Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.
Aunque “tener dinero” no es valorado como el factor más importante para ser feliz, hay significativas diferencias en el grado de satisfacción que sienten las personas con mayores y menores ingresos
¿Se considera usted una persona feliz? Si tuviera que cuantificar su nivel de felicidad utilizando una escala de 0 a 10, en la que 0 significa “completamente infeliz” y 10, “completamente feliz”, ¿qué valor elegiría? ¿Cree que su nivel de felicidad es superior a la media? ¿Qué es lo que le hace feliz?
Es posible que nunca le hayan formulado abiertamente estas cuestiones o, incluso, usted mismo no se las haya planteado. O quizás piense que antes de responder, primero habría que precisar con claridad qué es la felicidad. Un término que, según dos de las tres acepciones que encontramos en el diccionario de la Real Academia Española, se puede definir como “un estado de grata satisfacción espiritual y física” o “ausencia de inconvenientes o tropiezos”. Ahora bien, ¿qué entendemos por satisfacción espiritual y ausencia de inconvenientes? La propia definición de felicidad es indicativa de las dificultades que entraña su medición.
En todo caso, el interés por conocer el nivel de felicidad de las sociedades ha aumentado a medida que, en los últimos años, se ha puesto (más) en cuestión que los indicadores económicos, como el Producto Interior Bruto (PIB), sirvan por sí solos para medir el bienestar social. ¿Cómo medir la prosperidad?; ¿crecimiento económico frente a calidad de vida?; ¿riqueza versus felicidad de las naciones? El debate no es nuevo. El país pionero en el intento de crear un nuevo indicador fue Bután, donde en los años 70 se acuñó el concepto de Felicidad Interior Bruta (FIB).
Más recientemente, y al calor del estallido de la crisis económica, el debate emergió con fuerza cuando en 2008 el ex presidente francés Nicolás Sarkozy encargó la realización de un informe dirigido por el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz para analizar cuáles eran los límites del PIB como medida del desarrollo. Un debate al que también se sumó, desde la arena política, el ex primer ministro británico David Cameron al pedir en 2010 a sus compatriotas que colaboraran, con sus respuestas, para elaborar un índice de la felicidad, desde el planteamiento de que “el PIB lo mide todo, excepto lo que merece la pena en la vida”.
Posteriormente, y de forma complementaria al índice del desarrollo humano, la ONU publicó en 2012 el primer informe mundial sobre la felicidad que, a partir de datos económicos y de opinión, incluye como variables el PIB per cápita, el apoyo social, la esperanza de vida, la libertad para tomar decisiones vitales, la generosidad y la falta de corrupción.
De acuerdo con el quinto informe de esta serie (World Happinnes Report 2017), el país más feliz del mundo es Noruega, seguido, en el top 10, del resto de países nórdicos: Dinamarca en el segundo puesto, Islandia en el tercero, Finlandia en el quinto y Suecia en el décimo. Por su parte, España ocupa el trigésimo cuarto lugar de un listado compuesto por 155 países.
Los resultados de este quinto informe –que se dieron a conocer el pasado 20 de marzo, coincidiendo con el Día Internacional de la Felicidad–, suscitaron un gran interés mediático en España. En parte, porque mientras vinculamos la “prosperidad material” con los países del norte de Europa, asociamos la felicidad y la (buena) forma de vida a los países del sur de Europa. Por ello, en algunos medios se intentó profundizar en los factores que hacían que los países nórdicos ocuparan (¡sorprendentemente!) las primeras posiciones en el ranking de la felicidad, al tiempo que se ponía de moda la palabra danesa hygge (entendida como la felicidad de las pequeñas cosas).
En este contexto en el que ha ido ganando terreno el debate sobre la felicidad, resulta interesante analizar en qué medida los españoles se consideran felices y cuáles son, en su opinión, las claves de la felicidad.
