a las lagunas de Villafáfila (Zamora), un lugar privilegiado para ver aves y el mejor del mundo para observar avutardas (el ave voladora más pesada). Conoció en un punto de información a una pareja británica de unos 65 o 70 años con un instrumental carísimo. Era el quinto año que venían un mes a España a ver aves, recorriendo todos los puntos clave para su observación en la península. El encuentro ilustra bien el potencial de nuestro país y la afición que hay en otros lugares.

Para concluir el paseo pajarero, nos quedaremos con un deseo expresado con pasión por Javier. Cuenta que su aspiración es que nadie mire extrañado a quien vaya a observar pájaros al parque. “La gente va con una pelota, el carrito del niño, la bici, a correr…pero aún se mira raro a quien lleva unos prismáticos, lo que no ocurre en otros lugares como Países Bajos, Alemania o Inglaterra”.

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