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Rajoy is dead

Mariano Rajoy

Elisa Beni

Rajoy está muerto. Es un cadáver político. Hace meses que lo repito y cada vez es más evidente. Rajoy y su mundo son el problema, en modo alguno es la solución. Lo sabemos y lo sabe. Incluso es posible que llegue a ser investido presidente del Gobierno de nuevo pero eso no le arrebatará su marcha de zombie. Tan sólo nos hará vivir como país una agonía fétida que no nos merecemos.

No estamos asistiendo a ningún esperpento. Al menos no a ninguno que sea producto del funcionamiento democrático o institucional. El único esperpento lo escenifica él. Fíjense que no digo el Partido Popular. Es eso exactamente lo que quiero resaltar. Las urnas nos han dicho dos veces lo mismo: hay ocho millones de españoles que no quieren cambiar las cosas porque les ha ido bien. Se tapan la nariz y votan lo que tienen pero desde luego no están diciendo que la corrupción no importa porque ellos la lavan con su voto. Eso es absurdo. ¿Quién nos dice que esos votantes votan enfebrecidos por el liderazgo ejemplar de Rajoy? Rajoy y sus mariachis. No cabe duda de que votarían igual o con más serenidad de espíritu a cualquier candidato popular sobre el que no pesara ninguna sombra de connivencia, organización, ocultación o negación de la podredumbre. Ese candidato que sin duda existe, en el PP hay mucha gente válida igual que entre sus votantes, pero que no podrá asomar la jeta mientras que Rajoy tenga las riendas. El PP está diseñado -aún más que otros partidos- para que una vez te haces con los mandos sea difícil que alguien te tosa. Rajoy y los mediocres de los que se ha rodeado sofocan cualquier atisbo de conciencia crítica en un partido en el que hay personas que no sólo creen en la regeneración sino que estarían dispuestos a liderarla.

Decía que no estamos asistiendo a nada anómalo y la situación actual no lo es. Solamente es la constatación de que los hechos son tenaces y las soflamas delicuescentes. Los directores de campaña, los politólogos y los jefes de imagen no van a poder variar una realidad que las urnas repiten una y otra vez: hay 16 millones de españoles que quieren salir ya de esta pesadilla llamada gobierno Rajoy. Los hay de izquierda dura, de centro derecha, de derechas, independentistas y hasta socialdemócratas. No es un tema ideológico, es un tema de decencia. Y este es el resumen de lo que sucede: las urnas han hablado y han constatado que Rajoy está muerto. La barrera sanitaria real la han establecido los ciudadanos en torno a su régimen de corrupción, desigualdad e injusticia. Unos ponen más acento en una cosa y otros en otras. Esas son las diferencias.

Así que las líneas rojas de pacotilla que nos han mostrado no son reales. Ni los independentistas ni los comunistas, a fin de cuentas todos pelean por cuestiones que tienen perfecta cabida en democracia. Nos gusten más o menos. Lo que no tiene cabida en ningún régimen político libre es la deshonestidad. Es cierto que tanto los que quieren conservar el poder político como los que ostentan el verdadero poder económico no quieren ni en pintura ver experimentos así que nos quieren convencer de que lo aceptable es inaceptable (como las ideas de algunos) y lo inaceptable puede aceptarse (como esa corrupción y esa gestión de la crisis que el PSOE debiera respaldar).

Da igual. Rajoy está muerto. Eso o mata la democracia pervirtiendo las instituciones para seguir siendo un zombie en La Moncloa. Ni haciendo maquiavelismos con las fechas ni poniendo en ridículo el papel de la presidenta del Congreso ni ninguneando al jefe del Estado. Si es investido con las condiciones de Ciudadanos deberá presidir el Gobierno a la vez que, día tras día, las pruebas de la ignominia siguen resonando en la comisión de investigación y en los juicios que empezarán a celebrarse. Con unos apoyos cogidos con alfileres es dudoso que aguantara mucho tiempo. Si les ha engañado y piensa incumplirlas, díganme si sería muy sostenible. Si por alguna malhadada cuestión el PSOE aceptara ponerle unas condiciones para la abstención, tendría que reconocer esa ignominia y abjurar de sus propias obras. Nada mejor para demostrar que está muerto y que su legado no existe.

Porque ¿existe ese legado o esa imprescindibilidad de Mariano Rajoy? No nos dejemos decir que esa labor redentora del gallego es como las meigas, porque no existe. Que este país puede vivir sin Mariano Rajoy nos lo recuerda a cada instante hasta José María Aznar.

Pues eso es lo que sucede. Don Fétido y su rodillo, su falta de talante y de dolor de los pecados, no permite que ningún partido decente pueda compartir andadura con él. Díganme si está muerto o no. Cuanto antes se de cuenta el Partido Popular antes podrán dotarnos de un partido de derecha homologable y, aunque yo desearía que no gobernaran, no me cabe duda de que eso sería, esta vez de verdad, bueno para España.

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