José Moñino, Conde de Floridablanca: la luz ilustrada que aún guía el pulso de Murcia
En este 2025, cuando Murcia celebra los 1.200 años de la fundación de Mursiya, la ciudad mira inevitablemente hacia aquellas figuras que, con su talento y su voluntad política, contribuyeron a dar forma a la identidad moderna de la región. Entre todas ellas, pocas destacan con tanta fuerza como la de José Moñino y Redondo, Conde de Floridablanca, una de las personalidades más influyentes del reformismo ilustrado español y un hombre cuya huella late aún en muchos de los símbolos urbanos que definieron a la Murcia decimonónica: el Real Casino, el Jardín de Floridablanca y la Estación del Carmen.
Su biografía —que arranca en 1728 en la calle Platería y culmina, un siglo después de su muerte, con el retorno de sus restos a la ciudad— es la historia de un murciano universal que supo navegar entre el Antiguo Régimen y las convulsiones que condujeron a la España contemporánea. Fue ministro de Carlos III y Carlos IV, diplomático decisivo en la política exterior borbónica y, sobre todo, un firme defensor de la legalidad y del gobierno civil frente a los excesos de cualquier poder, incluidos los del propio monarca.
Sin embargo, más allá de su relevancia estatal, Floridablanca encarna también la transformación de Murcia en un tiempo marcado por la ilustración, la modernización de las infraestructuras y la apertura al mundo. La Murcia del XIX —la que empezaba a ensanchar su casco urbano, a impulsar espacios públicos y a integrarse en la red ferroviaria— no podría entenderse sin el espíritu reformador que él representó y que, de algún modo, impregnó las décadas posteriores.
El estadista murciano en la hora decisiva: la Guerra de Independencia
Aunque Floridablanca es recordado sobre todo por su carrera ministerial, su papel durante la Guerra de Independencia (1808–1814) lo sitúa en un lugar destacado de la historia murciana y española. Tras la abdicación de Carlos IV y el ascenso de José I Bonaparte al trono, el murciano se convirtió en uno de los referentes del poder legítimo frente a la ocupación francesa.
En Murcia, impulsó la organización de la Junta Suprema de Murcia, uno de los primeros órganos de resistencia institucional del país. Su autoridad y prestigio hicieron que en septiembre de 1808 fuese nombrado presidente de la Junta Central Suprema, que actuó como gobierno nacional en ausencia del monarca y coordinó a las juntas provinciales. En una España fragmentada, Floridablanca defendió la necesidad de un mando único y de restaurar el orden jurídico sin caer en los excesos revolucionarios que Europa estaba presenciando.
La enfermedad y las discordias políticas lo apartaron del poder poco antes de que la Junta se disolviera, pero su papel fue crucial: contuvo la anarquía, sostuvo la legitimidad del Estado y promovió la convocatoria de unas Cortes que terminarían alumbrando la Constitución de 1812. Su nombre, en consecuencia, quedó asociado a la defensa de las instituciones y al espíritu reformador que después marcaría buena parte del siglo XIX.
El destino póstumo de un grande: de Sevilla a la Capilla Real y, finalmente, Murcia
La muerte sorprendió al conde en Sevilla, en diciembre de 1808, apenas unas semanas después de abandonar la presidencia de la Junta. La ciudad, consciente de la magnitud del personaje, le rindió honores excepcionales. Su cuerpo fue expuesto en la sala de los Embajadores del Alcázar hispalense, uno de los espacios más solemnes del conjunto palaciego.
Al día siguiente, el féretro entró en la Catedral de Sevilla por la puerta Mayor, un privilegio reservado tradicionalmente a los reyes. Allí recibió sepultura en la Capilla Real, junto a figuras históricas de enorme relevancia como Fernando III, Alfonso X y María Padilla. El símbolo era claro: Floridablanca, aunque no fuera monarca, había servido a la Corona con una lealtad y una altura de miras equiparables a las de un soberano.
Sin embargo, su vocación de murciano persistió incluso después de muerto, porque su voluntad era reposar en su tierra. Solo un siglo más tarde, en 1908, se cumplió ese deseo: sus restos fueron trasladados a Murcia y enterrados en la iglesia de San Juan Bautista, donde aún descansan. Con ese gesto, la ciudad saldó una deuda histórica con uno de sus hijos más ilustres.
La Murcia del XIX y los símbolos de la modernidad: una ciudad a la altura de su legado
El siglo XIX fue para Murcia un periodo de transición entre la tradición agrícola y la modernidad urbana. La capital se expandió, sus instituciones se fortalecieron y surgieron espacios públicos y edificios que hoy constituyen parte esencial de su identidad. Tres de ellos —el Real Casino, el Jardín de Floridablanca y la Estación del Carmen— pueden leerse como capítulos de una misma historia: la de una ciudad que, inspirada por el espíritu ilustrado que representaba Floridablanca, quiso abrirse al progreso.
