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La exposición a metales pesados de la minería acelera el colapso del Mar Menor

Sierra Minera (Murcia).

Erena Calvo

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A la lucha por recuperar el Mar Menor no paran de surgirle frentes. A la entrada de miles de nutrientes procedentes de la agricultura intensiva del Campo de Cartagena a la laguna salada, hay que sumarle los vertidos de metales pesados procedentes de la antigua actividad minera en esta zona de la Región.

El investigador cartegenero José Matías Peñas lleva años denunciando los males de la Sierra Minera y la presencia en la albufera de arsénico, plomo, zinc, cadmio o cobre, pero ahora lo ha constatado también un informe del Garsa (Grupo de Investigación en Gestión, aprovechamiento y recuperación de suelos y aguas) de la Universidad Politécnica de Cartagena (UPTC) de septiembre de 2019.

Estos metales, que tienen un impacto negativo en la vegetación y el sistema natural, se ha demostrado además que cuando alcanzan determinados niveles de concentración pueden poner en riesgo la salud humana.

“No son letales, pero sí que estamos ante residuos peligrosos y que están contribuyendo al anegado del Mar Menor, a la disminución de su profundidad por los sedimentos que se acumulan”, explica a este periódico José Matías Peñas, doctor en Minería y Desarrollo Sostenible.

Algunos de estos metales pueden pasar a la red trófica (cadena alimentaria) bioacumulados por especies marinas del ecosistema de la laguna, “algunas comestibles como la canaílla o en las praderas de fanerógamas (plantas marinas)”.  

Según el informe de la UPTC, encargado por el Ministerio de la Transición Ecológica, en una de las ramblas que desembocan en el Mar Menor y que transportan estos metales, la del Beal, se supera el nivel genérico de referencia (NGR) de los cinco metales pesados. 

El documento apunta que “se podría afirmar que estos sedimentos tienen su origen en el arrastre de materiales de origen minero”. En el caso del arsénico es preocupante porque las concentraciones están muy por encima de lo aconsejable, también las de plomo, y pueden tener efectos adversos sobre la salud. 

Las investigaciones de José Matías ya habían apuntado la existencia de arrastre de contaminantes de metales pesados por las ramblas y suelos de las pedanías de Llano del Beal, el Estrecho de San Ginés y la Unión, la Sierra Minera de Cartagena. Y hablan del paso de lixiviados -líquido residual, generalmente tóxico que se filtra por un vertedero- desde los depósitos de lodos y residuos mineros peligrosos almacenados en balsas. Las balsas, recuerda Matías Peñas, son propiedad de la empresa Portman Golf, concesionaria de la explotación de las minas.

Estas circunstancias se han visto agravadas por las fuertes lluvias de los últimos temporales. Según el investigador cartagenero, en el Mar Menor desembocan cada año 2,1 kilogramos por metro cuadrado de material erosionable con alto contenido de metales pesados. “Pero esta cifra se ha visto incrementada tras las últimas lluvias torrenciales acaecidas durante las diferentes DANAS que se han sucedido en la Región”.

El pasado 21 de enero, Peñas interpuso una denuncia ante el Seprona (Servicio de Protección de la Natulareza de la Guardia Civil) en la que ponía el acento en que los vertidos de metales pesados a la laguna podían ser constitutivos de delito contra el medio ambiente, el territorio y la salud pública. Y añadía además que los lixiviados atraviesan una finca de superficie agrícola “que se encuentra en la actualidad en producción de lechugas provocando la contaminación de los suelos sobre las que se cultivan, pudiéndose dar origen a la bioacumulación de estos metales pesados y metaloides en sus tejidos como resultado de su transferencia a través del sistema radicular con el consiguiente riesgo para la salud de los futuros consumidores”.

Recomendaciones

En cuanto al informe de la UPTC para el Ministerio que dirige Teresa Ribera, se proponen una serie de recomendaciones para mitigar los efectos de los vertidos. Entre ellas, restaurar la cabecera de las ramblas impidiendo la erosión superficial de los depósitos mineros por el agua de lluvia, y mejorar las obras de corrección hidrológica mediante la limpieza de los diques y del lecho calizo en el tramo alto de la rambla.

También se insta a la construcción de un dique al inicio de la rambla para frenar la colmatación (relleno total de una depresión mediante la acumulación de sedimentos) de las estructuras existentes. Y para minimizar la erosión del cauce de la rambla se propone cubrir el lecho del cauce con especies fitoestabilizadoras “que han dado buenos resultados en suelos con elevadas concentraciones de metales debido a la presencia de residuos mineros”.

En la desembocadura de la rambla de El Beal se recomienda crear una barrera vegetal, “formando parterres encontrados entre sí que puedan retener los posibles sedimentos que no hayan sido captados aguas arriba o que se hayan generado por la erosión del tramo bajo de la rambla”.

De igual modo, se recomienda “realizar un estudio de la concentración de metales de las aguas de avenida en episodios torrenciales para conocer la concentración de metales y de sólidos en suspensión que se aportan al Mar Menor en cada uno de los episodios”.

Un estudio de 2004 de la Universidad de Cartagena ya advertía que de cada kilo de tierra que llega al Mar Menor por la rambla del Beal contiene 77 miligramos de cadmio, 16.845 miligramos de plomo y 725 miligramos de arsénico. Y desde la Plataforma de Afectados por Metales Pesados estimaban que un episodio medio de lluvia torrencial arrastra por la rambla del Beal cerca de 500 toneladas de tierra erosionada.

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