Hasta el infinito y más allá
“El militar cuyo propio honor y espíritu no le estimulen a obrar siempre bien, vale muy poco para el servicio”
Articulo 14 de las Reales Ordenanzas (Del espíritu militar)
Cuando se elevaron voces, exigentes primero e indignadas después, pidiendo que el jefe del Estado se refiriera a las cartas que le fueron remitidas por mandos jubilados de los Ejércitos de contenido claramente involucionista o golpista en el discurso de Nochebuena, recuerdo haber dicho claramente que no me parecía que este, por su significación, fuera el contexto más adecuado y que esperaba que tal rechazo a esta inadmisible actitud se produjera con motivo de la Pascua Militar que se celebró este miércoles. Ahora puedo decirles que el Rey, declarado constitucionalmente jefe supremo de las Fuerzas Armadas, estuvo, pero estuvo poco. Estuvo pero estuvo críptico y estuvo pero estuvo insuficiente, dejando que recayera el peso del reproche en la ministra de Defensa.
La Pascua Militar era el momento, de eso no me cabe duda. Esta costumbre se remonta al momento en el que Carlos III, complacido por la recuperación de Menorca a los británicos (perdida a la vez que Gibraltar) decidió hacer un acto de agradecimiento a los Ejércitos en el que, por vez primera, no eran los oficiales los que rendían visita y pleitesía al Rey sino que era el Rey el que lo hacía con sus oficiales. De facto es un acto que se sigue celebrando en escalera descendente. En cada guarnición, los jefes reúnen y transmiten a sus subordinados la felicitación por la Pascua del Rey y así desde el primer al último soldado. Actualmente es un acto protocolario de inicio del año militar en el que el jefe del Estado, en calidad constitucional de jefe de las Fuerzas Armadas, se dirige a estas en presencia del gobierno de la nación. Nada más apropiado para decirles a los que pretenden mezclar su nombre en viles fantasmadas, que no se atrevan a hacerlo más.
No es que Felipe VI no se haya referido a ello, que lo ha hecho, pero tan a su manera o a la manera gallega del jefe de la Casa, que en mi opinión se ha vuelto a quedar corto en algo en lo que nunca se podría reprochar llegar más allá. A fin de cuentas su padre basó su prestigio en su aparición el día del golpe de Estado del 23 de febrero, vestido de capitán general, y yendo bastante más allá de lo que aparentemente su papel constitucional le permitía. ¿A quién le importó? ¿Hasta dónde puede llegar un rey de una democracia parlamentaria en defensa de la Constitución origen de su legitimidad? Yo se lo digo, en mi opinión, hasta el infinito y más allá. De la Constitución, no de facciones políticas que la interpreten de una u otra manera ni de las decisiones concretas que un gobierno vaya a tomar. Ese fue precisamente su error en el discurso de octubre de 2017.
“La Constitución consigna los valores y el orden democrático y también los deberes”, “es el camino que libre y democráticamente se ha dado el pueblo español” , ha dicho en esta Pascua Militar de 2021 y además “todos estamos incondicionalmente comprometidos con ella porque es el origen de la legitimidad de todos los poderes y de todas las instituciones. Una legitimidad que se renueva cada día respetándola y observándola”. Es cierto que esta frase contiene la respuesta jurídica y constitucional a todo el abrevadero de falsos deberes -los golpistas siempre alegan estar cumpliendo su deber- que los mandos jubilados expresaron en su chat privado y en sus cartas, pero no es tan cierto que unos señores que o no entienden o no respetan el contenido de la Carta Magna les sea suficiente con que se les recuerde someramente su letra y su espíritu. En sus manifestaciones, la minoría de jubilados que se dirigía al Rey entre otras cosas cuestionaba la legitimidad del Gobierno actual. De ahí ese recordatorio al origen de la legitimidad tanto del propio Rey como del Gobierno y del propio Ejército. ¿Demasiado técnica? Es posible.
Ha sido la ministra de Defensa la encargada de hacer una referencia clara y expresa: “Nadie tiene derecho, y menos quien en su día vistió el uniforme, a perjudicar el inmenso prestigio de nuestros ejércitos” y “una insignificante minoría que sólo se representa a sí misma (…) que cuestiona las bases de la convivencia en España, sólo merece el rechazo más absoluto”. ¿Excedía a las competencias constitucionales del Rey el hacer él mismo ese reproche que sin duda comparte? Yo creo que no. Es difícil defender que sí, dicho sea de paso.
En esta cuestión Zarzuela se ha comportado como acostumbra desde antaño. Las misivas dirigidas al Rey por los militares retirados golpistas nunca llegaron a sus manos. Normal, siempre hay quien para tales despropósitos a tiempo. La Casa del Rey no se las entregó al propio monarca sino que se las remitió al ministerio competente, como suelen hacer con los pedidos de miles de ciudadanos que llegan a sus manos. Sólo que este no era un pedido normal ni una demanda comparable a otras. Esa pretendida neutralidad de Zarzuela no parece el mejor papel a jugar en un episodio como éste. Oficialmente dirán que el Rey no puede contestar a lo que no ha recibido y que, de ese modo, los ningunea y no les concede relevancia alguna. De acuerdo, es una forma de verlo, como cuando en las redes sociales nos piden que no hagamos casito al troll. Sólo que nunca hay que perder el sentido y la ponderación porque hay ocasiones en las que aunque los que promueven la infamia no merecen respuesta ni acuse de recibo, los millones de ciudadanos que se pudieron ver amenazados, alterados, indignados, por un comportamiento tan alejado de las normas de convivencia comunes, a lo mejor sí hubieran merecido unas frases claras y tajantes del monarca.
A veces los que no quieren meter en líos a Felipe VI le arrebatan la oportunidad de poder mostrarse con la rotundidad constitucional que no me cabe duda que impregna su concepción de la alta responsabilidad que tiene. A veces los que creen protegerle no sirven de parachoques sino que perpetúan la rígida coraza, los prejuicios o los peligrosos juegos políticos a los que algunos se entregan usando en vano el nombre del monarca.
Yo hubiera dejado que las palabras de la ministra sonaran por boca del Rey. Estoy segura de que las comparte plenamente. No veo el motivo para hurtar a los españoles el conocimiento de esa realidad. Tampoco nos los van a explicar. No se han dado cuenta de que aquellos tiempos de la sutil diplomacia institucional ya casi han muerto y, lo peor, de que se corre el riesgo de perecer con ellos.
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