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ENTREVISTA | Ibone Olza

“Hay hospitales públicos con tasas de cesáreas vergonzosas y hasta peligrosas”

Ibone Olza.

Ana Requena Aguilar

Doctora en Medicina, psiquiatra infantil, profesora asociada de la facultad de Medicina de la Universidad de Alcalá. Ibone Olza tiene a sus espaldas varios títulos pero si por algo es conocida es por su activismo e investigaciones sobre la salud de bebés y madres en la primera infancia.

No en vano fue una de las fundadoras de la asociación El Parto es Nuestro, una de las organizaciones pioneras en la denuncia de la violencia obstétrica y que ha promovido que la humanización del parto se extienda por los hospitales.

Olza publica ahora 'Parir' (Ediciones B), un ensayo que analiza el parto desde distintas vertientes y que busca “lograr que dar a luz sea un acontecimiento de empoderamiento para las mujeres”, pero también mejorar la experiencia de los profesionales que lo atienden.

¿Qué necesita una mujer para parir?

Suena raro pero creo que lo mismo que para hacer el amor, son las mismas hormonas y la misma fisiología: sentirte segura, protegida, que te atienda alguien de confianza, que respeten tu cuerpo y el proceso del parto, lo que es el cuidado de una buena matrona. El parto conlleva un peculiar estado de conciencia y para parir hay que dejarse llevar, dejar de pensar y entrar en un estado más instintivo.

Hay que entender que muchas cosas que se hacen de rutina son muy peligrosas, por ejemplo, los tactos vaginales. Que cualquier desconocido venga y te meta los dedos hasta el cuello del útero te saca de tu estado de parto y aumenta los riesgos de infección. Las buenas matronas son capaces de atender un parto sin casi hacer estos tactos o haciéndolo una o dos veces.

Sin embargo, la de los tactos vaginales es una práctica muy asumida, como lo son otras, como poner oxitocina o las episiotomías. ¿Hasta qué punto son necesarias o simplemente se han interiorizado como una rutina más?

No se puede generalizar porque en cada caso cada una de esas intervenciones puede ser necesaria. Pero hay una práctica muy aceptada, la de inducir el parto, para la que en muchos casos no hay razón suficiente. Otra cosa que se hace es que se prohíbe beber y comer en el parto y eso es una barbaridad: se hace porque hay un riesgo remotísimo de que si tienes una anestesia general haya una aspiración de contenido gástrico a los pulmones. O la epidural, que está muy bien pero que no es la única forma de aliviar el dolor.

El problema es que solo ofrecen una y conlleva que no te puedes mover. O poner a la mujer en el potro obstétrico, que es algo desaconsejado, se sigue haciendo en la mayoría de los casos cuando hay mucha evidencia de que no ayuda al parto. La maniobra de kristeller –apretar e incluso saltar sobre la barriga–, está totalmente desaconsejada desde hace años y se sigue haciendo en muchos partos.

Pero hay una confianza general en que los profesionales de la salud te van a dar una respuesta que es la más adecuada, basada en criterios médicos, ¿no es así?

No podemos asegurar que siempre sea así, especialmente en la sanidad privada, en la pública hay otros problemas. Llevamos mucho tiempo reclamando la transparencia en la obstetricia, es decir, que tú puedas saber qué tasa de cesáreas o episiotomías tiene un equipo, cuántos bebés son separados de sus madres nada más nacer... Si supiéramos, podríamos elegir. El problema es que esos datos no son públicos. En la sanidad pública es un poco más fácil acceder a esta información. Aún y todo hay muchas cosas que tendrían que mejorar bastante.

En la pública, en Madrid mismo, hay hospitales que permiten al padre pasar a una cesárea y otros que no. Hay cesáreas que son muy necesarias y salvan vidas, pero hay formas de hacerlas: no es lo mismo que entre tu pareja, que puedas recibir a tu bebé, que te lo pongan encima nada más nacer, que lo primero que escuche sea tu voz, que si no te encuentras bien haya piel con piel con el padre... Hay muchas separaciones que se hacen aleatoriamente. Esto hay que cambiarlo ya, no hay justificación.

¿Y qué pasa para que muchos profesionales cuyo cometido es el de atender lo mejor posible a una mujer de parto se comporten así?

Muchos profesionales todavía tienen una visión del parto totalmente influida por el miedo y como solo han visto partos atendidos así no conocen otra realidad. Muchos no han visto a una mujer parir sin medicación y en la postura que le da la gana. Hay muchos profesionales formados en la medicalización del parto, que surge de una medicina muy misógina que no respeta el cuerpo de la mujer o que lo ve como una visión imperfecta del cuerpo del hombre. Desde ese punto de vista el cuerpo de la mujer es una bomba de relojería a punto de estallar, el parto es lo más peligroso y hay que sacar corriendo a los bebés.

Hay también una lucha de poder: hay que devolver el poder a las matronas como expertas en el parto normal y dejar a los obstetras para cuando hay un problema. Eso va contra la jerarquía que hay en los hospitales.

Entonces, ¿están las mujeres decidiendo sobre sus partos?

Ojalá, pero todavía estamos lejos de decidir, en muchos no se respetan las decisiones de las mujeres. Puede suceder que una mujer presente incluso un plan de parto en el hospital y que eso se ningunee por completo. Se juega lo que llamamos la 'carta del bebé muerto': te amenazan con miedo, te dicen que tu bebé corre peligro y ante eso una mujer está dispuesta a que le hagan lo que sea.

