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Que nadie te quiera así

El rey Felipe saluda a las tropas a su llegada al acto militar que se celebra en la plaza de la Armería del Palacio Real con motivo del Día de la Fiesta Nacional o Día de la Hispanidad, en Madrid (España), a 12 de octubre de 2020.

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Ese bochorno que produce lo que se mueve entre lo cómico y lo grotesco. A veces produce vergüenza ajena y a veces duele tanto que el daño puede ser irreparable. Ese vídeo impulsado por “Libres e iguales” -que no son iguales, sino radicalmente distintos al común de los mortales- en defensa del rey es de esas ocurrencias que dañan más que benefician. De mal gusto y extravagante, ha provocado reacciones de todo tipo, pero mayoritariamente de burla y rechazo. 

Si el monarca no tiene más adeptos que los 180 variopintos personajes que asoman el rostro a una grabación casera, es que está muy solo. Completamente solo. Los monárquicos de verdad, no los cortesanos, no han participado, ni hay en esa grabación una representación de la España real. La que hace cola para comprar el pan, la que acude a las oficinas del SEPE, la de las universidades, la de los comedores sociales, la que viaja en metro y la que se declara angustiada ante el futuro inmediato y perpleja ante el caos político-institucional. 

Con semejante defensa, no hacen falta atacantes. Ya lo dijo Pablo Iglesias: la derecha está quitando años de vida a la monarquía. Tras escuchar hace unos días la enésima defensa cerrada del monarca del secretario general del PP, Teodoro García Egea, le dio una jocosa recomendación de republicano: “No nos haga el trabajo, señoría”.

Hay gentes en este país que darían mejores argumentos y más razonados a favor del actual modelo de estado que los que aparecen en esa mezcla de tik-tok y vídeo casero. No porque sí, ni porque la Corona sea intocable, ni porque haya que montar una campaña ridícula para tapar sus vergüenzas. Mucho menos porque con un ¡Viva el Rey! vaya a desaparecer el daño que la Corona se ha causado a sí misma en los últimos 15 años. 

Hoy la Monarquía, pese a la exaltación de los cortesanos, no parece que esté en peligro. En el Congreso hay una mayoría de partidos, sí, que se declaran republicanos, pero no en contra de la Constitución. De hecho, estos últimos cuentan con una aplastante mayoría parlamentaria y esto, aunque no está claro que sean mayoría social, sobre todo entre las nuevas generaciones. Si no fuera así, el sistema o lo que algunos denominan el “régimen del 78” habría colapsado hace tiempo. No ha ocurrido porque el PSOE, de alma republicana, defiende el pacto constitucional. Dicho de otro modo: la Monarquía depende de Sánchez, que es quien está dispuesto a garantizar su continuidad. “Defender la Constitución es defender al rey”, se escucha en La Moncloa.

Uno puede defender legítimamente que no cree en la palabra ni en los hechos del actual presidente, para quien lo que hoy es blanco mañana puede ser negro y lo mismo pierde el sueño que es capaz de dormir sentado, pero si Sánchez quisiera de verdad acabar con la Corona, con Felipe VI y con el actual modelo de estado, lo tendría fácil. Y no con un referéndum, que también podría hacerlo. 

Lo mismo que ganó un congreso contra todo el aparato socialista y cambió los estatutos del partido a su antojo, bastaría ahora con que convocara una consulta entre la militancia sobre la continuidad de la Corona o la reforma del modelo constitucional. Las bases del PSOE siempre fueron más de izquierdas que sus cuadros, además de mayoritariamente republicanas. Un resultado favorable a cambiar el modelo de estado obligaría a Sánchez a incluir el resultado entre sus compromisos políticos. Si no lo ha hecho es porque no quiere o porque no le conviene ni al PSOE ni a España en este momento. Si lo hiciera, la continuidad de Felipe VI estaría ciertamente en riesgo, y no como ahora que lo que tenemos ante nuestros ojos es una utilización bochornosa y obscena más de las instituciones por parte de la derecha para sus intereses políticos y para embarrar el marco de convivencia.

El PSOE, sus cuadros dirigentes, sus militantes y sus votantes aceptan hoy por hoy las reglas del juego establecidas y no sienten de momento la atracción de un proceso constituyente. Ahí radica la trascendencia de esta situación en la que hay quien legítimamente recuerda que tras la Guerra Civil, que acabó con la II República, fue Franco quien decidió que España fuera un reino y que un Borbón le sucedería en la Jefatura del Estado. ¿He ahí el conflicto? Probablemente, no. España hoy es otra no tan distinta a la que la historia demuestra que siempre tuvo cierta tendencia a la autodestrucción. En el Parlamento ya no se debate sino que se vocifera; la Justicia ha decidido hacer política porque lo de administrar la ley ya sólo parece una cuestión ideológica; el Gobierno ha entrado en la trampa que tiende siempre la derecha marrullera cuando pierde el poder y al rey le salen defensores que mejor que no tuviera. Si hubiera vida inteligente en Zarzuela, alguien debería haberle dicho ya a Felipe VI: “Mejor que nadie te quiera así”. Meter al monarca en la refriega partidaria y convertirle en estandarte solo de una parte del arco parlamentario no contribuye más que a su descrédito y a la fabricación de nuevos republicanos. No dejan de acertar.

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