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Sobre este blog

La palabra muruza es montañesa. Significa “conjunto desordenado de cosas por lo general menudas” y en particular “ingredientes”. Es una palabra que carece de vitalidad. Y no por insuficiencia propia, sino debido a la situación de diglosia o depreciación de lo propio (por lo general inducida) que padece el montañés. Lo mismo sucede con el resto de modalidades lingüísticas cántabras. Así, que las esquilas pasen a ser quisquillas cuando se cocinan, los muergos navajas, los muriones caracolillos o que no haya carne de jatu a la venta en las carnicerías son situaciones anómalas provocadas por este problema, la diglosia, cuya solución pasa por el aprecio a lo propio. Y sabido es que no se puede apreciar nada que no se conozca.

El ser humano es en lo que le rodea. La cocina es una forma de ser.

Y de estar, de ahí la expresión cultura del territorio.

Ser y estar son nuestras dos coordenadas vitales básicas. Ningún lugar mejor que éste para empezar.

Las fotografías, todas originales y en blanco y negro, propiedad del autor, aluden al texto, no necesariamente de forma explícita. La relación no es unívoca. Lo mismo sucede con los textos, de redacción fragmentada, cuya ligazón requiere del esfuerzo liviano si bien sostenido del lector. Y como en la cocina, no es obligado seguir receta alguna.

Viñales

Viñales de Laredo. |

Mario Corral García

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Es característica de La Marina la figura del obrero mixto, el obrero con vacas en casa, de las que solía ocuparse la mujer.

Las familias pejinas también eran mixtas. Y es que además de faenar en la mar cultivaban la tierra, en particular viñas. El vino producido era de antiguo chacolí, denominación patrimonial relacionada probablemente con el vasco etxe, “casa”, de lo que resulta “el vino de casa”, lo cual no quiere decir que sea una palabra de origen vasco, solo que es una palabra perteneciente a un sustrato lingüístico antiquísimo compartido con el vasco. A este sustrato se le etiqueta como preindoeuropeo y a él pertenecen otras palabras netamente cántabras como argayu, “desprendimiento”, y gándara, “terreno rocoso por entre cuyas piedras fluye el agua”, todas más antiguas que las más antiguas a las que podemos poner fecha.

Las viñas o viñales eran también secaderos de redes. Esta superposición de significados probablemente se deba a que los soportes para las viñas eran parecidos a los que se utilizan para tender las redes o a que, una vez desaparecidas las viñas, sus soportes fueron reutilizados para esta otra labor.

En el periódico santanderino El Buzón de la Botica de 1848 se lee: “Las risueñas colinas de Miranda y del Alta repitieron mil veces las alegres cantinelas del laborioso pescador que cubría el suelo con la fresca hoja de la verde vid. […] Arábale el pescador cuando la débil proa de su barquilla no podía surcar el airado mar [...] Pero vino el pueblo nuevo y cambió por oro las tierras de su madre, y la achacosa anciana tuvo que abandonar las viñas de sus mayores y reducirse solo al fruto del mar”. En La Voz de Cantabria de 1931 Manuel Llano escribe en uno de sus artículos pejines lo que sigue: “Días tristes de la dársena al Concejo, del Concejo a los viñales, de los viñales a las barcas, de las barcas a las nieblas de la costa”. Baldomero de Laredo escribe en sus memorias lo siguiente: “Cuando dije que el barco estaba pegado a los viñales, no quise decir que estuviera cerca de algún viñedo. Seguramente en tiempos ya olvidados había viñas, que se las conocería por viñales, y así quedó para siempre, aunque luego fuera donde se colgaban las redes para secar”.

En la costa norte de Santander se sigue llamando a las fincas viñas o viñucas si son de pequeño tamaño, como suele.

Efectivamente, no es raro encontrar cepas en las fincas de Cueto, recostadas en las paredes, asomando entre las piedras de los montones que resultan de limpiar las fincas. Las que el olvido ha traído hasta nosotros son más de los pájaros, se las debemos más a ellos que a nosotros, que a nuestros cuidados.

Estas fincas costeras son hoy en su mayoría prados y huertas de altos muros de piedra armada en seco, sin aglutinante. Pero en su origen es probable que fueran viñas. Su nombre parece confirmarlo. Si así fuera, la costa norte de Santander tendría que ser catalogada como un antiguo paisaje de viñedo de alto valor patrimonial. Incluso la UNESCO podría mostrar interés por él, de ser informada. Su potencial es, pues, enorme. Sería una lástima perder esta oportunidad. Si acaso enterráramos este paisaje bajo capas funcionales espurias, ajenas a su naturaleza, por ejemplo un campo de golf, lo perderíamos irremediablemente, a este paisaje y a lo que puede llegar a ser sin necesidad de ser otro.

Sobre este blog

La palabra muruza es montañesa. Significa “conjunto desordenado de cosas por lo general menudas” y en particular “ingredientes”. Es una palabra que carece de vitalidad. Y no por insuficiencia propia, sino debido a la situación de diglosia o depreciación de lo propio (por lo general inducida) que padece el montañés. Lo mismo sucede con el resto de modalidades lingüísticas cántabras. Así, que las esquilas pasen a ser quisquillas cuando se cocinan, los muergos navajas, los muriones caracolillos o que no haya carne de jatu a la venta en las carnicerías son situaciones anómalas provocadas por este problema, la diglosia, cuya solución pasa por el aprecio a lo propio. Y sabido es que no se puede apreciar nada que no se conozca.

El ser humano es en lo que le rodea. La cocina es una forma de ser.

Y de estar, de ahí la expresión cultura del territorio.

Ser y estar son nuestras dos coordenadas vitales básicas. Ningún lugar mejor que éste para empezar.

Las fotografías, todas originales y en blanco y negro, propiedad del autor, aluden al texto, no necesariamente de forma explícita. La relación no es unívoca. Lo mismo sucede con los textos, de redacción fragmentada, cuya ligazón requiere del esfuerzo liviano si bien sostenido del lector. Y como en la cocina, no es obligado seguir receta alguna.

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