El Real Casino de Murcia: símbolo de una nueva burguesía
En pleno corazón de la ciudad, en la calle Trapería, el Casino de Murcia, iniciado en 1853 y hoy uno de los edificios civiles más visitados de la región, es el reflejo arquitectónico del auge de la burguesía local durante la segunda mitad del siglo XIX. Con su mezcla de estilos —neonazarí, clasicista, modernista, academicista—, este edificio encarna la voluntad de la ciudad de integrarse en las corrientes culturales europeas.
El Casino funcionó desde el principio como centro social y cultural, lugar de tertulias, bailes y encuentros donde se gestó buena parte de la vida intelectual murciana. Su restauración entre 2006 y 2009 —que culminó con la concesión del título de Real por el rey Juan Carlos I— no solo recuperó su esplendor, sino que lo reafirmó como uno de los símbolos más reconocibles de la Murcia contemporánea.
Aunque el Casino nació décadas después de la muerte de Floridablanca, responde a la misma voluntad de modernización que él impulsó en la administración y en la vida pública. En su arquitectura y en su función social se percibe el eco del reformismo ilustrado: una ciudad que busca espacios de convivencia, cultura y progreso.
El Jardín de Floridablanca: el primer parque público de Murcia
En la margen derecha del Segura, en el barrio del Carmen, se encuentra el Jardín de Floridablanca, creado a mediados del siglo XIX y considerado el parque público más antiguo de la ciudad. Su origen se remonta a la antigua alameda situada en el partido de San Benito, un área entonces semirrural, próxima a los conventos de Carmelitas y Capuchinos y atravesada por el camino real de Cartagena.
Las intervenciones urbanas del siglo XVIII —el puente de los Peligros, la plaza de Camachos o la configuración del actual eje de la calle Floridablanca— prepararon el terreno para una Murcia más abierta y moderna. En 1786, el corregidor Juan Pablo de Salvador amplió la alameda plantando nuevos árboles, un gesto que parece anticipar las políticas ilustradas de embellecimiento urbano.
Más tarde, ya en el siglo XIX, las tendencias paisajísticas llegadas de Madrid inspiraron una profunda transformación: Vicente Cano Altares ordenó construir un emparrado monumental, un cerramiento y varios macizos de flores, trabajos dirigidos por el arquitecto Juan Bautista Lacorte. Así nació el jardín tal y como lo conocemos, un espacio de paseo y esparcimiento que fue bautizado en honor al ilustre ministro murciano.
El Jardín de Floridablanca no es solo un homenaje nominal: encarna los valores que él defendió: civilidad, orden urbano, uso público de los espacios; y punto de enlace emocional entre el barrio del Carmen y la figura del estadista.
La Estación del Carmen: la Murcia que se conecta con España
El tercer gran símbolo del siglo XIX murciano es la Estación del Carmen, cuyo origen está ligado a la expansión ferroviaria impulsada por la Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante (MZA). La línea Murcia–Cartagena se inauguró efectivamente en 1863, tras un viaje preliminar de la reina Isabel II en octubre de 1862, cuando las obras aún no estaban terminadas y la ciudad solo podía ofrecer un pabellón provisional para recibir a la familia real.
El edificio definitivo, diseñado por José Almazán, comenzó a construirse en septiembre de 1863. Y con él surgieron industrias, almacenes y comercios que transformaron urbanísticamente todo el entorno del Carmen. La llegada del ferrocarril significó la integración de Murcia en los circuitos nacionales de comercio y movilidad: en 1884 se sumó la línea Alquerías–Alicante, en 1885 la de Alcantarilla–Lorca —primer paso del futuro ferrocarril Murcia–Granada— y en 1910 se añadió la marquesina metálica que caracteriza su imagen actual.
La estación, por su vocación de apertura al exterior, representa el salto definitivo de la ciudad al mundo contemporáneo. Es una Murcia que ya no solo produce, sino que se conecta; que ya no mira solo hacia dentro, sino hacia el conjunto del país.
Tres símbolos, una misma herencia
El Real Casino, el Jardín de Floridablanca y la Estación del Carmen forman, juntos, un mapa sentimental de la Murcia decimonónica. Tres hitos distintos, pero vinculados por un mismo espíritu: la voluntad de construir una ciudad moderna, culta y abierta, justamente los valores que definieron la carrera política de José Moñino.
Hoy, al celebrar los 1.200 años de Mursiya, la figura del Conde de Floridablanca adquiere una nueva dimensión. Ya no es solo el ministro ilustrado, el diplomático brillante o el presidente de la Junta Suprema: es también el símbolo de una manera murciana de entender el progreso, basada en el equilibrio entre tradición y modernidad, entre identidad local y vocación universal.
Murcia, que conserva su nombre en un jardín, en calles y en monumentos, sigue reconociendo su papel como uno de los grandes hijos de la ciudad. Y al caminar por Trapería hacia el Casino, al pasear bajo las sombras del Jardín del Carmen o al ver llegar un tren a la estación que abrió la ciudad al mundo, el recuerdo de Floridablanca se hace presente: discreto, ilustrado, decisivo.
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