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Crónica de un ataque a la democracia

Donald Trump sale de una rueda de prensa en la Casa Blanca el 5 de noviembre de 2020

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Ha cuestionado el sistema norteamericano, lanza –sin pruebas- graves acusaciones de fraude electoral, pide detener los recuentos de votos, Donald Trump ha roto todas las barreras. Como era previsible e incluso anunció. Llama a los ciudadanos a “luchar por su presidente”. Acuden muchos de ellos a los colegios electorales hasta con armas en la mano. La Asociación Nacional del Rifle las ofrece sin sutilezas: Ven y tómalas. Steve Bannon, el artífice del triunfo de Trump en 2016, pide que el Dr. Fauci (reconocido experto en enfermedades infeccionas e inmunología) y el director del FBI, Wray, sean decapitados y colgadas sus cabezas en picas “como una advertencia a los burócratas federales”. Un hijo de Trump, Eric, crece en virulencia cuando comparece: habla en bucle de fraude, ha llamado a la “guerra total” y dice que su padre no saldrá de la Casa Blanca. No olvidemos que el magnate actúa en clan como si de un imperio se tratase. Su hija y su yerno han sido a menudo enviados en su nombre a actos internacionales. Para contemplar el cuadro, una tal Paula White, asesora espiritual de la presidencia, reza de esta curiosa manera “para asegurar la reelección de Trump”.

Ninguna sorpresa. Por el contrario, el cumplimiento de las peores predicciones. Nadie ha hecho más daño a los Estados Unidos que Donald Trump. Cada cuatro años, en cada elección, Trump grita fraude y siembra dudas sobre el proceso, incluso el año que ganó, reseña con ejemplos el periodista Johnattan Bilancieri. Si ahora presenta demandas es porque siempre lo hizo. “La idea no era nunca ganar el juicio, sino convertir el proceso en una maraña interminable en la que al rival sólo le quedaba la opción de llegar a un acuerdo extrajudicial para poner fin a la tortura. En 30 años, participó o apareció en 3.500 demandas en los tribunales”, recordaba Iñigo Sáenz de Ugarte. Es una estrategia que comparten dirigentes similares en el mundo. Apunto que la derecha española es también muy aficionada a las querellas y recursos, al uso y mal uso de la justicia como arma política. La triple derecha.

De lo visto, se explica que Donald Trump se haya preparado a conciencia los nombramientos de afines en la Corte Suprema que habrá de dilucidar los litigios. Lo hizo desde que llegó al cargo y ha conseguido tener seis jueces conservadores frente a tres progresistas , en el mayor desnivel de la historia estadounidense desde los convulsos años 30. Es lo mismo que hizo el PP de Mariano Rajoy con la reforma para la elección del Consejo General del Poder Judicial, que es la que el Consejo de Europa ha cuestionado duramente durante siete años. Recordemos también que el PP no cambia de abogados cuando las cosas van mal, sino de jueces. Son daños profundos. Todos ellos.

Si había un pueblo defensor de la democracia como valor incuestionable era el norteamericano, según nos mostraba el cine, las series, la literatura. En ese punto, la ficción, ha sido de los pocos países que ha entrado de lleno en la Casa Blanca y todos los accesos a su poder. En la vida real es constatable. A diferencia de nuevo de un sector notable en España que no siente especial apego por  la democracia. Pero Trump evidencia que, como también recordaba Sáenz de Ugarte en boca del periodista y profesor Fred Kaplan, “quizá esto es lo que somos”. También. Hay, probadamente, 70 millones de seres que se tragan las reiteradas mentiras de Trump. Les recuerdo, al menos han sido 20.000 en su mandato, y que parecen avalar su ejercicio antidemocrático de la política, su misoginia y su racismo. Sí, ellos también son “América”.

A pesar de todo, 69.669.704 personas han votado al Trump de 2020. El mismo día que casi mil muertos engrosaban la cifra de 231.000 víctimas del coronavirus. Una pandemia ante la que el presidente ha tenido una actitud escasamente proclive a su prevención, pese a, según se dijo, haber resultado contagiado. Casi 10 millones de infectados han convertido a EEUU en el país líder en el mundo sin ser el más poblado. Y con un muy deficiente sistema de sanidad pública debido a la concepción ultraliberal del cuidado de la salud.

La televisión norteamericana cambió el rumbo de este desastre. Varias cadenas, ABC, CBS y NBC cortaron el discurso falaz de Trump en la madrugada (para nuestro huso horario) de este viernes. Y otras que sí lo dieron, advirtieron como CNN en un rótulo, que Trump acusaba sin pruebas. Hasta su cadena amiga, Fox, lo ha hecho. Algunos líderes republicanos muestran su malestar también por las acusaciones de fraude vertidas por Trump sin pruebas. En el agónico recuento de votos, en los días de querellas que vendrán, alienta la reacción de la prensa ante un patente asalto a la democracia. Imprescindible, porque Trump es la caricatura extrema de un patrón de conducta ya implantado en otros lugares.

Impensable en España, salvo minoritariamente. Al tiempo que todo este drama sucedía en Estados Unidos, la prensa española convencional se apuntaba a la información capciosa. Las portadas de medios que tan a menudo estampan en ellas mentiras comprobables, hablaban de un plan del Gobierno para vigilar a los medios. En Twitter se abría paso el hashtag “Dictadura”.

El Telediario de las 21.00 de TVE había informado sobre la polémica originada por una ley contra la desinformación. Contaba su origen en una decisión de la UE y la ambigüedad –cierta- de sus objetivos que podrían alcanzar a la lucha contra los bulos. Pero, una vez más, Vox ocupó lugar estelar en la televisión pública estatal: “Vox acusa al Gobierno de censura”. El artículo 20 de la Constitución española garantiza el derecho “a comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión”. Y precisamente Vox prohíbe la asistencia a sus actos y ruedas de prensa a ciertos medios que no le gustan. Vox tiene como asesor a Steve Bannon desde que trasladó su labor de adoctrinamiento ultraderechista a Europa. Así se cierra el círculo que hay que saber y, para saber, contar.   

El programa de subversión de la democracia de la ultraderecha populista, incluye llegar a la calle, a la violencia desestabilizadora camuflada -con escasa credibilidad- de protestas. Porque quienes llaman libertad de expresión a lo que hacen y practican los fascismos y los tratan como iguales a los demócratas, les están haciendo la campaña. Obviando lo que realmente son, y terminan demostrando de una forma u otra. Ultraizquierda no hay en los arcos parlamentarios. Como será que Trump y sus partidarios consideran así a Biden y Harris.

Lo que está ocurriendo con Trump en Estados Unidos amenaza con desequilibrar su país e incluso el planeta. Él y sus seguidores son la “dinamita tras cada puerta” de la que habló en febrero al mítico periodista Bob Woodward. La de Trump está todavía en la Casa Blanca. Pudre instituciones que parecían inquebrantables. Divide a la sociedad. Lanza un ejército de embestidores sin cerebro a defender sus extravíos. Es la crónica del asalto a la democracia de un ser que nunca debió llegar a tener el control de un país democrático. Un ejemplo trágico de lo que puede ocurrir en otros lares. La crónica aporta el contexto y anuncia lo que puede llegar, pero no está escrito ni decidido aún. Algunos pilares se refuerzan para evitar que se cumpla. Todos los demócratas del mundo deben ponerse a ello.

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