El imperativo hormonal
Existe la teoría de que, si las mujeres copasen los puestos de poder, el mundo sería un lugar menos jodido. Es una afirmación indemostrable, y, por tanto, útil tan solo para entretenerse una noche de cervezas. Ahora bien, que la política adolece de un exceso de testosterona resulta algo evidente.
Desde su mismo principio, eso que algunos llaman el desafío catalán y otros el proceso de independencia ha estado cargado de tics testiculares. Un centenar de columnistas, tirando por lo bajo, lo ilustraron con la metáfora del juego de la gallina (ya sabe, lo de “Rebelde sin causa”: un macho en cada coche, los vehículos enfrentados, quien se aparta, pierde).
No hay manera de saber cómo se habría desarrollado esta crisis política (la más grave desde el 23F según el mismo centenar de columnistas que antes) de haber sido gestionada por mujeres. Quizá nunca se hubiese producido. Tal vez se hubiese solventado, mal que bien, mucho antes del punto de no retorno en que nos encontramos ahora, donde ya no hay posibilidad de frenada, o despegas el avión o te sales de la pista.
Para la historia testicular quedarán episodios como aquel de Rufián con la impresora y la media sonrisa, o el de la bancada popular jaleando las medidas del 155 como si fuese aquello la lista de nominados a los Globos de Oro.
No menos machotes fueron los agravios que recibió Puigdemont cuando, presuntamente sometido al influjo del lehendakari, decidió ceder en un contexto donde ese verbo, ceder, es sinónimo de traición. Como viril fue también su súbito cambió de opinión, de elecciones a DUI, fruto, según dicen, de aquellas apreturas: “traidor”, debió de pensar el caído president, “por mis huevos”.
Hubo asimismo episodios, pocos, de testosterona femenina. El más exhibicionista lo protagonizó Àngels Martínez, diputada por Sí que es Pot, al retirar las banderas españolas de los escaños del Parlament.
No es fácil luchar contra el imperativo hormonal. Hace falta detenerse cada cierto tiempo, contemplar las cosas con una distancia desapasionada, tomar aire, reflexionar. No conviene que los testículos acaben guiando la vida de millones de personas. La democracia no se degrada porque un político se equivoque, una, dos o diez veces. Se degrada cuando toma decisiones, una, dos o diez, por sus santos cojones.