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Nuevas elecciones, la carrera interminable

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Rosa María Artal

Exhaustos llegamos a la convocatoria de nuevas elecciones. Una decisión previsible a la vista de cómo transcurría el proceso, de la que hemos hablado tanto que ha exprimido hasta el tuétano los argumentos. Y las consecuencias que cabe esperar. Nos quedan los estados de ánimo y las realidades que subyacen. Un escenario donde, en servicio al establishment, se huye de la izquierda aunque lo manden los votos. Y en el que la principal característica de los líderes políticos -salvo escasas y relativas excepciones- es la mediocridad.

Verán, me dormí y me desperté de forma intuitiva con la imagen de la carrera por la playa en Carros de fuego, la mítica película de 1981 encumbrada a la gloria por la música de Vangelis. Pies desnudos sobre la arena y el agua, que siguen después por pistas regladas y salvan obstáculos y continúan corriendo. Con placer o con dolor. El esfuerzo y el talento, la pugna. Duelo épico y bélico. Hombres solos, como solía suceder. Los atletas británicos de Carros de fuego llevan varias décadas desplazándose al ritmo acelerado del salto de sus pies. Con una meta: el éxito, quizás la conquista. Forrest Gump, en cambio, echó a correr un día simplemente para huir, para olvidar. Sin rumbo. Sin tiempo.

Llevamos en España 5 meses corriendo, sin avanzar. Desde el 28 de abril. No, desde que empezó aquella carrera. No, desde que hubo un cambio de gobierno por procedimiento excepcional y absolutamente justificado. No, desde 2016. No, desde 2015. Con las navidades encima, los turrones en la mochila y un plumífero por si acaso. Hemos atravesado nieves, vientos, brumas, lluvias, calor sofocante, dulces primaveras y cálidos otoños. Alcanzamos una meta y se desmorona. Se impone volver a emprender la marcha, llegamos y se cae también. Y otra, pero se aleja conforme nos acercamos y hay que continuar corriendo. La carrera interminable, mientras se orillan los problemas de la gente común.

Algunos gritan. Apenas siquiera ya en queja. En protesta sí, que es distinto. Animando a sus equipos, zancadilleando a los rivales. Muchos chillan para no oírse. El ruido apaga el sonido de los pasos. Hay una meta, precisamos coronarla y empezar a trabajar. Las metas no son para ponerse medallas, ni subir a los escalones del podio. No solo, son para sentar algún tipo de principio o fundamento.

Es difícil orientarse. Decenas de estímulos pugnan por distraer la atención. En realidad, por captarla para entretener y despistar. Cambian colores, brillos, sonidos, aunque los mensajes sean los mismos. Esto es así y no hay más que hablar. Por su propio bien, asústese. Surgen palabras nuevas para viejos conceptos que estimulen al personal (relato, DANA). Corra hacia ninguna parte. Compre. Compre productos, ideas, odios, fervores, prioridades. Ya le diremos.

Contratos a dedo, nuevas tramas de corrupción, las salas de juicio sientan acusados, algunos colegios siguen abriendo en barracones, el sueldo no llega y los pisos son cada vez más un bien de lujo. ¿Saben que en los aledaños de la M30 de Madrid o en la Avenida de Camilo José Cela no mucho más lejos hay gente viviendo debajo de un puente? Seres humanos aguardan a ser “repartidos” -con suerte- porque un día decidieron correr sobre las aguas y no les aguardaban las fanfarrias del triunfo. Y el machismo continua matando, ahora ya de tres en tres, con los hijos delante, heridos de muerte de por vida. Mientras la política sucia, suaviza la etiqueta real. Algunos han dejado de correr. Algunas, sobre todo. Las han apartado del camino.

Y mientras aquí los políticos se mandan cartas en el tiempo de descuento, más allá se envían drones con explosivos y sube el precio del petróleo. Con cuanto conlleva. Pero lo importante es el torpe teatrillo. Lo que éste dice, lo que el otro propone, desfachatez sonrojante queriendo trucar la voluntad popular, hablar de Estado cuando quieres decir intereses personales, avistadas las encuestas y con la silla en la mente. O el sentar simplemente los reales. El votante es lo de menos. Y crear ambiente: “estuvieron hablando de”..., oyes en la calle. “Dicen”. “Yo creo”. “Son unos impresentables”. “¿Quiénes? Todos”. “No, éste”. “No, el otro”. Y esto da para mes y medio más como mínimo.

Y el palacio y la foto, uno por uno, el apretón de manos, la sonrisa. Las mil, dos mil, opiniones que escudriñan los gestos. ¿Siguen corriendo? ¿Hay meta? ¿Volante o de fin de etapa? ¿o fin de carrera?

Los sueños vuelan más alto. Mirando los trompicones, las caídas, los esfuerzos, el talento, las ganas, el cansancio. La torpeza, la empecinada vanidad. Los que llegan adonde siempre estuvieron, siempre los mismos. Mientras salen conejos de las chisteras. Para carreras patéticas, por cierto, las de los conejos tras una zanahoria. Si lo siguen haciendo, porque es probable que hasta los gazapos –y nunca mejor dicho el sinónimo- hayan aprendido.

Pensamientos para entretener las horas de un día que iba a depararnos… ¡Nuevas elecciones! Salió la fumata blanca. Hay que seguir corriendo, la meta se va más allá. Otra vez. Y aunque hubiera sido gobierno en precario, con espadas en alto, por la incomodidad del vencedor, o la hipoteca del apoyo de última hora. A correr toca de nuevo.

Cómo agota volver a la caseta de salida. Cada vez con peores humores. Políticos abrasados y, lo que es mucho peor para la sociedad, insoportable descrédito a la política. Intolerable. La carrera sin fin. Carros de fuego de un profeta que sube a ninguna parte o Forrest Gump corriendo absorto para no llegar ni a sí mismo. Inmenso tedio, a ratos indignación. Un banco de los de sentarse (los otros tienen acceso reservado). “Mi mamá dice que tonto es el que hace tonterías”. Igual los hay por millones. Igual no. Se verá.

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