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K.O. a la prensa

David Jiménez: "Entiendo el deseo de muchos de que El Mundo desaparezca"

Manuel Segura Verdú

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Durante mucho tiempo se mantuvo en el frontispicio de las redacciones periodísticas aquel dicho de que el 'perro no come perro'. Es evidente que el oficio ha vivido ajeno, de espaldas, sumido en la omertá en todos estos años, a lo que describe en su libro 'El Director' (Ediciones Libros del K.O.), David Jiménez, exdirector del diario 'El Mundo'. Por supuesto que mucho de lo que en él se cuenta es y ha sido moneda de cambio en la profesión. En Madrid, y en eso que eufemísticamente se suele denominar en 'provincias'.

La forma de comprar voluntades en estos casos siempre ha tenido aristas. Sería pretencioso asegurar que alguien te está sobornando por el hecho de invitarte un día a comer en un restaurante de postín. Ni siquiera por hacer un viaje a gastos pagados. No. La cosa es mucho más sibilina y nunca se presume un efecto acción/reacción con carácter inmediato.

Cuando la televisión autonómica murciana vivía sus días de vino y rosas, antes de que el gobierno regional le asestase el cerrojazo en 2012, casi con nocturnidad y alevosía, poniendo en la calle a sus 300 trabajadores, la tertulia nocturna se convirtió en una fuente de ingresos para muchos profesionales, tanto locales como foráneos. La presencia de periodistas que llegaban de la capital del reino, pagada a precio de caviar iraní, se completaba con el concurso de informadores de medios de aquí, quienes percibían unos emolumentos inferiores, aunque bastante consistentes para lo que se acostumbraba por estos lares. Resulta evidente que, si hoy diéramos un repaso a aquellas emisiones, difícilmente hallaríamos un atisbo de crítica al ejecutivo regional por parte de la mayoría de los que venían de fuera, escogidos y bien trillados, los cuales, muchas veces, ante el desconocimiento de los temas propios de esta comunidad autónoma, solían demandar a toda prisa, en la sala de maquillaje, una clase rápida de los asuntos a abordar a los contertulios autóctonos. Algunos de estos últimos, conscientes de dónde estaban y quién les había requerido para tertuliar, debatían con un asomo de cierta prevención y como con el freno pisado. Hubo excepciones, claro está, en los unos y en los otros. Pero aquel maná se acabó hace siete años y hoy, las tertulias de la televisión autonómica, se configuran con invitados que no perciben ni un solo euro por sentarse ante las cámaras, dicho sea para dejar a cada uno en su sitio.

David Jiménez habla en su libro de los periodistas que se alquilan. No dejó de impresionarme el día en el que, en un mitin de Rajoy celebrado en Murcia, actuó de 'speaker' sin complejos el entonces director de una emisora radiofónica de la capital. Aseguro que no daba crédito ante lo que se estaba oyendo por la megafonía del auditorio.

Bien es cierto que la publicidad institucional y el patrocinio han sido y siguen siendo sustento fundamental de determinados medios privados, algunos de los cuales han de ir con pies de plomo para abordar según qué temas, y sobre todo cuantos afectan al ejecutivo autonómico o a los ayuntamientos, que al fin y al cabo son 'los anunciantes'.

Recuerdo la 'exquisitez' con la que tradicionalmente se trataban las informaciones relacionadas con esos grandes almacenes que todos tenemos en mente, cada vez que había una huelga general y los convocantes se fijaban como objetivo prioritario cerrarlos simbólicamente. O cuando existía algún conflicto laboral en ese grupo empresarial, que además dispone de sindicato propio, y que es el mayoritario. Sus campañas publicitarias, sobre todo en época de rebajas, son irrenunciables para todo departamento comercial de cualquier medio escrito o audiovisual.

Pero donde realmente ha campado a sus anchas el poder político es en los medios públicos, considerados como de su propiedad de manera ancestral. Hubo épocas aquí en las que se reclamaba una cámara para dar cobertura a tal o cual acto tan solo descolgando el teléfono desde cualquier despacho gubernamental y ordenándoselo al director de turno. Mis mayores broncas durante los cinco años en que dirigí TVE (2007-2012) solían venir por esto, al negarme a ello en repetidas ocasiones, tanto ante interlocutores regionales del Gobierno autonómico (PP) como del central (PSOE). Y es bueno dejar patente que no hacerlo nunca me supuso reproche alguno por parte de mis superiores, que respaldaron siempre mis decisiones en aquel periodo de tan grato recuerdo profesional.

Sin embargo, parece que desde el franquismo subyace en los políticos la impresión heredada del viejo régimen, como ocurre con otros tics que aún perduran, de que la radio y la televisión públicas son un apéndice más de los ministerios. Y ello, por extensión, se propaló tras su irrupción a las autonómicas con respecto a sus consejerías.

El libro de David Jiménez es la prueba del nueve de que nuestra profesión tiene que abandonar de una vez por todas los complejos corporativistas. Los periodistas nos pasamos la vida enjuiciando al prójimo, hablando de sus glorias y sus miserias, incluso de condiciones laborales cuando, la nuestra, es una de las profesiones con más índice de precariedad en el mercado. Qué paradójico resulta, para alguien que percibe un sueldo más que exiguo por una jornada de casi diez horas, tener que informar a la opinión pública de lo mal que lo pasan los trabajadores de tal empresa afectados por la negociación de un convenio o la aplicación de un ERE abrasivo. Ojalá alguna vez se acabe con todo esto, aunque no sé si para entonces uno permanecerá en activo para vivirlo. Es algo que deseo fervientemente, por el bien de las generaciones que nos sucedan en este oficio, frente a ese periodismo que tan gráficamente Jiménez -David, que no Curro- califica en su publicación como “de trabuco”.

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