8M, ¡cuidado!
El movimiento feminista llega dividido al 8M y en un clima de agresividad intenso del machismo exultante y el enmascarado. Tras la apoteósica explosión en triunfo de los dos años anteriores, ahora la diferente visión de las prioridades parece ser causa de un retroceso. A las divergencias en el movimiento en sí, se une la fortísima reacción en contra de la derecha más conservadora. Nada que no haya ocurrido antes –quizás de forma algo diferente– y que precisa extremar la claridad de ideas.
Lo primero que se necesita saber es una obviedad: las mujeres no somos un ente homogéneo, como no lo son los hombres, ni prácticamente nada que tenga vida propia. Imprescindible tenerlo en cuenta y entender la situación real de la mujer en nuestro país y en el mundo para no cometer el imperdonable error histórico de echar atrás lo conseguido y abandonar los objetivos esenciales por una coma. La coma ha sido la gran enemiga de las revoluciones progresistas, cuando simplemente por su ubicación en un texto han llegado a escindirse fuerzas que, juntas, sumaban. Y eso es aplicable hasta para la ley de libertad sexual del gobierno progresista, naturalmente. Cuando tal cosa ocurre, hay que sentarse y negociar la coma, la ortografía y el texto y atenerse al fondo: al objetivo.
Porque en España el machismo sigue matando mujeres todas las semanas, todas sin faltar una, y agrediendo, violando, menospreciando, insultando. No tiene justificación, después de haber conseguido que millones de mujeres tomaran conciencia de sus derechos, discutir por cuestiones importantes quizás, pero sin duda menores ante el problema general y los obstáculos que encuentra para su resolución. Rebrotados con fuerza, ahora de la mano del machismo y la ideología ultra.
Verán, creo que merece la pena que les cuente que yo misma, como muchas otras mujeres, crecí en una España en la que el franquismo nos consideraba minusválidas y precisadas del tutelaje masculino. Donde madres, abuelas e hijas se ocupaban de la casa mientras los varones no tocaban ni un plato. Donde mi padre, un hombre sensato, decía sin embargo a mi madre desde una silla: “Mari, tráeme un vaso de agua”, y a todos les parecía normal. Donde todo el horizonte personal pasaba por casarse y cuidar de una familia. Mi madre, la que guardaba recortes de prensa que apuntaban mejores horizontes para la mujer, sin abandonar ni una sola de sus tareas. No se veía un más allá diferente. En sueños. En sueños, sí. Aquella España donde el freno a los ataques sexuales a una niña que volvía andando del colegio, por ejemplo, se resolvían gritando desde el portal –al notar las zarpas atenazantes en el cuerpo– para que el padre, el mío, bajara saltando de cuatro en cuatro las escaleras. Siempre consiguió espantar a las alimañas.
Me limito a aspectos triviales de la vida cotidiana que conducía a un futuro constreñido para las mujeres, a ver si se entiende mejor. Una represión castradora que fue mucho más allá y que se metió en los genes de este país. Y no solo de este. Y ahí siguen, pugnando por imponerse. Robaron los referentes femeninos, los taparon o borraron. Solo había reinas y santas en la historia de la humanidad, todo lo habían hecho hombres. Intentaron cortar las alas a las mujeres, como lo siguen buscando hoy, en muchos otros lugares, con toda fruición. Y hubo un buen número que no se dejó.
Aquí, ahora mismo, se está discutiendo con gran alarma que sea preciso el consentimiento explícito de la mujer para mantener relaciones sexuales. A dónde vamos a llegar si no se puede tomar por asalto a la mujer apetecida, vienen a decir. Por supuesto que hay que defender en todos los marcos los derechos de todas y de todos, pero cuando un edificio se quema, lo operativo es echar las mangueras y apagar preferiblemente el foco desde su cimiento. Discutir si conviene echar agua a la ventana del 6º o del 4º mientras arde todo el edificio es irresponsable. Cuesta hasta encontrar palabras que no hieran susceptibilidades a flor de piel. Que esta lucha cansa, sin duda. Lo sé. Imaginen lo que es tenerla ahí durante décadas y ver una y otra vez que se deshace lo andado. No todo, ni mucho menos, se deshace, eso sí. Pero siempre hay quien toma el relevo o se suma. En España, la lucha feminista ha prendido en particular en numerosas jóvenes, una buena base para el porvenir.
