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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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El nazi que hay en nosotros

Recepción a jerarcas nazis en la sede de la Jefatura Provincial del Movimiento en Valencia.

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En un artículo anterior exhortaba a investigar los rasgos de nazismo que tenemos cada uno de nosotros individualmente. Hoy quisiera explorar nuestra cultura buscando características comunes con dicha ideología. Esta tarea es complicada al no constituir el nazismo una filosofía coherente y cerrada que sirva como referente claro para la comparación, además de que resulta siempre difícil mirarse uno a sí mismo (o a su cultura).

Nosotros, como los nazis, rendimos culto a la excelencia. No basta con hacer las cosas bien, hay que ser el mejor, o al menos uno de los mejores. La competitividad infiltra nuestro funcionamiento a múltiples niveles: en las oposiciones a un cargo público, en el acceso a plazas para estudiar en la universidad e incluso para ser admitido en un equipo de fútbol o en un grupo de baile se selecciona a los considerados más aptos. El resto es desechado.

En la subcultura médica la atención a gente que sufre podría haber desarrollado dinámicas de cooperación, solidaridad, apoyo mutuo, compasión, inclusividad, etc. Sin embargo, lo que se ha hipertrofiado es la cultura de la excelencia, que se exige explícitamente a los profesionales. Otra cosa distinta es que esta exigencia se traduzca en competencia profesional o en beneficio de los pacientes. La medición de los resultados de distintos profesionales y centros asistenciales para compararlos y primar a los mejores impera en el discurso, y lentamente se va extendiendo en la práctica.

La imposibilidad lógica de que todos sean los mejores plantea el problema de qué hacer con los “normales” e incluso con los “deficientes”. Los nazis tenían clara su respuesta. Nosotros maquillamos con políticas de inclusión una dinámica que deja en la cuneta a los menos competitivos.

El modelo nazi de excelencia incluía la pureza racial y la asunción de la ideología del partido, de la cultura nacional, en oposición a otras opciones culturales consideradas como “degeneradas”. Nosotros también compartimos la visión nacionalista, inculcada a los niños en las escuelas y promovida por prácticamente todos los medios de comunicación. Aunque el culto a la biología no adquiere en nuestro entorno la importancia que tenía en el nazismo y primamos unos valores diferentes a los de ellos, seguimos exigiendo la adaptación a un 'canon nacional'. Un futbolista puede jugar en una selección nacional de manera independiente a dónde haya nacido o de sus características biológicas (dejando al margen la cuestión de la excelencia), pero se le exige la nacionalidad con una pureza que queda manchada si ha jugado con la camiseta de otra selección.

Lenin se sorprendió (y asqueó) cuando al desencadenarse la I Guerra Mundial trabajadores de toda Europa se identificaron con las causas nacionalistas en vez de con el marxismo y la lucha de clases. Tras el Brexit, no creo que mucha gente se sorprenda de la fuerza del nacionalismo en nuestros días.

También compartimos con los nazis la intolerancia a la diversidad. A diferencia de ellos, nuestra cultura celebra (al menos oficialmente) ciertas variaciones individuales bajo el paraguas que ofrecen las distintas banderas de la 'diversidad protegida' (raza, discapacidad, LGBTIQ+…), pero trasladamos la intolerancia al terreno ideológico.

Alguien que expresase las ideas nazis en nuestra cultura encontraría una respuesta análoga a la que hubiera encontrado la expresión de nuestro pensamiento en la Alemania nazi. Esta afirmación requiere una matización importante: incluso antes de la guerra, los nazis expresaban su intolerancia con una violencia que en nuestro entorno es mucho más sutil y contenida, y que además, en la mayoría de lugares se mantiene limitada por el imperio de la ley.

Puede que algunas de las ideas de los nazis fuesen aprovechables. Puede que nosotros tengamos que replantearnos algunas de las nuestras (yo ciertamente abogo por esta segunda opción). En cualquier caso, como a Terencio, nada humano nos es ajeno y la auténtica elección es si decidimos mirar a los ojos al monstruo que llevamos dentro o preferimos mirar hacia otro lado.

El nazismo no es el único esqueleto que tenemos en el armario. Freud nos mostró que incesto y parricidio se ocultan bajo la superficie; Montaigne nos explicó lo cerca que estamos de los caníbales y la Historia, la mejor de las maestras, pone ante nuestros ojos nuestras propias acciones evidenciando lo que es un ser humano. Demasiado humano, me temo.

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