580 minutos sin luz en Molina de Segura: “Tengo 80.000 euros de maquinaria y diez cámaras inservibles”
“¿Tienes luz, vecina?”, le pregunta una mujer del barrio del Sagrado Corazón en Molina de Segura a otra, bata en mano. Los apagones no son comunes en este municipio murciano, pero suficientes como para que una bajada de los plomos no pille a nadie por sorpresa. Farfullando improperios contra su compañía eléctrica, se dispone a llamarles por teléfono. Es en ese instante se da cuenta de que también le han cortado la línea. Son las 12:32. No hay luz. Los teléfonos están muertos, también las líneas fijas.
Los propietarios de una tienda de informática se encuentran fuera de su establecimiento, que ha quedado totalmente a oscuras. Comparten sonrisas incrédulas con los trabajadores de otros comercios. “¿Tú tampoco tienes cobertura? ¿Qué compañía eres?”, plantea Sofía, una encargada. Se envía mensajes a sí misma en un chat para comprobar si vuelve la señal. Letras y letras se apilan, esperando el doble tic. 'N'. 'Y'. 'G'. 'V'. 'N', otra vez. Nunca llegan a su destino.
Muchos vecinos ya han atravesado el municipio en búsqueda de una sola línea de cobertura. Descubren que, al menos en Molina de Segura, el pueblo ha quedado desconectado de la línea eléctrica. Pasaría media hora hasta que comenzasen a llegar los primeros rumores de que el apagón podría afectar a toda la Región. “Esto es apocalíptico”, bromea un hombre con gafas de sol. La levedad de sus palabras contrasta con la forma en la que marca un teléfono. Una y otra vez.
Llevamos media hora sin luz.
Algunos tienen el teléfono operativo. Permanecen con el móvil pegado a la oreja. Son los únicos que pueden comunicarse con el exterior. Llaman y llaman, esperando que les coja el teléfono alguien que comparta su suerte. “Tampoco tienen luz en Galicia, nena, me lo ha dicho la Chari”, comenta una transeúnte. En ese momento suena a ciencia ficción, un imposible planteado desde el pánico. Una mujer mayor tras un portal confirma que el apagón es nacional. Sin un departamento de prensa del Gobierno, un periódico digital o redes sociales accesibles, los vecinos y los cuchicheos de la calle se convierten en las 'nuevas fuentes oficiales'.
“El Putin”
Una mujer menuda dice en voz alta lo que había pasado por la cabeza de varios vecinos: “El Putin”. No abunda en sus palabras, como si ese artículo determinado seguido del nombre propio del presidente ruso fuera explicación suficiente. Para muchos, con la cabeza atiborrada de noticias sobre una Europa que debería prepararse para la guerra, es una explicación válida.
Llevamos una hora sin luz.
Frente a la sede de la compañía eléctrica ubicada en el Paseo de los Rosales, un joven parece haber tenido una idea. Sonríe y se introduce en el local pensando que allí le darán las claves del apagón, tal y como ha ocurrido otras veces: qué ha pasado, de quién es la culpa, pero sobre todo, cuándo acabará. Pregunta con amabilidad, pero tratando de no transmitir un deje de desasosiego que comienza a respirarse fuera: “No se nada, sé lo mismo que vosotros: nada”, dice la encargada, mientras le quita pelos y pelusas a una fregona. “Estoy igual de incomunicada”. Se dispone a limpiar la oficina para pasar el tiempo, aunque ya está impoluta.
Sin timbre y con embutidos
El murmullo de la calle se ve roto por gritos puntuales. “¡Sole!”, “¡Iván!!, ”¡Cari!“, llaman con insistencia frente al portal de sus casas. Los timbres eléctricos no funcionan y se han quedado fuera. ”Mi portal va con código y no responde, voy con los dos niños, la compra ¿ahora qué?“, se lamenta Nuria, mientras los pequeños le tiran insistentemente del brazo.
“Prefiero estar sin agua, me está comiendo la ansiedad”, confiesa Leticia, que no sabe si tendrá que ir o no al trabajo. En el interior de su casa, consulta su teléfono por compulsión. Tras una hora y media sin luz, los vecinos deciden darse una tregua y comer. Trasiegan sus neveras como si dentro hubiera un animal rabioso a fin de evitar que se escape el frío. “¿Lo que le pase a la nevera es cosa del seguro?”, pregunta Marisa, una vecina, en un día cargado de interrogantes. Los que tienen cocina de gas conservan algo de normalidad, mientras que el resto tira de ensaladas o embutidos.
Llevamos tres horas sin luz.
El paso del tiempo comienza a pesar en los vecinos, preocupados por sus familiares. Pero en los comercios el apagón ya sabe a película de terror. Olegario padre fuma frente a su farmacia de la Calle Mayor del municipio murciano. Trata de mostrar tranquilidad ante esta situación tan extraordinaria: “Me han comentado que esto [el apagón] puede durar otras seis horas”, suspira.
Las recetas, en papel
“Tenemos mucho dinero en las neveras. Ahora mismo la temperatura es estable, pero no sabemos cuánto durará así. Mi hijo ha ido por hielo, es su segundo viaje”. En el horizonte, aparece Olegario hijo corriendo, casi sin aire, con dos bolsas de hielo en la mano.
“No podemos dispensar con receta electrónica, solo con las que van a papel. Pero también tenemos el problema de que los precios están en el ordenador, por lo que no sabemos cuánto cobrar”, enumera Olegario padre. “Estamos atendiendo emergencias, la gente es lo primero”, asegura.
Llevamos cuatro horas sin luz
Calle abajo, Olga, la dueña de una cafetería en el Paseo de los Rosales también está fumando. Está sentada en su propia terraza con uno de los parroquianos. Tiene el semblante de una persona que se ha reconciliado con la derrota: “Tengo 80.000 euros de maquinaria, diez cámaras en el negocio y la persiana eléctrica; todo inservible”, suspira, mirando al género de la jornada, ya arruinado. “Si no vuelve está noche, ¿qué va a pasar? La semana pasada me robaron la cámara que tengo fuera, a plena luz del día”, denuncia. “Los ladrones nos van a echar a suertes”, murmulla para sí.
La luz regresa de forma irregular
En la vía principal, una gran superficie del pueblo ha cerrado. Dentro, junto al escaparate, están las cajeras. Las persianas están bajadas y comparten un litro de cerveza. No pueden escuchar nada del exterior, pero brindan y vitorean con los transeúntes que pasan a su lado. Junto a este hipermercado, un bazar permanece abierto con una cola kilométrica. Por seguridad, los dueños solo dejan pasar a los clientes de uno en uno. Se compra mucha agua, la cena de la noche y avituallamiento para aguantar unos días.
“Me iré al monte a pasear con los perros. A ti te han fastidiado las novelas, verdad?”, comenta una chica a su abuelo.
El resto de las horas avanzan con parsimonia y, cuando llega la temida noche, se hacen eternas. La actividad de la calle se apaga y la sustituye las voces de la radio, que suenan robóticas a través de los transistores. Las cenas, sobrias, imitan a las comidas del mediodía. Muchos siguen cenando cuando la luz vuelve a sus casas. Vuelve por barrios: en Sagrado Corazón se iluminan las primeras calles a las diez de la noche, mientras que en el de San Antón se harían esperar a la madrugada. El regreso de la electricidad es recibido entre exclamaciones de asombro y aplausos de los vecinos, que salen a los balcones a vitorear el encendido de semáforos y farolas.
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