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Berlín, 1936
Hitler llegó al poder en 1933. Tres años más tarde, el 1 de agosto de 1936, el propio Führer, en loor de multitudes (de dentro y de fuera del país) inauguraba las XI Olimpiadas de la era moderna. Las olimpiadas, no de la vergüenza, sino del terror.
El Comité Olímpico Internacional designó en 1931, a Alemania como país organizador del evento (Berlín para las competiciones atléticas de verano y Garmisch. Partenkirchen para las competiciones invernales). La decisión se tomó en Barcelona, ciudad candidata también para albergar aquellos juegos y perdió la nominación (eran tiempos de la República española) en favor de Berlín.
Tras llegada al poder del partido Nazi (1933) algunos miembros de los comités olímpicos nacionales cuestionaron la “idoneidad ética” de celebrar los juegos en la Alemania nazi. Loa nazis llevaban tres años practicando la segregación racial en el deporte, los judíos fueron expulsados de los clubes y federaciones deportivas y prohibiendo su entrada en cualquier instalación deportiva.
Avery Brundage, presidente del comité olímpico estadounidense propuso la retirada de Alemania como país organizador, pero tras una visita a la Alemania nazi, sorprendentemente cambió de opinión, “los judíos alemanes están siendo bien tratados y, por tanto, los juegos deben celebrarse según lo previsto”. En sus declaraciones, tras la visita, declaró además que, “existía una conspiración judeo-comunista en contra de la participación de los EE.UU en los juegos”
Algunos países contrarios a Berlín, plantearon unos juegos alternativos, “Olimpiadas Populares”, las llamaron, y se propuso Barcelona para su organización en 1936. La iniciativa fue anulada al estallar la Guerra Civil española, pero tampoco contó con el consenso suficiente porque se podía haber celebrado en otro lugar.
La llegada de la llama olímpica a Berlín se fundió con las esvásticas que inundaba la ciudad. Fue el triunfo internacional de Hitler. La primera medalla de oro nazi. El Estadio Olímpico, construido bajo la supervisión del propio Fhürer, albergaba ese día más de los 110.000 que permitía el aforo, mientras en las calles, más de un millón de ciudadanos aclamaban el desfile de coches que transportaban a su líder y jerarcas nazis a la inauguración de los XI Juegos Olímpicos. La mayoría de las delegaciones nacionales que participaban en el evento, saludaban, brazo en alto, al Führer. Un coro de 3.000 personas entonaron el “Deutscland über alles” y una masa entregada dentro del estadio olímpico, brazo en alto también, repetían el “Sieg heil”. “La solución final” del holocausto judío se estaba diseñando y se pondría en marcho tras el inicio de la Segunda Guerra mundial.
¿Alguien duda, si en aquellos tiempos hubiese existido la televisión global, algún país no hubiera transmitido aquellos juegos de la infamia, aquellos juegos del horror?
42 años más tarde, al otro lado del charco, en Argentina, se celebraría el Mundial de fútbol de 1978. Los gritos de los goles servían para silenciar los gritos de las torturas y de los asesinatos de inocentes que perpetraba la sangrienta dictadura fascista de Videla, mientras este disfrutaba en el palco de autoridades de los goles de su selección
Por entonces, ya existía la televisión…y en color. Se transmitió al mundo entero la sonrisa heladora del dictador y la celebración de los goles.
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