Darle la vuelta al racismo
Madrid, verano de 2018. René Pérez, Residente, da un concierto. Quiere que desde el escenario hablen personas migrantes que luchan por sus derechos, y para ello invita a Rafaela Pimentel, de Territorio Doméstico, a una integrante de la Asamblea Feminista de Madrid y a Serigne Mbayé, portavoz del Sindicato de Manteros. “Nosotros salimos de nuestros países porque la situación allí es muy difícil y cuando llegamos aquí en busca de un futuro mejor, nos encontramos con una Ley de Extranjería que nos echa a la calle y nos mata”, dice Serigne ante decenas de miles de personas, que reaccionan aplaudiendo y coreando “ningún ser humanos es ilegal”.
Después, habla Rafaela, de Territorio Doméstico: “Las trabajadoras del hogar merecemos tener los mismos derechos que cualquier trabajador, porque somos nosotras las que sustentamos nuestros hogares y en vez de formar parte del Régimen General en 2019 como nos habían dicho, se ha usado la enmienda 6777 para retrasar nuestra entrada hasta 2024, lo que supone cinco años más de discriminación laboral”, explica.
“No vamos a parar hasta que vivamos en un mundo en el que seamos libres, porque no queremos ser valientes, queremos ser libres. Y vamos a demostrar que sin nosotras el mundo se para”, añade su compañera. El público se emociona y el grito “que viva la lucha de las mujeres” se extiende por todo el recinto. El antirracismo y el feminismo se convierten en protagonistas en ese polideportivo.
Tres años después, el racismo y el machismo han crecido en los platós de televisión, en las tertulias de radio, en las columnas de periódicos, en los votos. Los discursos xenófobos se han normalizado y la ignorancia que hay en temas de migración es convertida en virtud por algunos líderes de opinión, contertulios, internautas y bots. Del “nos quitan el trabajo” y “perjudican a los comercios”, se llega al “roban y delinquen” y se desemboca en la defensa de su persecución, de su expulsión, del odio contra el diferente.
Cualquier historiador honesto del futuro tendrá que subrayar este racismo para definir nuestro presente, y sin embargo biempensantes en partidos y medios miran hacia otro lado, callan pareciendo que otorgan, defienden políticas migratorias contrarias a los derechos humanos o asumen tesis que identifican al negro, al musulmán o al árabe con las causas de nuestros problemas y nuestras tragedias.
La precariedad y la desigualdad son otras de las características de nuestro tiempo. Madrid se ha convertido en una de las ciudades con más desequilibrios socioeconómicos de Occidente en las últimas décadas. El Banco de España indicaba en 2019 que el coste de los alquileres se ha disparado en la capital por encima del 45% desde 2013. Esto ha contribuido a la separación social por barrios, con enormes diferencias en renta per cápita. Lo fácil es que el penúltimo culpe al último, al migrante, al extranjero, al otro, en vez de analizar las políticas que han dificultado nuestra vida, que han fomentado desigualdad y precariedad, que privilegian a una elite en detrimento de la mayoría.
Son demasiados los partidos políticos que callan ante el aumento del racismo o que defienden la existencia de centros de internamiento para extranjeros, donde se encierra a gente por el simple hecho de no tener papeles. Son demasiados los que legitiman redadas racistas, con las que se detiene a personas solo por tener un color de piel diferente y que asumen políticas migratorias que condenan a gente que huye hacia Europa a seguir rutas cada vez más arriesgadas y mortales.
Son demasiados los que prefieren guardar silencio ante los mensajes xenófobos, porque confunden la política con el electoralismo y han terminado creyendo que defender los derechos humanos resta votos. No entienden que su responsabilidad es conseguir que se asuman los caminos democráticos del respeto y la convivencia frente a los mensajes de racismo y de odio. Prefieren esconderse antes que denunciar gravísimas violaciones de derechos humanos y la dignidad de las personas más vulnerables.
El racismo, el machismo, el fascismo, son un puzle de enormes dimensiones difíciles de detectar en las distancias cortas. Por eso suele resultarnos más fácil identificar desmanes y dinámicas abusivas en países ajenos que en el nuestro. Aquí los mensajes políticos y mediáticos nos condicionan, nos atrapan, nos acostumbran. Y una vez habituados a ello, no lo vemos. Lo normalizamos. Es lo que está pasando con muchos discursos racistas.
Unidas Podemos ha incluido a Serigne Mbayé en sus listas para las elecciones de la Comunidad de Madrid. Ser negro o tener un nombre extranjero no te convierte automáticamente en antirracista ni en defensor de los derechos humanos frente a las políticas migratorias actuales. Ahí tenemos el ejemplo del candidato de Vox por Catalunya. Mbayé lleva muchos años trabajando contra las políticas de discriminación que marcan nuestra cotidianidad. Llegó en patera en 2006 desde su país de origen, Senegal, y poco a poco fue convirtiéndose en un madrileño más.
Ejerció empleos variados, logró la nacionalidad española, trabajó como administrativo y es uno de los integrantres de una cooperativa que abrió un restaurante de comida ecológica. Su lucha es bien conocida en multitud de barrios madrileños que no se rinden, que no se avergüenzan de la solidaridad, que se enriquecen y revitalizan con la pronunciación de otros acentos, con el relato de otras culturas, con la fuerza de otras formas de vivir, con el sonido de otras músicas, con la acogida de los otros, con la defensa de los derechos humanos.
Hay en la propia migración no solo una lucha por una vida mejor, sino también una reivindicación -consciente o inconsciente- de un mundo más justo e igualitario. Los derechos y las necesidades de millones de personas condenadas a la pobreza son realidades incuestionables. Ante ellas muchos dirigentes apuestan por la exclusión, que es una forma de guerra. Decía John Berger que aceptar la desigualdad como algo natural es convertirse en un ser fragmentado. Así nos quieren: fragmentadas, fragmentados.
Alguien le dijo a Residente que invitar a migrantes feministas y manteros a su escenario era arriesgado, que podía provocar rechazo. Él quería defender su causa, facilitarles un espacio para hablar. Decenas de miles de personas empatizaron y lo entendieron al toque.
Se puede ser tibio y equidistante y callar ante el racismo. O se puede tomar partido, y combatirlo. A eso algunos lo llaman ser radical y extremista, mientras juegan a insinuar que Unidas Podemos y Vox son dos extremos que se tocan. El historiador honesto del futuro les llamará cómplices cuando describa nuestro presente. Solo la solidaridad y los derechos humanos pueden salvarnos. Como canta Residente, “hay que darle la vuelta al mundo”, y para eso hay que empezar por darle la vuelta al racismo.
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