El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) comenzó en 1995 a introducir, en sus cuestionarios, preguntas sobre la felicidad. A partir de entonces, éstas fueron realizadas de forma irregular y no siempre se formularon del mismo modo, lo que dificulta la comparación de los resultados a lo largo del tiempo. Si bien, desde junio de 2013, y coincidiendo con un período de intensa crisis económica, el CIS ha planteado periódicamente, a través de los barómetros, preguntas sobre este tema. De este modo, podemos tomar el pulso al estado de felicidad de los españoles, que se resumiría en las siguientes conclusiones:
1) Pese a los duros años de crisis económica, los ciudadanos se han sentido “notablemente” felices. Así, en los últimos cuatro años, la media de felicidad no ha bajado del 7 ni ha superado el 8 (sobre 10). Es más, el nivel de felicidad personal se sitúa ahora en su cota más elevada (media de 7,82). Un 17% de los españoles se sienten completamente felices, puntuando con un 10 su nivel de felicidad, mientras que, por el contrario, tan sólo un 0,6% son completamente infelices.
2) En conjunto, los ciudadanos son felices, pero si analizamos las diferencias por grupos sociales, encontramos que unos son más felices que otros. Especialmente si tenemos en cuenta las consideraciones económicas. El dinero no da la felicidad, pero sí parece ayudar. O, al menos, hasta que se alcanza un determinado umbral de ingresos. Siguiendo los resultados del barómetro del CIS de mayo, una persona que vive en un hogar cuyos ingresos netos mensuales son inferiores a 600 euros se siente significativamente menos feliz (media de 6,79), que otra (media de felicidad de 8,5) cuyos ingresos mensuales oscilan entre los 4.501 y los 6.000 euros. Hasta los 3.000 euros, el nivel de felicidad va en aumento a medida que los ingresos son mayores. A partir de esa cantidad, la felicidad no parece variar. Si tenemos en cuenta la condición socioeconómica, son las personas desempleadas (media de 7,22) las que menos satisfechas se sienten.
Asimismo, por edad, encontramos que los jóvenes de entre 18 y 34 años se consideran más felices (con una media que supera el 8), que las personas de mayor edad (de 65 y más años, con una media de felicidad de 7,86). Si bien es cierto, que los menos felices no son las personas de mayor edad, sino los que tienen entre 55 y 64 años (7,49).
Por género, no se observan grandes diferencias, aunque los hombres (7,86) parecen sentirse ligeramente más felices que las mujeres (7,78). Las diferencias son aún más pequeñas cuando se considera el nivel de formación, dado que la felicidad que sienten las personas que carecen de estudios (7,81) es similar a la que, en el otro extremo, sienten las que ha cursado estudios superiores (7,83).
3) Como factores que conducen a la felicidad, y de un listado de nueve entre los que no se incluye la salud, “tener trabajo”, “ser optimista” y “tener ideales y principios sólidos” son valorados como los más importantes. Por el contrario, y aunque se consideren relevantes, se concede menos importancia a “tener dinero” y “tener pareja”. En 1995, planteada de forma diferente la pregunta, los ciudadanos consideraban que la “salud” y “tener una vida familiar satisfactoria” eran los elementos más importantes a la hora de ser feliz.
A la luz de estas conclusiones, cabe plantearse si junto al interés sociológico, debería existir un mayor interés político por el conocimiento sobre la felicidad que siente la ciudadanía.
En la percepción de la felicidad (también) está presente la brecha de la desigualdad social, al constatarse una mayor satisfacción personal entre los que cuentan con ingresos más altos, frente a los que tienen un menor nivel de rentas.
Al igual que no resulta (políticamente) baladí que en España –un país en el que, pese a la recuperación económica, sigue siendo muy elevada la tasa de desempleo y la precariedad laboral–, el factor al que se otorgue más importancia para ser feliz sea “tener trabajo”.
En este sentido, sería muy deseable que los representantes políticos, al menos, empezaran a tener en cuenta los “datos de la felicidad” en debates parlamentarios como el del estado de la nación. Incluso sería deseable que, desde el ámbito político, se impulsaran iniciativas para profundizar en la investigación de la felicidad como medida del bienestar social.
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