A escala mundial, la cantidad de tierra cultivable por persona está disminuyendo y ¡se ha reducido casi a la mitad desde 1960! Está sometida a presión debido al cambio climático, al agotamiento del agua, las exigencias de la conservación, los biocombustibles, la industria, la creciente urbanización y a la demanda de tierras con fines económicos, cuando no especulativos…
Hemos entrado en una era de competición por la tierra. Cada día son más los campesinos, y sobre todo mujeres, que se quedan en la cuneta. Ahí no hay medios de vida, ni hogar, ni recuerdos de lo que fue la tierra de sus ancestros. Una nueva ola de acaparamiento de tierras se propaga en el mundo en desarrollo a medida que grandes inversores privados y estatales buscan aprovecharse o asegurar el suministro de productos agrícolas. Algunos podrían argumentar que esto no es algo nuevo, sin embargo las tendencias muestran que la volatilidad de los precios de los alimentos y la crisis financiera de 2007-08 les empujan a hacerlo. Eso sí, los primeros y los segundos no juegan en la misma liga.
En la última década se ha vendido una superficie de terreno equivalente a ocho veces el tamaño del Reino Unido, una superficie que a su vez podría alimentar a mil millones de personas. Por dar algún ejemplo más concreto, en los últimos años, se ha repartido más del 30 por ciento de la tierra de Liberia, uno de los países más pobres del planeta, gracias a concesiones a gran escala que a menudo han tenido consecuencias desastrosas para la población local. En Camboya, entre el 56 y el 63 por ciento de la tierra cultivable está en menos de empresas privadas, según afirman las ONG del país. En Honduras, el conflicto por la tierra se ha cobrado la vida de decenas de personas hasta ahora, sin visos de mejora.
El desafío de la humanidad para el siglo XXI consiste en erradicar la pobreza y alcanzar prosperidad para todo el mundo con los limitados recursos naturales del planeta. Esto no se podrá alcanzar sin una mayor equidad, justicia social y un uso mejor y más sostenible de los recursos, transformándolos para cubrir las necesidades de las personas en primer lugar. La inversión agrícola debe ir destinada a mejorar la situación de los productores a pequeña escala, a mejorar su acceso a recursos, a desarrollar servicios de extensión agraria, mejoras técnicas sostenibles y adaptadas para la producción de alimentos para mercados locales. No debemos perder de vista que 870 millones de personas padecen hambre y en su mayoría son campesinas y sus familias.
Formamos una red internacional de personas comprometidas y de organizaciones expertas en idear y aplicar soluciones eficaces contra las desigualdades provocadas por la injusticia, con presencia en más de 90 países.
Desde 1956, apoyamos a las personas desfavorecidas, dándoles las herramientas necesarias para que sean ellas mismas las generadoras de cambios, no sólo a nivel individual sino en todo su entorno, protegiendo así sus derechos y los de las generaciones futuras.
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