Cuando viví en Pekín y, más tarde, en Nueva Delhi recuerdo leer religiosamente las crónicas del entonces corresponsal de El Mundo en Asia, David Jiménez, cada vez que una gran catástrofe sacudía algún punto del continente. Primero desde Hong Kong y luego desde Bangkok, donde tuvo sus sedes, Jiménez se desplazaba de inmediato a contar, en la mayoría de las ocasiones, catástrofes. Sus artículos narraban los acontecimientos de una forma tan vívida y humana que te transportaban de forma inmediata al lugar de los hechos. Más tarde se cansaría de perseguir tragedias, le nombrarían director de ese periódico y dejaría el puesto con bastante escepticismo, tal y como narró en su libro ‘El director’. De las muchas estampas que aún retengo en mi cabeza de aquellos artículos está la de una fila de japoneses en la ciudad de Sendai aguardando pacientemente el reparto de comida tras el terrible tsunami que azotó el país en 2011. “No hay un solo empujón, un mal gesto o una queja. ¿Y si fueran Madrid o Nueva York las que quedaran desabastecidas?”, se preguntaba el corresponsal.
Esa cuestión reverbera en mi cabeza ahora más que nunca. Las vacunaciones VIP revelan el ‘sálvese quién pueda' de algunos responsables políticos, sanitarios y hasta militares. ¿En qué momento nos olvidamos del civismo? ¿O es que nunca nos hemos comportado realmente de ese modo? La COVID-19 mata a unos más que a otros. El protocolo de vacunación se ha establecido con un orden para proteger a quienes tienen más probabilidades de morir. Si los políticos o altos cargos se consideran imprescindibles para lidiar con la pandemia, lo mínimo hubiera sido decir alto y claro que tenían que vacunarse por ese motivo. Todo lo demás, es de vergüenza. El exconsejero murciano de Salud, Manuel Villegas, tardó unas cuantas horas en darse cuenta. Pero hay otros 400 altos cargos más que hicieron exactamente lo mismo, en lo que se ha convertido en un 'vacunagate' de dimensiones alucinantes, y ahora queremos conocer sus nombres para saber en manos de quién estamos. También está por ver qué pasa finalmente con la regidora de Molina de Segura, Esther Clavero, y el concejal de Murcia, Felipe Coello, quienes también se inyectaron la primera dosis contra la COVID-19 de forma irregular.
No me extrañaría que esta información, revelada en el caso de Murcia por el periódico La Verdad, pudiera desembocar en la ruptura del Gobierno regional. La portavoz del Ejecutivo murciano, Ana Martínez Vidal (Cs), se decidió a destapar la caja de Pandora. Ni el PP supo valorar la gravedad de lo sucedido ni Ciudadanos puede quedarse ahora a medio camino. La pandemia ha impactado radicalmente nuestras circunstancias, también en lo que respecta a la valoración de la actuación de los políticos. ¿O esperan que los ciudadanos sí seamos ahora cívicos?
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