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El sesgo Botín

Jose A. Pérez Ledo

Si hay un órgano del que todos nos fiamos, es el cerebro. No tenemos más remedio, dirá usted, y razón no le falta. El problema es que el cerebro no siempre tiene razón. A veces se equivoca y ve cosas donde no las hay. A eso se le llama sesgo, y los hay de muchos tipos.

Uno de los más célebres es la llamada falacia de validación personal, que explica el alto índice de acuerdo que mostramos todos cuando se analiza nuestra personalidad con afirmaciones vagas y positivas.

En eso la psicología es tajante: usted, yo y hasta Charles Manson nos vemos reflejados en vaguedades como “necesita que le quieran” o “es crítico consigo mismo”. Este error de percepción es la piedra angular de las llamadas artes adivinatorias, desde el tarot a la grafología o los departamentos de recursos humanos.

Otro de los sesgos más comunes es el de la causa falsa. Post hoc, ergo propter hoc, que dijo un romano. O sea: “después de esto, por tanto, a consecuencia de esto”. Experimentamos algo y decidimos, a veces sin razón, que es consecuencia de un hecho anterior solo porque ha ocurrido después de aquel. Por ejemplo: un familiar enferma, rezas con fuerza y el familiar se cura. Alabado sea el Señor.

Por ejemplo: te duele la cabeza, te pasas un imán por los ojos, y el dolor desaparece. Alabados sean los imanes. Por ejemplo: el Banco Santander compra la portada de todos los periódicos de España y, una semana después, ninguno de ellos informa de las cuentas de Emilio Botín en paraísos fiscales. Alabado sea el dinero.

Ahora bien, ¿podemos asegurar que el hecho B sea consecuencia del hecho A? Lo cierto es que no. Pensemos en el ejemplo, completamente imaginario, del Banco Santander.

No hay manera de que lleguemos a la conclusión expuesta con los datos de que disponemos. Sería un razonamiento sesgado, subjetivo, tramposo. Además, ver causalidad ahí supondría aceptar que los grandes medios de nuestro país están comprados por (al menos) un banco, lo cual implicaría que vivimos en una suerte de pseudodemocracia, o ni eso.

Porque si aceptamos lo que nuestro cerebro se empeña en señalarnos, que post hoc, ergo propter hoc, ¿cómo confiar en los grandes medios? ¿De qué manera podríamos saber que no nos ocultan otras relevantes informaciones en connivencia con los poderes económicos del país? ¿Cómo saber que no están encubriendo delitos o incluso tomando parte en ellos? ¿Qué nos garantiza que al comprar el periódico no estamos financiando, sin saberlo, una trama delictiva de padre y muy señor mío?

No podemos saberlo. El sesgo es, por tanto, la única alternativa razonable para seguir viviendo en este país como si tal cosa. Para no dejarse llevar por el cinismo o, peor, por el impulso ermitaño. Silencie a su cerebro, y convénzase de que eso aparentemente tan obvio no es más que un error de su percepción. El sesgo Botín podríamos llamarlo. O mejor: la falacia de la libertad de prensa.

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