Un joven inmigrante encontró una cartera con una cantidad muy respetable en euros. No miró el dinero que había. La guardó con cuidado en el bolsillo de su chándal prestado y la devolvió. El recorrido que hizo la cartera custodiada fue muy breve. Desde el Centro de Acogida a Migrantes del Hospital Naval de Cartagena localizaron al dueño. Alguien le sugirió difundir la historia y entonces el chaval respondió: ¿Por qué airear como algo extraordinario lo que debe ser nuestra obligación? Comparto esta deliciosa historia real de decencia y de bondad antes que enciendan las luces en las cuatro calles del centro y nos devoren los cuentos del espumillón. Pero también porque todos, en esta época de exhibicionismo emocional, no debemos olvidar la pregunta del migrante.
Las buenas acciones no venden mucho, o eso dicen, pero no es verdad. Hace muy poco, otro joven africano sin papeles salvó en el puerto a una señora que se había caído al agua desde el catamarán turístico. Era la segunda persona que salvaba de morir ahogada. La mujer y su familia están tan agradecidos que le están ayudando a regularizar su situación. Noticias como éstas nos caldean el corazón, porque en el fondo sabemos que no hay fórmula más eficaz para salvar la especie que la bondad. Cuento ahora estas historias africanas a propósito de algo tan peligroso como es la involución, que perpetra en todo el mundo, también en nuestra tierra de aluvión, otra gente con ideas demasiado oscuras.
En su pertinaz cruzada contra la inmigración, con la obediencia conveniente a sus racistas socios de coalición, el gobierno local de Cartagena se entretiene en judicializar su causa unilateral contra el Centro de Acogida a Migrantes. Tienen la batalla política perdida y también la administrativa. Ya saben, la culpa de todo que ellos hacen mal, la tiene el guapo Pedro. Agotados los cartuchos de una gran manifestación por falta de personal, ahora dicen que les preocupan los derechos humanos. Reúnen a su cúpula. Son personas, merecen otro futuro (pero lejos de aquí), les preocupa mucho su seguridad, dicen sin pudor. Repiten cada palabra mirando al frente (donde están las cámaras) sonrientes, inflamados de inocencia, los auténticos cristianos Premium de este Adviento. Ya no distingo si son ellos, o Nelson Mandela cuando recibió el Nobel de la Paz, antes de que se convirtiera en la versión sueca de los premios Planeta.
Imposible resumir, frase por frase, todo el sufrimiento de la alcaldesa ante las condiciones de los jóvenes africanos por la falta de vigilancia y de seguridad. Sin quitar mérito al grupo municipal cartagenerista Movimiento Ciudadano, también muy preocupado porque los migrantes se acojan en nuestra ciudad. Los primeros por su ideología ultra, los segundos por lo mismo, pero con pureza cartaginesa, se atribuyen el derecho de hablar por toda la población, hasta la que no les vota. Cartagena, repitamos, prefiere la diversidad. También mejores servicios públicos, que para eso les pagamos. Con todo mi cariño les diría que a lo mejor se han equivocado de país, de ciudad, seguramente hasta de siglo.
No quiero pasar por alto el riguroso argumento del fiel delfín de Arroyo, el joven superconcejal. Que alguien les ha dicho que los migrantes que traen al centro son menores, pero los hacen pasar por adultos. Supongo que una afirmación tan creíble estará basada en estimaciones físicas, exámenes de huesos, estudios odontológicos comparativos o en resumen, los análisis forenses pertinentes. Porque si no se puede demostrar con seriedad, no tendremos más remedio que pensar que la Cofradía del Bulo tiene las patas muy cortas y muerde con dientes de leche.
Habrá una primera migración a otros planetas en mil años, dijo el astrofísico Stephen Hawkings. Lo recuerdo por si sobrevive algo que no sean las cucarachas, tiene trazas humanas como de raza blanca superior y no es bot. Pidan, como siempre, clase business. En prueba de buena fe de parte de las civilizaciones anteriores, les dejaremos palomitas criogenizadas. Cuando lleguen, miren hacia aquí. Verán que, cuando no la contamina el odio, la Tierra con sus habitantes es mejor planeta. Y, si no la fastidia un asteroide, o un patán, seguirá dando vueltas. Y más vueltas.
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