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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

Ignacio Jurado - @ignaciojurado

José Fernández-Albertos - @jfalbertos

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Lluís Orriols - @lluisorriols

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Pablo Fernández-Vázquez - @pfernandezvz

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Víctor Lapuente Giné - @VictorLapuente

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Lídia Brun - @Lilypurple311

Sandra León Alfonso - @sandraleon_

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El sesgo antisecesionista en el debate académico y político

Firma invitada: LAIA BALCELLS

Profesora de Ciencias Políticas en Duke University —

Los científicos sociales llevamos décadas investigando el nacionalismo y el conflicto étnico desde múltiples dimensiones: cómo afecta a la política en países democráticos, a la confianza social y a la reciprocidad, al conflicto violento, a las guerras civiles, a las muertes durante las guerras. Los resultados acostumbran a ser poco optimistas aunque más de uno se sorprendería de saber de algunos resultados como por ejemplo que la heterogeneidad étnica no lleva a más guerras civiles, o que los miembros de grupos étnicos diferentes no son necesariamente menos altruistas entre ellos que entre los del mismo grupo. El ser humano es mas capaz de vivir en diversidad de lo que acostumbramos a creer, y es que tendemos a observar los casos en los que se ha desarrollado conflicto sin fijarnos en los múltiples casos negativos (es decir, sin conflicto).

Una parte de los académicos que estudian estos fenómenos presentan una tendencia hacia lo que podemos denominar sesgo antisecesionista. Quizás por la influencia de Estados Unidos, un país marcado por una guerra civil en sus inicios como Estado, existe un sesgo negativo hacia las demandas y los procesos secesionistas. Curiosamente, mientras la democracia es algo que se percibe como extremadamente positivo, el derecho de autodeterminación y la posibilidad de cambiar las fronteras de los Estados se ve como algo conectado a las luchas anticolonialistas de los años 60, al marxismo-leninismo durante la Guerra Fría, y a algunas guerras civiles en África actual. Es decir: como un anacronismo histórico, algo malo y a evitar. A la mayor parte de estos científicos el auge del secesionismo en Europa occidental les ha cogido de traspié. Acaban concluyendo que esto es un fenómeno derivado de la crisis económica europea, a veces igualándolo al racismo o al ultranacionalismo de Estado que se ha desarrollado en algunos otros países, y miran con desprecio a los pocos académicos que alzan la voz a favor al derecho de autodeterminación (y quizás también secesión) de territorios como Flandes, Escocia, País Vasco o Cataluña. Algunos hasta tachan de parroquiales a estos movimientos.

Es algo preocupante ver la tendencia normativista de las ciencias sociales en este tema en particular. Y es que parece que se acaba poniendo por delante el respeto al status quo de los Estados Nación al debate critico sobre un fenómeno que –queramos o no- existe. Acaba pasando que, al margen de los trabajos de algunos economistas como Alberto Alesina, no existe un debate real sobre las posibilidades de secesión de los países, sobre sus costes y beneficios, y sobre las alternativas. Por ejemplo, son pocos los que han escrito a favor de la partición de territorios para acabar con conflictos violentos. Y cuando lo han hecho, estos análisis son sesgados. Si bien los pocos defensores de la secesión minimizan los costes de transacción, los detractores computan estos costes pero se olvidan de los costes de permanecer unidos por las partes, que en algunos casos (como por ejemplo, Palestina) son enormes.

Lejos de la academia, el nacionalismo (de Estado) y el sesgo antisecesionista hacen todavía más difícil hablar de autodeterminación en el seno de los Estados-Nación existentes. No son pocos en España, por ejemplo, los que utilizan la demagogia para criminalizar a los movimientos nacionalistas periféricos, condenando al lector a la superficialidad y a un debate pobre. (Fernando Savater o Félix Ovejero son algunos ejemplos). Y esto no ayuda a nadie ni en el corto ni en el largo plazo. Si del nacionalismo se pudiera hablar con la misma madurez como se ha hablado en este país de otros temas (como el matrimonio homosexual, el aborto, o los desahucios) seguramente viviríamos todos algo más tranquilos y relajados. Por suerte, hay excepciones en el debate público, y hay algunas voces que hablan con raciocinio de este tema (Ignacio Sánchez-Cuenca, Pablo Beramendi, José Fernández-Albertos o Alfonso Echazarra son algunos ejemplos). Reacciones que aspiran a un debate de cierto nivel, maduro, entre las partes. Y no comparables con el discurso del miedo o del catastrofismo.

Los resultados de las elecciones de ayer en Cataluña generan un escenario incierto, por mucho que diga buena parte de la prensa nacional. A pesar del debacle de Mas, no hubo una derrota del secesionismo. ERC es segunda fuerza en el Parlament por la primera vez en la historia, y CiU ha ganado 50 diputados con un mandato que incluía realizar un referéndum de autodeterminación. En estos momentos todavía no sabemos si CiU seguirá comprometida con el proyecto soberanista, al que ERC ya le empuja. Pero si lo hace, las elites políticas e intelectuales en España deben estar preparadas para reaccionar responsablemente. Y es que en un país maduro, como ha demostrado Gran Bretaña, las cosas se hablan, se negocian, se votan y se deciden democráticamente. Y no se imponen de forma represiva, sin respeto por las demandas que efectúa el otro y sin ganas de trabajar para conseguir un resultado positivo para todos.

A mi me parece que España tiene ahora una gran oportunidad: puede demostrarse a sí misma y al resto del mundo que tiene la solidez democrática para afrontar un problema que es cada día mas evidente y que no tiene como origen la crisis económica sino la transición democrática y el modelo de Estado que ahí se fraguó. No me sirven las excusas inmovilistas como “si les damos un poco van a querer más,” o de que “si le damos a Cataluña eso el País Vasco querrá lo otro”. No me parecen argumentos teóricamente ni empíricamente sólidos, y por lo tanto no me convencen. De hecho creo que el coste de estar unidos bajo el paraguas del mismo Estado es cada día más alto, en parte por la de tinta que llevamos gastando (desde hace décadas) en sandeces en uno y otro lado. Por no contar elecciones, programas y horas de discursos (imaginaros de cuanto podríamos hablar si la cuestión nacional estuviera desactivada!). Por lo tanto, afrontemos el problema, solucionémoslo, y vivamos mejor todos (juntos o separados) de ahora en adelante.

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