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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

Ignacio Jurado - @ignaciojurado

José Fernández-Albertos - @jfalbertos

Leire Salazar - @leire_salazar

Lluís Orriols - @lluisorriols

Marta Romero - @romercruzm

Pablo Fernández-Vázquez - @pfernandezvz

Sebastián Lavezzolo - @SB_Lavezzolo

Víctor Lapuente Giné - @VictorLapuente

Luis Miller - @luismmiller

Lídia Brun - @Lilypurple311

Sandra León Alfonso - @sandraleon_

Héctor Cebolla - @hcebolla

Contra la Gran Coalición

Rajoy y Rubalcaba sufren un profundo desgaste según todos los sondeos.

Sandra León Alfonso

Durante las últimas semanas han aumentado los rumores sobre la posibilidad de que el Partido Popular y PSOE puedan formar una coalición de gobierno si los resultados de las próximas elecciones generales confirman el hundimiento del bipartidismo. Resulta cuando menos sorprendente, por lo que denota respecto al grado de aislamiento o simple indiferencia respecto a la realidad política del país, que las élites de estos partidos estén contemplando dicha posibilidad.

¿Qué puede justificar esta iniciativa y cuáles son sus posibles consecuencias? A pesar de que la propuesta se defiende desde la bien reputada nebulosa de “razón de Estado”, las motivaciones ni siquiera se sostienen sobre la miopía de los cálculos electorales, pues la coalición podría conllevar pérdida de votos para ambos partidos, especialmente para el PSOE. Así que solo cabe situar el impulso a esta propuesta en un escalón más bajo: la simple supervivencia en el poder.

La iniciativa supone una irresponsabilidad si atendemos a sus consecuencias sobre el funcionamiento de la democracia. Una Gran Coalición remacharía la actual impotencia de los ciudadanos, doblemente ninguneados: a su incapacidad de cambiar el rumbo de las políticas económicas mediante el voto (puesta de manifiesto tras las elecciones generales de 2011), se añadiría su irrelevancia a la hora de provocar un cambio significativo en algo, si cabe, más básico: la alternancia en el poder.

No existe ni la más remota justificación electoral en la que sostener una coalición entre el PP y el PSOE. Por un lado, las preferencias de los votantes de ambos partidos se han mantenido tradicionalmente diferenciadas en distintos ámbitos, tanto en los temas de naturaleza moral (aborto, eutanasia), como respecto al tema territorial. Si en algo se parecen los electores socialistas y populares son en sus preferencias sobre el gasto en políticas de bienestar, lo que seguramente explique el coste electoral de las políticas de austeridad para ambos partidos. Tampoco los ciudadanos perciben una mayor afinidad ideológica entre PP y PSOE. Más bien aumenta la distancia entre ellos debido a la creciente derechización del PP (ver Gráfico 1).

Sin embargo, aunque con intensidad menor que en el caso de los populares, hoy el PSOE también es considerado por los ciudadanos (incluido sus votantes) un partido más a la derecha que al inicio de la crisis (Gráfico 2). Los periodos de moderación ideológica del PSOE coinciden parcialmente con etapas en los que sus apoyos se han deteriorado, seguramente porque los electores asocian dicha moderación con un alejamiento del partido de sus principios programáticos.

Un gobierno de concentración solo puede contribuir a ampliar esta penalización, pues la participación del PSOE en dicho gobierno limitaría las posibilidades de diferenciación con el PP en políticas en las que los socialistas han mostrado cierta ventaja comparativa (derechos de la ciudadanía, modelo territorial, igualdad) y probablemente se ampliaría la convergencia ideológica entre ambos partidos en política económica (con un sesgo a favor del statu quo, para descanso de ciertos grupos de interés). Es difícil vislumbrar buenas perspectivas para un PSOE que se repliega defensivamente en el poder.

¿Por qué querría sacrificar el PSOE sus futuros apoyos electorales en una coalición con el PP? Una justificación es que dicha coalición garantizaría la gobernabilidad del país en un previsible contexto de mayor pluralidad representativa en el Parlamento. No obstante, este argumento no solamente denota una profunda desconfianza hacia las preferencias de la ciudadanía y la capacidad del propio país de gobernarse como lo hacen la mayoría de países europeos (gobiernos de coalición con partidos pequeños), sino que desprecia las consecuencias sobre el funcionamiento de la democracia que tal iniciativa acarrea.

Un gobierno de concentración de dos partidos en declive en un desesperado intento de aislarse de las preferencias de los votantes solo puede contribuir a profundizar la desafección ciudadana. La creciente insatisfacción de la ciudadanía con el funcionamiento de la democracia tiene su origen en la imposición sin debate público de decisiones con un fuerte impacto distributivo en el reparto de los costes de la crisis y en la incapacidad de las elecciones para generar un cambio en la dirección de esas políticas.

Un gobierno de coalición PP-PSOE representa una vuelta de tuerca adicional en la insignificancia de la ciudadanía a la hora de determinar el futuro político del país. El hartazgo que de ello se derive pueden acabar cuestionando las supuestas bondades de “estabilidad” asociadas a un gobierno de concentración.

En definitiva, la iniciativa de la Gran Coalición parece inspirarse en la máxima que contribuyó a despolitizar gradualmente la política económica: el aislamiento de las decisiones económicas respecto a las presiones de la política. La Gran Coalición significa llevar esa lógica de aislamiento al mecanismo esencial del funcionamiento de la democracia, pues supone debilitar la relación entre la alternancia en el poder y las preferencias de los ciudadanos.

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