Los hechos alternativos del PP
Cifuentes comparece en rueda de prensa y anuncia a los presentes que no responderá a ninguna pregunta hasta que saquen el unicornio invisible de la sala. Los periodistas se miran entre sí y uno de ellos se carga de valor para decirle: “Señora Cifuentes, no hay ningún unicornio invisible aquí”, a lo que ella replica: “Demuéstrelo”.
Este periódico y otros llevan más de una semana tratando de demostrar que los unicornios invisibles no existen. Cifuentes, en respuesta, ha amenazado con acciones legales. ¿Acaso la estamos llamando loca? ¿Acaso es ella la única que ve el unicornio dichoso?
En un país civilizado, esta polémica hubiese durado un día o dos, periodo tras el cual la presidenta de Madrid se habría montado en su corcel imaginario y habría galopado hacia la empresa privada. El líder de su partido, que es, a la sazón, el señor que nos preside habría dicho que vaya vergüenza, tú. Que, de tantas manzanas, alguna pocha te tiene que salir por fuerza. Eso, digo, en un país civilizado.
Pero esto es España y aquí solo somos europeos para copiar el artículo 155 de la Constitución alemana y, encima, copiarlo mal. Ha pasado ya más de una semana desde que este periódico lanzó la exclusiva y ahí siguen Cifuentes y su unicornio. Y el PP aplaudiendo a la presidenta, ¡ole tú!, ¡valiente!, ¡artista!, ¡empollona!
La diferencia entre Cifuentes y un niño de siete años es que los niños tienen algo de vergüenza. También a los chiquillos se les pierden los deberes o se los come el perro, pero, pasado el trago de saberse descubiertos, acaban desmoronándose y admitiendo el engaño. Porque incluso una persona con dientes de leche es capaz de comprender que la civilización requiere de algo a lo que, de manera general, llamamos “ética”.
En el PP la verdad nunca ha importado gran cosa, como demuestra que, de cuando en cuando, saquen a colación los atentados jamás aclarados del 11M y esa época de “extraordinaria placidez” conocida como franquismo. Es la versión patria de los hechos alternativos de Trump, una visión del mundo donde la verdad es simplemente inalcanzable y, por tanto, cada cual es libre de construirse la suya propia. Un pensamiento filosófico heredero del posmodernismo que de toda la vida se ha llamado “tener la jeta de cemento”.
Cifuentes no ha mentido porque, en su particular realidad, ella hizo el máster. No fue a clase, no se examinó, jamás escribió trabajo alguno y las firmas de su acta fueron falsificadas. Pero ella hizo el máster. Y quien se atreva a ponerlo en duda tendrá que demostrar primero que no hay unicornios invisibles campando entre nosotros.