Leo que México, el país del más feroz feminicidio impune, va a hacer huelga. Argentina, Chile, Latinoamérica se revuelve contra el machismo y sus consecuencias. España no hace huelga. No este año. Cuando millones de mujeres sienten ya el 8 de marzo como fecha propia y para la esperanza. Como escriben varias compañeras, punteras en la lucha feminista, la mayoría ni se va a enterar de las discrepancias. El feminismo ha despertado en movimiento mundial.
En Pakistán han creado una línea de ayuda de hostigamiento cibernético. Entre los usuarios, mujeres que temen ser asesinadas por parientes varones por usar Internet. Países donde la violencia contra las mujeres es generalizada, como Myanmar, la violación registra escasas cifras en las estadísticas y la violencia machista es inexistente, dicen quienes luchan por cambiar esa situación. La violación con violencia y humillación se extiende en múltiples lugares, remedando el concepto de la mujer como botín de guerra, de ya diferentes guerras, allá y aquí, aunque quizás siempre es la misma. Y se reacciona. Una revolución cultural feminista está en marcha incluso en países en los que, como Afganistán, hacerlo supone hasta un riesgo de vida. Todas temen una vuelta atrás, aún más atrás. Ese es el principal peligro ahora.
En España también. El machismo no da tregua en cuanto encuentra la menor rendija o fisura para avanzar. Las mujeres de los tres partidos de derechas se afanan en la labor con los mismos tópicos que sus compañeros varones y el torpe engreimiento de la esposa del comandante en el Gilead de las criadas. Hemos sentado al machismo y a los fascismos en las sillas de propaganda, porque llamar debate a lo que hacen es todo un eufemismo. Y en la insistencia, machacona –no salen de las pantallas– se consolidan como normalidad.
Entretanto, 55 mujeres fueron asesinadas el año pasado por la violencia machista. Ya son más, bastantes más, de mil desde 2003. Llevamos 14 en dos meses, a este ritmo batimos un récord. Muchas otras viven aterradas bajo su peso. ¿Cómo tienen la desvergüenza de negar que la violencia machista existe y de afirmar que el feminismo menosprecia al hombre?
Quedan muchos derechos que conquistar o consolidar. La eficacia se consigue priorizando objetivos y aplicando los medios adecuados, optimizando los recursos. El primero el derecho a la vida y la integridad. Y al respeto. A la no discriminación. Derechos laborales, de conciliación, de apoyo a las más vulnerables. De educación, de equidad y justicia. A la visibilidad. Derecho al gozo, a la sexualidad siendo sujeto activo y no pasivo. Un cúmulo de objetivos y de trabas que resumía aquí Ana Requena. En mi opinión, es imprescindible, por tanto, aparcar susceptibilidades, las personas decentes no menosprecian la diferencia, ni la minoría. No den carnaza a los enemigos del feminismo que se rearman de continuo.
Hay medidas que parecen simples y operan cambios profundos. Hubo un tiempo en el que hasta los consejos para lavar la ropa sucia los daban los hombres que apenas sabían de ella otra cosa que, con suerte, echarla al cesto. La publicidad formatea a las sociedades. La denuncia reiterada en ese punto dio resultado. Pero sigue la polémica por cada medida que intente cambios. El cuerpo desnudo de la mujer no debería servir para vender, dejémoslo para el espectáculo y el uso que en la vida cada cual quiera darle; de reclamo para la venta, no. Los cupos que impuso la ley de Rodríguez Zapatero también fueron de utilidad: consolidaron la presencia de las mujeres en puestos de decisión. Fijaron lo natural. No sin oposición férrea de la derecha, como siempre.
El caso es no ceder terreno y avanzar hacia los retos pendientes. Un fallo serio en el camino puede operar como un freno en seco. Las mujeres no somos un ente homogéneo, decíamos. Por supuesto. Imaginen un escenario donde la pauta la marquen los comandantes de Gilead para imponer el modelo de mujer machista, vanidosa y cómplice, con título nobiliario o no, con rictus violento o sonrisa boba, para someter al resto de las mujeres, al ordenamiento social, a su voluntad.
De momento, millones de mujeres, orgullosas de serlo con toda razón y derecho, se disponen a seguir luchando y disfrutando el 8 de marzo y todos los días de todos los años. Volando con alas robustas sobre los prejuicios.
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