Europa es mucha Europa
Por mucho que se repita mil veces una mentira no se convierte en verdad. Sin embargo, la frase atribuida a Goebbels contiene una evidente verdad práctica, que se comprueba repetidamente en la política actual, tan mediatizada por el cotorreo.
La administración Trump publicó, el pasado 5 de diciembre, un documento de estrategia de defensa nacional. Los presidentes estadounidenses suelen publicar un documento de “doctrina estratégica” de este tipo en cada mandato. El de Trump no debe tomarse al pie de la letra, porque su política es demasiado impulsiva y errática para ajustarse a un texto escrito. Pero debe interesarnos, porque resume la “doctrina Trump” sobre Europa.
El documento critica de forma bastante desordenada la Unión Europea (dice que socava la libertad política y la soberanía), sus políticas migratorias, (que estarían transformando el continente), su “censura de la libertad de expresión y represión de la oposición política”, así como sus políticas regulatorias. Como conclusión, el documento pronostica no solo un imparable declive económico de Europa sino su “desaparición civilizacional” (“civilization erasure”) en el plazo de una generación.
En Europa, los permanentes mensajes trumpistas sobre lo magníficamente bien que van las cosas en los EEUU y lo mal que van en nuestro viejo continente, están haciendo mella. Se multiplican entre nosotros las alertas y admoniciones alarmadas, como si la Unión Europea se enfrentara dramáticamente a su “última oportunidad”, como si se hallara ante “la hora de la verdad”, ante un “todo o nada” o un “ahora o nunca”, etc.
La multiplicación de este tipo de advertencias, por bien intencionadas que sean (muchas proceden de europeístas y federalistas a machamartillo) pueden contribuir indirectamente a alimentar y reforzar el tópico interesado de un declive europeo ineluctable frente a unos Estados Unidos en plena ascensión.
En la comparación entre las economías estadounidense y europea, el economista francés Gabriel Zucman ha escrito algo que puede compartirse: “Más tiempo libre, mejores resultados sanitarios, menos desigualdad y menos emisiones de carbono, todo ello con una productividad globalmente comparable: los europeos pueden enorgullecerse de su modelo de desarrollo, en conjunto mucho más convincente. Esto no significa, por supuesto, que la UE no necesite reformas. Pero no hay que equivocarse de batalla.”
La realidad es que los milagros prometidos por Trump no han acontecido, y sus alardes convencen cada vez menos. Su índice de popularidad está en su nivel más bajo (36% de opiniones positivas), según Gallup, incluyendo los temas económicos. Las cifras de paro en los Estados Unidos son las más altas desde 2021 (7,8 millones de parados) y el aumento del coste de la vida ha situado el trumpismo a la defensiva. El vicepresidente Vance decía hace poco a sus compatriotas: “Luchamos por ustedes todos los días. Nadie está más ansioso por resolver la crisis del coste de vida que Donald Trump.”
Es cierto que la Unión Europea tiene una arquitectura institucional muy poco adecuada para la época de dureza exasperada que se ha abierto en el mundo. Basta contemplar la enorme mesa circular del Consejo Europeo que da cabida a los representantes de sus 27 Estados miembros para darse cuenta de ello. La UE tiene unos mecanismos procedimentales que hacen difícil las respuestas rápidas, y que casi hacen imposible la opacidad más o menos maquiavélica que otros centros de poder (en Moscú, Washington o Pekín) pueden mantener. Lo que se discute en Bruselas es, desde luego, muchísimo más “penetrable”, no solo para los profesionales de la información en sus distintas gamas sino para el público interesado en general, que aquello que se cuece en la cabeza de un autócrata con cara de esfinge. Sin embargo, este inconveniente de la UE, derivado de su ineludible complejidad, nos otorga garantías y hasta el momento siempre ha acabado representando una ventaja.
En Europa no debemos minimizar ni la gravedad de situación actual del mundo, ni nuestras contradicciones y carencias. Pero cometeríamos un error de una miopía imperdonable si cayéramos en un síndrome de “claustrofobia temporal”, de precipitación intempestiva, como si estuviéramos en un final de partida, ante un “o ahora o nunca”, tan retórico como irreal.
Hay algo en la lentitud de Europa que inquieta pero que también reconforta. Sin que sirva de excusa a una inacción que sería inexcusable, podemos pensar que en Europa si no es ahora será después; si se pierden oportunidades vendrán otras. No diría lo mismo, sino todo lo contrario, en lo que se refiere al futuro destino de los Estados Unidos y de Rusia. Las políticas de Trump y de Putin son estrategias de una sola bala, de ruleta rusa. Acabarán mal.
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