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Selu Herraiz, artista sonoro y mediador cultural: “Me autoexilié en Francia”

Selu Herraiz

José Antonio Fuentes

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José Luis Herraiz es un artista -persona- poliédrica. Ha transitado por disciplinas como la fotografía, las artes plásticas, la escritura, el arte urbano o sonoro. Le interesa la medicina tradicional china, tiene un diploma en Shiatsu y estudió Ingeniería Técnica Industrial, especialidad Electrónica, por la UPCT. Un cóctel que evoca tiempos lejanos donde el pensamiento y las prácticas científicas y humanistas no conocían divisiones.

En la actualidad, vive en Blanca y dirige el programa Sonora, una escuela de experimentación vinculada al sonido financiada por la Fundación Daniel y Nina Carasso, en el Centro Negra de la plataforma artística ADDK España.

El próximo mes de noviembre presenta, junto a Sara Serrano, ‘¿Flotan los cuerpos? El océano como puente y frontera’, en el Centro Cultural Puertas de Castilla, es uno de los numerosos Reactivos Culturales promovidos por el Ayuntamiento de Murcia tras la irrupción de la COVID-19. Además, se encuentra inmerso en la creación de un sello discográfico online, ‘Aldarrax’, que recogerá las creaciones sonoras de la comunidad creativa en Blanca. Su apasionada y heterogénea experiencia artística cabe en dos líneas de uno de sus poemas, donde puede leerse: “la vida salvaje no espera, esta montaña se mueve”.

¿Cómo has pasado el confinamiento? 

La parte de atrás de mi casa conecta directamente con la montaña. En Blanca no hay drones que me vigilen y tengo apagado el móvil la mayor parte del tiempo. Podía salir fuera. Ha hecho un tiempo maravilloso y ha llovido. Pero me ha afectado muchísimo, el existencialismo nos ocupa a todos. 

He tenido días de bloqueo absoluto, de levantarme y no poder hacer nada. También días buenos. Me hablaban de conspiraciones y de la creación del virus en un laboratorio. Yo les decía: no, es la Tierra que está hablando. Este virus es sólo una pequeña representación simbólica de cómo funciona todo. Nos creemos dueñas del universo y el que nos va a derrotar es un microorganismo. 

¿Has puesto algún sonido, ruido o música a esta pandemia?

He hecho alguna pieza, pero no he tenido una dinámica de creación. Al contrario, me he preocupado de cosas personales: qué quiero cambiar, en qué me quiero centrar o cuál es el siguiente ciclo. Siempre he sido un ave nocturna, sin embargo, estos días me ha dado muy fuerte por disfrutar las mañanas, me levantaba temprano a recibir el sol. 

En un momento determinado toqué fondo, me sentí muy mal. Por suerte, pude dormir dos noches en medio de la naturaleza. Me vi fundido con la tierra en una especie de pequeño ritual de transformación. Ahora miro hacia atrás y, en realidad, no sé qué he hecho estos tres meses. Pensar mucho, comunicarme con la gente querida y cercana, incluso he tenido un enamoramiento virtual.

En estos años, varios centros culturales privados han cerrado y otros, tras la pandemia, lo están pasando mal, ¿Cómo va el proyecto ADDK?

Es un proyecto autogestionado, la única ayuda institucional es en concepto de infraestructura. Este 2020 teníamos la mejor previsión anual de residencias, una media de siete residentes al mes. Era un gran año. El nuevo 2020 es un batacazo, un reset. Nos afecta mucho a nivel económico. Toca reinventarse mientras las residencias no puedan volver y se van a retrasar un poco más de lo esperado. Creatividad no falta y miedo no tenemos. Hay respeto hacia la situación global.

¿Qué es el arte sonoro o música experimental?

Hay muchas aproximaciones. Mi acercamiento parte de una práctica revolucionaria: la escucha. En un mundo donde prima la visión, estamos hiperestimulados por la vista, es de vital importancia desarrollar la escucha. En el colectivo EduNoise, decíamos: “el ruido nos hará libres”. El paisaje sonoro permite entender la época en la que vivimos de forma menos contaminada que la percibida por la visión. Es más difícil generar memoria sonora que visual. Es un campo más sutil y mágico. Nos conecta con algo más ancestral. El sonido es la primera forma de comunicación. Antes que palabras emitimos sonidos. 

¿Por qué crees que las prácticas artísticas contemporáneas más experimentales son tan minoritarias en público?

No hay educación en los lenguajes de la complejidad. Vivimos en un mundo complejo y la gente que se dedica a pensarlo no puede hacerlo de forma sencilla. Hay muchos factores en juego todo el tiempo. La mirada sobre el mundo solo puede ser poliédrica. Por otro lado, tengo mis resistencias al arte que se vuelve muy críptico. 

Al final, somos muchas y cada una debe expresarse con total libertad. De la misma forma tenemos la libertad de no consumirlo o no entenderlo. Más que criticar al artista hay que ir a la crítica de la educación. Hoy en día, lo social, lo político y lo íntimo se combinan de forma más compleja que en otros tiempos.

