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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

“Perdón, señorita, perdón...”

Isabel Díaz Ayuso y Rocío Monasterio antes del debate de investidura de la candidata del PP a la Presidencia de la Comunidad.

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Ayer, en una calle del barrio madrileño de San Blas-Canillejas, una anciana se acercó a advertirme que no girara hacia la calle a la que me disponía a hacerlo: “Perdón, señorita, perdón, no entre, hay un camión y en un buen rato no podrá pasar, perdone”, me dijo como azorada por haberme abordado. Miré. Era como decía. Le di las gracias, y le aseguré que ese favor era lo opuesto a algo por lo que tuviera que pedir perdón. Pero, luego, durante toda la tarde estuve pensando en que probablemente esa mujer llevaba pidiendo perdón toda su vida. Y sin haber causa para ello. Y sí para que otros le ofrecieran sus excusas a ella. Lo que habrá padecido como mujer y como española en décadas. Lo que tantos han experimentado.

Igual no era el caso, pero ese “perdón, perdón” aviva en la memoria la larga historia de la precariedad y las servidumbres a quienes se aprovechan. En todas partes, en España desde los ancestros. Mi abuela. Viuda. Sacando adelante sola a sus dos hijos de muy corta edad. Sus “señoritos” que querían convertir a su familia en unos Santos Inocentes, como en la novela de Delibes, llamando a la chica ya adolescente, a Mari, “a servir” a su casa. Era eso: a servir. Pero la que sería mi madre dijo no y se fue a una fábrica de galletas. Y luego la guerra. Y una trayectoria casi ya centenaria en la que los ganadores siguen imponiendo –a través de sus esquejes familiares y sus redes- su clasismo, su ideología, su brutal ignorancia, su falta de respeto y de escrúpulos. Y no se entiende ni cómo se tolera, ni cómo hay tantos que casi les piden disculpas. 

Porque no de otra forma se explica a la derecha española, a lo que hace y a la impunidad con la que lo hace. Dos presidentes del Gobierno y del PP testifican ante la justicia por la caja B de su partido, de cuya certeza hay hasta sentencia de la Audiencia Nacional, ratificada por el Tribunal Supremo. Caja B y maniobras sucias para taparla. Pero Aznar y Rajoy no recuerdan nada, ni siquiera que acaban de jurar decir la verdad y toda la verdad. Y otra vez la prensa a su servicio obviando un tema tan grave en sus noticias. Entre las que habrá con seguridad tinta de calamar para enturbiar el prestigio de sus adversarios. Es lo de siempre, cada vez más flagrante. El policía de la caja B ha relatado ante el juez que el jefe de la brigada “política” del PP boicoteó su investigación sobre la financiación irregular del PP con un traslado forzoso. Recordemos que Rajoy se deshizo también de la cúpula antifraude en plena investigación del caso Gürtel, ya en 2013 apenas iniciado el proceso. Y que va para tres años que el PP mantiene caducado el CGPJ, negándose a renovar la cúpula del poder judicial porque le favorece. Lo asombroso es cómo la sociedad acepta esto, qué justificación se otorgan sobre todo sus votantes.  

Es de tal calibre el emplasto de este país que leemos, sin que mueva montañas, que los cuatro concejales de Cs que han votado a favor de la moción de censura en el Ayuntamiento de Murcia tuvieron que recluirse en un hotel durante las horas previas a la sesión para evitar las injerencias del PP. Ese traficar impúdico con los diputados que se ha dado para el gobierno de la comunidad murciana. Y no se trata de una lucha por el poder, sino de avalar turbios asuntos de corrupción, según se denuncia.

Y no pasa nada. Nadie nos pide perdón siquiera por tanto y tanto grave. Por unos hechos repetidos que en una sociedad sana llevarían a repudiar a un partido tan infectado de corrupción y de una sin igual desfachatez para obviarla.

Cada día nos preguntamos cómo es posible que Isabel Díaz Ayuso pueda volver a ser candidata a la presidencia de Madrid sin haber rendido cuentas al menos por la masacre de las residencias a su cargo. Periodistas muy rigurosos han informado de lo ocurrido con detalles realmente espeluznantes, organizaciones como Médicos sin Fronteras también. ¿En cuántos países andaría Ayuso como si nada hubiera pasado y sin que la prensa y radiotelevisión generalistas no sean un clamor de denuncia sino que incluso la promocionen? ¿Conocen ustedes alguno donde esto ocurra?

No le faltaría al gobierno de Madrid más que la ultraderecha genuina, tan extrema como el PP local en realidad, al que encima ahora suman la flor naranja del desprestigiado y cambiante Cantó. Se pide el voto para el centro descompuesto desde otro partido, en el empeño del candidato del PSOE de apelar a los votantes de Cs para que sigan entregándoles su confianza, la que tanto ahínco han perdido. El centro-izquierda desiste de ir junto a las elecciones del 4 de mayo pese a la amenaza que se cierne -sobre los ciudadanos, que son quienes importan- de verse en las manos de una extrema derecha radical que es puro trumpismo. Y se traga -porque lo dicen Ayuso y Almeida- que el turismo extranjero de borrachera viene a ver museos. Empiezan a llegar las encuestas que cada vez -en mi opinión- sirven más para orientar el voto que para reflejar intenciones con mayoría holgada de PP y Vox. Ayuso y Monasterio. Las técnicas de promoción son calcadas de Trump y calan en un determinado tipo de votantes.

Y es que al final nos hemos convertido en una mezcla de tragedia y sainete. Este es un país en el que la derecha enarbola la España de la que se aprovecha y se queja de los pactos de izquierdas cuando, como advirtió el gran Nicolás Sartorius, comunista y aristócrata, represaliado del franquismo: “En la Transición pactamos con quien nos fusilaba”. ¿Qué más se puede dar por bueno, verdad? Será que siguen ahí. Será.

Cuesta creer que el gobierno progresista que tanto costó formar no pueda o no quiera afrontar las desviaciones que sufrimos en este país, las de fondo. La impunidad de quienes parecen exigir libertad para que operen los tramposos, las aves de rapiña, los desaprensivos, los verdugos. Y que tampoco suene potente, enérgica, inapelable, la sociedad que se muestra ahora incapaz de verlo o de reaccionar o de exigir que lo hagan quienes deben hacerlo. Que haya incluso quienes se tragan ruedas de molino descomunales sin saber por qué luego les duele la garganta y el estómago, y el alma a los demás. Y no nos piden ni disculpas, si de algo sirvieran. Lo que cuentan son los hechos.

Me quedé con ganas de abrazar a la anciana que con tanto cuidado trataba de enderezar lo que estuviera en su mano, aunque fuera algo tan simple, y decirle que no tenga miedo por más tiempo. Que es hora de enfrentar el problema con racionalidad y fuerza, sin pedir ni permiso, para salir de la deriva a la que nos abocan. Ahondar en ese estigma que cargamos.

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