¿Hasta qué punto influye la ciudad y el hospital en el que vaya a dar a luz una mujer en el parto que va a tener?

Influye muchísimo, incluso dentro de una misma ciudad puedes ir a dos hospitales públicos con las mismas condiciones clínicas y tener una atención totalmente diferente. Sigue siendo una especie de lotería.

¿Por qué?

Empezamos El Parto es Nuestro en 2003 y en estos quince años muchas cosas han mejorado. El trato vejatorio e insultante hacia muchas parturientas en los años 80 y 90 que había ya es excepcional. Ahora los profesionales se sienten más observados. El problema es que el maltrato ahora es más sutil. En la sanidad privada es mucho más grave que en la sanidad pública porque si tu ginecólogo de toda la vida te dice que el bebé viene muy grande, con una vuelta de cordón o viene con poco líquido no te está diciendo que en realidad se va el fin de semana a esquiar y no puede estar atendiendo tu parto y por eso te programa una cesárea para el miércoles. En ese momento tú te fías, no tienes por qué saber, es una relación de confianza.

Eso en Madrid, pero ¿qué pasa fuera? En la capital hay muchos hospitales, compiten por atraer mujeres embarazadas y ofrecen protocolos de parto humanizado. Pero, ¿y en otras provincias donde muchas veces las mujeres no pueden elegir hospital?

Sí, hay mujeres que hacen turismo obstétrico: que han tenido una o dos cesáreas, están embarazadas de nuevo y quieren intentar un parto vaginal, algo avalado por la evidencia científica, y en su hospital de referencia no les permiten eso así que van a otra ciudad. Hay grupos de El Parto Es Nuestro en algunas ciudades denunciando que hay hospitales públicos con unas tasas de cesáreas vergonzosas y hasta peligrosas. Ahí tienen un poder obsoleto los jefes de servicio de obstetricia: ellos mandan y en sus servicios se hace lo que ellos digan.

Sin embargo, el Ministerio de Sanidad tiene desde hace años una Estrategia de Atención al Parto Normal donde se habla de la humanización del parto y se desaconsejan algunas de estas prácticas de las que usted habla. Estrategia de Atención al Parto Normal

Sí, pero el ministerio dice que como la sanidad está transferida a las comunidades solo pueden hacer recomendaciones pero no pueden exigir que se implanten.

¿Todo esto es parte de lo que se llama violencia obstétrica? ¿Qué es exactamente la violencia obstétrica?

Es todo lo que supone una falta de respeto hacia las mujeres en el parto y hacia sus bebés y eso puede incluir desde no respetar la fisiología del parto a no advertir de los riegos de las intervenciones y hacerlas sin que ella esté informada y haya consentido. Ahí se pueden entender como violencia las cesáreas innecesarias y las episiotomías pero también que se lleven a tu bebé nada más nacer sin que haya una buena razón para ello y tardes ocho horas en verlo. Es todo un conjunto de prácticas que se hacen a la mujer en un momento de vulnerabilidad máxima como es el parto sin informarla y sin contar con su consentimiento.

A nuestro observatorio de violencia obstétrica llegan mujeres que piden ayuda para que alguien ponga una reclamación en su hospital o dé un tirón de orejas a la comunidad autónoma. Llegan también testimonios de muchos profesionales profundamente traumatizados porque perciben esa violencia y son conscientes de que a una mujer en un parto se le han hecho cosas sin su consentimiento. Esos profesionales están tratando de mejorar la atención al parto y muchas veces sufren bullying.

¿Qué se puede hacer desde las políticas públicas?

Mucho. El tema de fondo es la maternidad: el miedo a perder el puesto de trabajo desde el embarazo, mujeres incluso que abortan para no perder el empleo, partos prematuros por estrés laboral, cómo se viven los embarazos medicalizados y con miedo, la extinción de la embarazada sana... Es difícil vivir un embarazo relajada y confiada, quien no tiene una cosa tiene otra. Como sociedad hay que cuidar más eso, que no sea una carrera de obstáculos. Y hay que apostar mucho más por la transparencia, penalizar a los hospitales que no cumplen las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud.

¿Y después del parto? Parece que después de parir solo importa la salud del bebé. ¿Está preparado el sistema para atender a las mujeres más allá de las atenciones de los días inmediatos a que dé a luz?

Hay un vacío ahí enorme. Por un lado, la maternidad está idealizada, tiene que ser lo más bonito y lo mejor que te ha pasado en la vida y además en un contexto de consumismo en el que tienes que comprar y recuperar el tipazo. Por otro, muchas mujeres se llevan un batacazo enorme, porque eres madre y no hay ayudas, no hay soporte, no hay red, te ves excluida de muchas situaciones sociales por ir con un bebé.

Esa soledad con la que muchas mujeres se dan de bruces es el principal factor de riesgo para una depresión postparto. Aunque no llegues a la depresión es muy difícil dar con una atención profesional de calidad. Afortunadamente ahora están los foros, los grupos de apoyo... las mujeres nos estamos buscando la vida. Pero si hay tanta dificultad y sufrimiento en el postparto es sobre todo por aspectos socioculturales, no porque tengamos una tendencia natural a deprimirnos.

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