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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

Ignacio Jurado - @ignaciojurado

José Fernández-Albertos - @jfalbertos

Leire Salazar - @leire_salazar

Lluís Orriols - @lluisorriols

Marta Romero - @romercruzm

Pablo Fernández-Vázquez - @pfernandezvz

Sebastián Lavezzolo - @SB_Lavezzolo

Víctor Lapuente Giné - @VictorLapuente

Luis Miller - @luismmiller

Lídia Brun - @Lilypurple311

Sandra León Alfonso - @sandraleon_

Héctor Cebolla - @hcebolla

Anticiclón político

Imagen de archivo de las papeletas colocadas en un colegio electoral. EFE/Javier Lizón

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Los politólogos somos incluso más siniestros que los meteorólogos. Ambos sabemos que conseguimos más atención pública advirtiendo de la llegada de peligrosas tormentas (en nuestro caso, la crisis de la democracia, la implosión del Estado de Derecho) que de la de un calmado anticiclón. Pero los hombres y mujeres del tiempo están sometidos al control de la realidad. La ciudadanía, y no hablemos de los dueños de restaurantes en la costa, constata rápidamente si ha habido una previsión catastrófica desmedida. Pero los analistas políticos, y hasta cierto punto los economistas con algunos de sus pronósticos, podemos escaparnos de ese escrutinio. Siempre podemos recurrir a decir algo como: “ahora, con esta medida autoritaria de este gobierno, no se ha hundido la democracia ni roto España (aunque nosotros dijimos que sí e incluso alentamos manifestaciones asegurando que se había cruzado una línea roja), pero, ay, esto es solo principio, ya veréis en unos meses; lo que viene es terrible. Lo nunca visto”. Lo que la ciudadanía percibe como el aleteo de una mariposa siempre se puede vender como los primeros síntomas de la tormenta del siglo.

La gran perturbación política de nuestra era, la que alimenta más las fantasías de muchos en nuestra profesión, es la crisis de la democracia. Han corrido ríos de tinta con todo tipo de predicciones sobre la debilidad de las democracias en el mundo. Y es cierto que, si nos concentramos en algunos indicadores, como los del V-DEM Institute, hay un deterioro de las libertades civiles y políticas en gran parte del planeta. El porcentaje de población mundial viviendo en autocracias ha pasado del 49% en 2011 al 70% en 2021. La “autocratización” es un fenómeno que afecta a muchos países que, además, son actores regionales relevantes, como Brasil, India, Polonia, Serbia o Turquía. En estos momentos, el 36% de la ciudadanía mundial vive en países que están experimentando ese proceso de degeneración de las libertades democráticas.

Pero hay varias razones para mantener una opinión más optimista sobre el futuro de la democracia. En primer lugar, todavía no tenemos una perspectiva histórica suficiente como para afirmar que las democracias están siendo sustituidas por autocracias. Depende de dónde pongamos el punto de comparación. Si es hace 10 o incluso 20 años, estamos peor. Pero, con una mirada más amplia, la historia de la humanidad en los últimos dos siglos ha sido de un avance, lento a veces, y con pasos atrás puntuales, de la democracia.

En segundo lugar, como muestra la experta Pippa Norris en el siguiente gráfico, en Europa la democracia no produce tanto desencanto como solemos oír de muchos analistas. La línea para cada país une las respuestas de “muy” o “bastante satisfecho” con la democracia de sus ciudadanos (con datos del Eurobarómetro).

Gráfico 1. Satisfacción con la democracia en países europeos (autora: Pippa Norris)

Una primera conclusión global es que no parece haber conclusión global. Cada nación parece seguir unos patrones específicos. Son, además, unos patrones altamente volátiles, con lo que tampoco podemos identificar en cada nación una tendencia concreta. Si acaso, la democracia parece, a día de hoy, generar un nivel de satisfacción relativamente alto. Obviamente, como los analistas vivimos de vender tormentas, en cada país seguramente sólo tienen repercusión mediática los movimientos descendientes en este gráfico. Pero, como podemos comprobar, casi todas las naciones tienen bajadas, pero también subidas. España es, como en tantas otras cosas, un caso estándar: declives más o menos notables con las crisis (económicas y políticas) de principios de los 90 y de la Gran Recesión y, después, ascensos. Y, a nivel general, a pesar de la postpandemia, la crisis energética, la inflación y la guerra en Ucrania, no parecemos estar los europeos atravesando un momento de particular desencanto con la democracia.

Hay un tercer motivo para el optimismo. En un interesante trabajo en la revista científica Journal of Democracy, los investigadores Milan Svolik, Elena Avramovska, Johanna Lutz y Filip Milačić plantean a encuestados de siete países europeos un dilema experimental sobre su tolerancia hacia actitudes políticas autoritarias. Les preguntan si votarían a candidatos ficticios que proponen unas determinadas políticas (más o menos de izquierdas o derechas), pero que, en el caso de algunos de ellos, presentan además rasgos proto-autoritarios. Por ejemplo, porque están dispuestos a controlar a los medios de comunicación o a los jueces díscolos con el gobierno. Mirando a la diferencia entre el apoyo a un candidato X y a otro Y, idéntico pero con esas tendencias autoritarias, los investigadores calculan el nivel de “resiliencia democrática” de los votantes de los principales partidos en esos países.

Gráfico 2. Resiliencia democrática en Europa.

Los resultados indican que los votantes de todos los partidos castigan a los candidatos autoritarios. En otras palabras, no hay ningún partido en estas siete democracias europeas en las que los políticos resulten más atractivos por ser más autoritarios. Sin embargo, no todos los votantes reprenden por igual las características autoritarias de sus candidatos. Y los dos grupos relativamente más tolerantes con el autoritarismo, en todos los países, son los partidos de la extrema derecha y los abstencionistas. Éstos, como muestran los autores del estudio, son además personas que, en el caso de decidir ir a votar, tenderían a inclinarse también por las formaciones de derecha radical. En definitiva, estamos hablando de una misma bolsa de votantes relativamente poco democráticos. Pero, de momento, tampoco decididamente autoritarios.

Y ése sería el corolario: la democracia quizás no goza de una salud excepcional, pero la autocracia está peor.

PD: Sí, en España, los votantes más dispuestos a sacrificar sus políticas públicas preferidas por defender la democracia son los de Ciudadanos y Unidas Podemos. Serán partidos pues con muchos problemas, pero el tener un electorado autoritario no está entre ellos.

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