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Aquel siniestro año 13

Cristina Fallarás

Corría mayo de 2013 cuando a nosotros nos dejaron en la calle. Han pasado los años y me resulta muy difícil explicar cómo sucedió todo. Recuerdo que un mes antes, exactamente el 18 de abril de aquel siniestro año 13, los diarios –aquello que entonces llamábamos diarios—anunciaban a la vez dos realidades en guerra:

Realidad 1: España cuenta con 3,4 millones de viviendas vacías, un 10,8% más que hace una década. Casi uno de cada cinco pisos que se hicieron en la última década está vacío.

Realidad 2: El PP se desenmascara y aprueba su propia ley “Antidesahucios”. El escrito no recoge la dación en pago, así como el resto de las demandas de la ILP de los desahuciados, apoyada por un millón de personas.

El año anterior, en 2012, la pobreza había echado de sus casas a nada menos que 30.000 familias; y cuando escribo pobreza, escribo bancos, escribo juzgados y escribo todos los colaboradores necesarios, con su vanguardia de partidos y esas construcciones de deuda. Sin embargo, las cifras eran abrumadoramente más tremebundas. Porque ahí, en esos 30.000, no se contemplaba a todos aquellos, muchísimos más, que habían acabado en la puta calle expulsados de una casa de alquiler. Cientos de miles. Ni se contaba a los millones que, aun conservando casa, ya no tenían trabajo ni medios para ganarse la vida. Ni a los que, aun conservando casa y trabajo, habían pasado el invierno sin calefacción ni agua caliente.

Vivíamos una situación tan alucinante, que a esas alturas de 2013, con casi cinco años de feroz crisis sobre la chepa, el grueso de la población española, agarrotada, apenas daba abasto para digerir los incesantes voceríos que televisiones y radios vomitaban sobre su parálisis. Sí, alucinante. Quienes íbamos quedando varados en fango, sobre los extremos de esa charca que, inexorablemente, iba secándose, boqueábamos como peces. No sé, creo que intentábamos llamar la atención. En el centro de esa poza turbia, algunos aseguraban –y quién sabe si, en su necedad, también lo creían— que se puede dejar agonizar a los que quedan fuera. Pero no era esa su ceguera mayor. Lo peor, su mayor y más oscuro error, fue ignorar que cuando una charca empieza a secarse, hasta las bestias del fondo más abundante terminan revolcando su agonía en lodo.

No puedo olvidar la náusea que sentí al leer la noticia de los más de tres millones y medio de viviendas vacías. Para entender lo que te cuento, piensa que se publicó cuando, incluso entre los círculos más conservadores de aquella España ciénaga, había prendido ya la evidencia de que todo empezaba a doler demasiado. Los acomodados españoles tienen ese fondo católico que atiende a los informes de Caritas. La Cruz Roja alertaba estar viviendo una situación similar a la primera posguerra civil. Quien no tenía un hijo, tenía un nieto o un vecino sentado sobre el estiércol del sin-futuro, comiendo de prestado, viviendo del abuelo. Frente a tres millones de viviendas vacías.

Fue aquel año de 2013, no me acuerdo en qué momento exacto —sucedían terrores a diario—, cuando un día resultó evidente que vivíamos sin Gobierno, se notaba en calles y mercados, a las puertas de los colegios, lo decían las encuestas matinales, se susurraba en bajito sobre los platos de quienes aún usaban restaurantes, los mismos que pactaban el cierre de todo lo que estaba roto, casi todo.

Una mañana me entrevistaron por teléfono desde una radio local:

—¿Cómo ves el futuro, Cristina?

—Futuro… ¿Qué futuro?

—Bueno, quiero decir… Y ahora, ¿qué?

Contesté algo vago y pensé en los presos. Cuando un preso político caía en la dictadura, da igual qué dictadura, se le daba un consejo para empezar: aquí no existe el tiempo. Aquí cada día es el día. No pienses en la semana, el mes, el año. Hay que vivir cada día. Me di cuenta de que llevaba tiempo sobreviviendo como presa. Al borde de la charca. De que varios millones de habitantes de España, bichos de charca en retroceso, sobrevivían de igual forma, como en las prisiones, con el día por frontera.

No sé… Corría mayo de 2013 cuando a nosotros nos dejaron en la calle. Luego vino todo lo demás, ya sabes. Un día, después de que me encontrara en la calle con aquel escritor divino, premiado, cultísimo, y me dijera: ¿No te parece que toda la protesta está suavizándose? Un día después, publicaron aquellas noticia. No sé, intento ir explicando todo aquello.

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