En ADDK Sonora, habéis realizado desde talleres infantiles a un No-Master especializado en arte sonoro. Se mezclan personas y herramientas difícil de imaginar juntas, como un utensilio de cocina, un instrumento musical o sonidos producidos digitalmente, ¿qué pasa en estos encuentros?

El proyecto Sonora se basa en un trabajo del sonido en relación con el territorio y la comunidad. Realizamos acciones pedagógicas para acercar el mundo de la música experimental y rara a una comunidad rural como Blanca.

Una de las líneas de trabajo es generar grupos de creación colectiva. Contactamos con la peña La Capaza y trabajó con Nacho Muñoz, artista gallego cuyo principal proyecto es ‘Orquesta exploratoria’, una producción con gente de los pueblos. Exploran nuevas formas musicales donde se mezcla lo tradicional y contemporáneo. Hay una magia increíble en la transfusión de lenguajes. Algo antiguo con algo que ni siquiera se comprende, que será más popular dentro de veinte años porque es reflejo de la complejidad. 

A mucha gente, este tipo de sonidos le agobian más que relajarlos. En las actividades hay mucho comentario acerca de lo bizarro, de lo raro, pero siempre con una gran curiosidad y ganas de conocerlo. Es difícil que cale de una forma duradera si el acercamiento no se produce desde otras artes.

¿Qué has estudiado?

Ingeniería Técnica Industrial especialidad en Electrónica, en Cartagena. Al terminar me matriculé en Fotografía Artística en la Escuela de Artes de Murcia. Duré tres meses. Conocí a Juanan Requena, formamos el colectivo aVer y comencé un camino más autodidacta.

¿De qué años hablamos y qué hicisteis en el colectivo?

Lo más importante era la formación autodidacta en el arte y generar un lenguaje poético. El colectivo nació en 2005 y duró unos seis años. En mi caso necesito hacer, la acción, aprendo más rápido. Adquirí mucha técnica. El blanco y negro, revelado en casa, entre otras. Fue una época romántica y turbulenta, pasaba muchas horas en el laboratorio.

El colectivo aVer se extendió de forma muy interdisciplinar. Juanan estaba centrado en la fotografía y yo me interesé por la imagen desde otro punto de vista: el vídeo, la ilustración, la pintura y el arte urbano. Sacamos la fotografía a la calle y generamos acciones urbanas relacionadas con la imagen fija, algo que en aquel momento no estaba muy presente en Murcia.

Disuelto el colectivo, ¿comienzas con el arte sonoro?

Entre el colectivo aVer y el arte sonoro hay un periodo que estuve en Francia. Trabajé de temporero, hice vendimias, de camarero en estaciones de esquí. Siempre me ha gustado mucho la nieve y el invierno blanco, frío y seco. Sobre todo, después de haber vivido en plena huerta murciana y sufrir las grandes humedades.

Mi vuelta a Murcia fue a través de una residencia en el Centro Negra de ADDK. La experiencia del sonido estaba desde los inicios, pero de una forma muy amateur y desde la diversión. EduNoise me permitió vincular la ingeniería con el arte. Ese conocimiento lo llevé a Blanca años después y generamos un programa de educación relacionada con lo sonoro, lo experimental y la cultura haker: la tecnología aplicada a la revolución, a empoderar a las personas.

¿Dejaste la creación artística los años que trabajaste en Francia?

Sí, tenía pocas ganas de creación. Estaba enfadado con la política cultural de Murcia. Había ocurrido aquella censura en el festival AlterArte (En 2008, el espectáculo ‘BassiBus’ de Leo Bassi fue censurado tres semanas antes de su celebración. La propuesta realizaba un recorrido, en autobús, por escenarios de corrupción política vinculada a la gestión del Partido Popular en la Región de Murcia). Habíamos firmado papeles que nos colocaban en un grupo de personas que no tendrían ayudas bajo ningún concepto. Estábamos en una lista negra. El periodo en Francia lo viví como un autoexilio.

Años después de iniciarse la crisis en 2008 las instituciones culturales en la Región volvieron la mirada a los creadores locales pero desde otro lugar, más precario.

Más precario y decadente, sí. Las instituciones culturales, en ese momento, apoyaban todo lo que sonase a extranjero. Lo local se menospreciaba. Con los años, mi visión del asunto ha cambiado. Por ejemplo, emprendí mi camino como mediador gracias a que hubo un Manifesta -Bienal europea de arte contemporáneo- que tanto critiqué y critico. Pero me permitió unirme al equipo de mediadoras de la Bienal. Conocí a María Caso, Patricia Raijenstein o Eva Morales. Personas con las que he colaborado y aprendido mucho y me han introducido en el mundo del arte-educación.

Finalizamos en el Valle de Ricote, ¿qué rincón no debe perderse un visitante curioso?

En lo amable, contemplad el Azud, es muy bonito. En lo agreste, la rambla de Las Salinas es uno de mis lugares sagrados. Es muy austera y puedes conocer el corazón desértico del valle. Entender parte de la personalidad de los humanos que lo habitan, está en el ambiente. Nosotros filmamos mucho allí, es un lugar que te saca un poco de todo.

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