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La ola que empieza

Pedro Sánchez, presidente

Elisa Beni

Pero se olvidan que el mar

no es esa ola que acaba

sino la que va a empezar

Rafael Alberti

Mientras el nuevo presidente promete sin crucifijo, hay otros que siguen jurando en hebreo, en caldeo y en arameo. No ha terminado de estallar el último exabrupto mancillando de salida un Parlamento cuando ya se dibujan apocalipsis y traiciones sin solución de continuidad. No teman, no se preocupen, porque no hace falta vender lo que uno está dispuesto a entregar gratis. No se venden las convicciones ni la idea de la sociedad que se espera y se desea. No hace falta pactar aquello en lo que existe comunidad de ideas.

En los próximos días asistiremos a una ordalía frenética en la que todo movimiento del nuevo Gobierno será atribuido a una grotesca deuda contraída para lograr la investidura. Cree el ladrón que todos son de su condición. Los que consideran que sólo hay una manera de concebir las cosas, sólo un modo de ser español, sólo una forma de construir el futuro, exhibirán como trofeo de guerra cualquier movimiento que se aleje de esa Arcadia soñada del pensamiento único, rojo y gualda, ese que se anuncia en las azoteas y los balcones y grazna himnos melifluos y absurdos.

El futuro es en parte un ejercicio de certidumbres. Probaremos con ellas. Sin soplos ni recados ni información privilegiada. A pelo. Con la única guía de la razón, los datos conocidos por todos, y la capacidad de interpretarlos. La nueva realidad española surgida de la voluntad popular, que no sólo se manifiesta en las urnas sino también a través de sus representante electos, sólo es imprevisible en tanto en cuanto lo es el resultado de todos los afanes humanos. Tan incierta como era la caída de Rajoy el día que le aprobaron los presupuestos. Estaba ahí pero había que saber y, sobre todo, había que querer verla. (Rajoy is dead, escribía yo en agosto de 2016)

No hace falta ser la juez tarotista de Lugo, que se dedica a la vigilancia de presos, para saber que el nuevo Gobierno, contenga los nombres que contenga, va a realizar gestos de distensión territorial. No hay que ser mago para pensar en un acercamiento de los presos vascos tras el fin de ETA, para volver a la normalidad de la legalidad ahora que ningún peligro hay, y eso no será un peaje como nos dirán sino la culminación de una lógica que es común a todos aquellos que no quieren seguir agitando a la banda terrorista como un espantajo político.

No hace falta ser el oráculo de Delfos para saber que no sólo se van a derogar y alterar las reformas legislativas del PP que restringieron las libertades sino que, aún antes de ese trámite, se usarán los mecanismos del sistema para volver a dotarnos de un espacio libre en el que respirar. A fin de cuentas, las redadas prospectivas en busca de tuiteros las organizan unas fuerzas de seguridad del Estado que reciben órdenes y que es obvio que no volverán a recibirlas en ese sentido. No habrá operaciones Araña que salgan a cazar bromas más o menos funestas o desahogos verbales. Eso no será una concesión a nadie sino un principio y una coherencia con los votos que han llevado al nuevo gobierno al poder. Sin operaciones de busca y captura del disidente y del retuiteador contumaz y delincuente será más difícil que lleguen a los juzgados casos de represión de la libertad de expresión como los que hemos visto. Antes de reformar la Ley Mordaza se podrá conseguir también que los fiscales dejen de considerar terrorismo o delito de odio aquello que excede de la lógica del legislador. El Gobierno tendrá que nombrar un nuevo fiscal general del Estado y a éste le bastarán unas instrucciones cursadas para enmarcar el ámbito legal y la interpretación de estos delitos sin hacer de ellos un cajón de sastre de la represión.

He dicho el nuevo pero tampoco extrañaría que fuera una mujer la nueva fiscal general del Estado. Me soplan nombres de fiscales y fiscalas progresistas y de magistradas. A saber. Los nombres importan tanto como creas que no existen líneas y caminos comunes en la forma de entender la España que deseamos. No importa tanto el nombre como el espíritu que lo anime. No habrá más titiriteros ni jóvenes de Alsasua en FIES ni raperos condenados a prisión como no los había antes de que nos segaran la libertad de expresión bajo los pies.

Más complicado es lo de Catalunya. No hace falta ser agorero para saber que el nuevo tiempo de diálogo buscará la distensión y producirá gestos, que tampoco serán fruto de ningún chantaje ni ninguna venta sino del convencimiento de que el camino de rígida cabezonería seguido hasta ahora no nos iba a llevar a lugar alguno. No se cómo se arbitrará tal camino. No se extrañen de que los presos preventivos sean acercados a prisiones catalanas en tanto en cuanto esa es la norma general y humanitaria. No se escandalicen si la Fiscalía, en algún momento, comienza a pedir que se les deje en libertad provisional con algunas medidas como, por otra parte, ya llegó a pedir Sánchez-Melgar para Turull. Lo raro es lo de ahora, no mucho de lo que vendrá. No son sendas fáciles. Incluso si el gobierno, en uso de su libertad para marcar una política criminal, considerara que la presión penal ejercida por la Fiscalía debe ser aligerada, encontraría resistencia. Los fiscales que llevan la acusación del procès en el Tribunal Supremo son pesos pesados. Podrían revolverse como ya lo hicieron con Melgar. Un fiscal de ese grosor es siempre conservador de sus propios criterios, por muy progresista que sea. Habrá tensión. Por eso desde dentro de la carrera se especula con que quien ocupe el palacio de Fontalba ha de ser alguien, no sólo de confianza del gobierno, sino de gran calado en la carrera fiscal.

Pasarán más cosas previsibles. Con las fosas y con los torturadores. Con los cuelgamuros. Pasarán cosas con las mujeres y con los dependientes,con los excluidos. No hay que ser un profeta. Quizá no grandes revoluciones, sino una segura vuelta a las libertades y las dignidades que han sido pisoteadas. Abrir las ventanas, que corra el aire.

No hace falta ser un adivino sino creer en la coherencia personal y política de las gentes. Lo venderán como una claudicación al mal. Será un retorno a la libertad y a la justicia social que nunca debimos perder. Y la libertad no produce miedo sino regocijo.

Ese y no otro es el horizonte de la esperanza.

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