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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Murcia History X (II): la dignidad en puja

Baile de Inocentes en la Copa de Bullas, hacia 1980 - Paco Salinas

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En Murcia, durante décadas, el desamparo de la clase obrera fue utilizado de forma impune por los privilegiados de la dictadura hasta que el pueblo comenzó a organizarse. De 1966 a 1976, en la ciudad de Murcia se registraron un gran incremento de unidades cívicas y culturales, pasando de 67 alegaciones en el Plan General de 1966 a 768 en el Plan General de 1976. Uno de los concejales de la época más aperturistas, Ortuño Yánez, lo imputaba a una mayor conciencia cívica y al bien hacer informativo del Ayuntamiento de Murcia de la época. Desde nuestra perspectiva, la conciencia siempre estuvo presente en muchos murcianos, no así la disposición social a mostrarse abiertamente. Pese al fervor asociativo, las resistencias a la democratización estaba extendida, entre otros, por parte del alcalde murciano de la época: Clemente García.

La recepción de la transición en Murcia, al igual que en otros lugares de España, ha llevado a muchos murcianos a pensar que los protagonistas del cambio de régimen fueron los responsables institucionales y no a las organizaciones democráticas que afloraron en la ciudad, lanzando el mensaje que la política no institucional es estéril. Ese despertar de finales de los años 60 y principios de los 70, visto desde la perspectiva actual la podemos entender como la principal fuerza democratizadora de la transición. Todo ello acabó como una oportunidad perdida, ese proceso no tuvo continuidad, justo al contrario que grupos mediáticos como PRISA se han empeñado en repetir, podemos decir que desde las instituciones abogaron por una participación ciudadana yerma durante la década de los años 80, tal y como sugería el informe que realizó el sociólogo Petras. Sin ese contrapeso asociativo, en la actualidad, estamos cerca de vivir humillaciones como las que los murcianos y las murcianas de las clases populares vivieron durante las décadas previas a la transición.

Capítulo II: la dignidad de las clases obreras en puja.

Entre todas las expresiones corporales populares, podemos destacar como durante el primer franquismo los bailes de puja llegaron a tejer parte de las tramas sociales que se vivían en la cotidianidad. En los bailes de puja, mediante la exposición pública, se podía llegar a reafirmar un noviazgo a ojos del pueblo o a crear las controversias que pudieran desencadenar en rupturas, quizás auspiciada por la no conveniencia de un posible enlace en el sentir popular. Más allá de estas dinámicas, en este tipo de expresiones también se hacían sentir el efecto real de las políticas de la dictadura, las cuales dejaban a los obreros indefensos ante ciertas élites.

Una de nuestras testimonios, María Orenes (1936), nos explicaba que en La Puebla de Soto estos bailes también eran conocidos como los bailes de los inocentes y que eran “los dirigentes de la Iglesia” quienes los organizaban, ya que era para beneficio suyo. Carmen Ruíz (1935) nos explicaba: “Mi madre era de Barqueros y hacía to los años. El día de año nuevo, el día de los Inocentes, pago tanto por ella. ¡Pujaba! Mi madre como moza era la primera que sacaban pa' pujar”. Estos bailes se iban desarrollando hasta que se rompía el baile. Sobre los bailes de puja Carmen Ruiz (1935), Remedios (1942) y Encarna «La coja» (1940) nos explicaban: 

-Remedios: Se decía: “¡se ha roto el baile!” El que más daba era el que rompía el baile. 

-Encarna: Eso se hacía mucho en Burgos [La ermita de Burgos]. 

-Remedios: En la puerta de la Iglesia, eran para los mayordomos. 

-Encarna: Pa' la fiesta. 

-Carmen: Se bailaba pujando. 

-Remedios: Casá no podía ir, podía ir todo el mundo. 

-Encarna: Iban todos, de novios, más jóvenes... 

-Remedios: Te ibas con tu novia y no querías, te tenías que irte o... 

-Carmen: Se eligen que no tienen novio... Era solo un baile, era de día, solo se hacía pa' romper el baile. Tocaban a la que no querían. 

-Todas: ¡Pa' joderlos!, ¡pa' pelearlos o separarlos! 

Dos de nuestros informantes, Antonio Moreno (1934) y Estefanía Castillo (1940) pasaron su juventud en un pequeño núcleo llamado El Moralejo, a las afueras de Caravaca. Nos contaban otra experiencia sobre los bailes de puja. Una de las estrategias que utilizaban los zagales para forzar a las zagalas a bailar era tenerlas en cuarentena. En los bailes de puja a finales de los años cuarenta y durante los años cincuenta, era una situación que podemos interpretar como un acto donde se remarcaba de forma explícita la dominación masculina y de una clase respecto a otra. Los más adinerados podían pagar para que nadie bailara con su novia o para bailar con la novia de otro. Nuestros testimonios nos decían:

-Estefanía: En los bailes de las cuadrillas, veinte duros porque no se miren en to la noche o que salgan pa' fuera, los que tenían perras, sacabas tu novia a bailar, el que era rico decía 200 pesetas porque se quite de bailar con su novia. Que se quite ese que bailo yo, y si no lo pagaba te tenías que quitar. Era en Navidad y en el Carnaval, venían las cuadrillas. 

-Antonio: Pa' reírse los ricos de los pobres, los que tenían perras metían la virgen en el santuario... El baile de los Inocentes, sacaban a las perras. Hacían muchas judías con los pobres. Uno, pongo dos fanegas, el otro, yo cuatro pa' que la meta mi hijo. 

-Estefanía: Este [Antonio] y un cuñao suyo, que venía de Francia, traía dinero y era novio de la hermana de este, y entonces decía: “vamos a bailar”. Salíamos cuatro, decía mira... Y en seguida: “¡eh! Para la música, ¡eh! Tanto pa que se quiten”. Y el otro: “¡Eh! Que yo pongo el doble”, el otro: “¡Que siga la música!”, después de 6 seguidillas, seguía otra vez. 

-Antonio: Si cantabas pardicas era un tono, allí cuatro o cinco eran los que hacían el baile. Los ricos daban veinte fanegas. 

La dictadura fue un período largo y el nacionalcatolicismo no mostró una posición monolítica respecto a los bailes. Sin embargo, fue uno de los elementos donde la postura del Estado y la Iglesia establecía una relación más diáfana (Roca 1993), para ambas instituciones no era lícito. Aún así, si había un beneficio económico para los dominadores los bailes se veía con mejores ojos. Más allá de la cosificación actual de los bailes llamados populares y/o tradicionales, la creación de escenarios favorables a los dominadores en los cuales se mercantilizaba la dignidad sigue presente. Este recuerdo nos debe ilustrar sobre una cuestión: en las agendas de los grandes partidos no cabe la confianza. De tal manera, no será sino mediante la presión asociativa que podremos crear las condiciones para dotarnos de una cierta apertura a largo plazo, que no nos engañen, la política no se reduce a las instituciones y sus habitantes.

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