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Arcadi Espada asegura que “la memoria es veleidosa y contingente, y no debe legislarse”

Arcadi Espada asegura que "la memoria es veleidosa y contingente, y no debe legislarse"

EFE

Sevilla —

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El escritor Arcadi Espada asegura que “la memoria es veleidosa, y tiene un carácter puramente contingente, y por eso mismo no se debe legislar sobre ella”, y que de eso “hay pocos ejemplos tan rotundos” como el que cuenta en su último libro, “En el nombre de Franco” (Espasa).

Con el subtítulo de “Los héroes de la embajada de España en el Budapest nazi”, en este ensayo destaca el papel del diplomático español Ángel Sanz Briz, al que Israel otorgó el título de Justo Entre las Naciones por haber salvado a un mínimo de 1.600 judíos durante la Segunda Guerra Mundial, lo que el valió el sobrenombre de “El ángel de Budapest”.

Cuando Sanz Briz falleció en 1980, los principales periódicos españoles le dedicaron necrológicas, pero ni una de ellas aludía a su actuación en Budapest en favor de los judíos, como tampoco se recordaron estos hechos cuando le concedieron altas distinciones como la Orden de Carlos III o de Isabel la Católica, según ha señalado Espada.

Sin embargo, el italiano Giorgio Perlasca, al que Espada califica de impostor, se atribuyó a lo largo de su vida buena parte de los méritos de Sanz Briz, en lo que ha supuesto un entuerto histórico que ha tratado de aclarar con “En el nombre de Franco”, una investigación que le ha ocupado cinco años.

Espada, que ha presentado su libro en Sevilla, ha asegurado que el título de “En el nombre de Franco” es “una síntesis perfecta de una de las tesis del libro”, la de que toda la actuación de Sanz Briz, así como la de otros diplomáticos españoles que salvaron judíos del holocausto, no fue una tarea individual sino que se hizo siguiendo instrucciones del general.

Según Espada, “la iniciativa también fue de Franco, que dio orden a su ministro Lequerica y éste le indica a Sanz Briz que acelere, si bien Sanz Briz interpretó su labor con especial pasión humanitaria, incluso excediéndose, alojando a judíos en la sede diplomática, cosa que hizo porque la situación ya era desesperada” en el invierno de 1944, ante la inminente entrada de los soviéticos.

“A Sanz Briz y a quienes le ayudaron en esa labor se le deben rendir todos los honores, sin olvidar que todos actuaron, y orgullosamente, en el nombre del general Franco”, según Espada, quien ha remachado que “San Briz se jugó la vida, fue justo y heroico; pero es absurdo pensar que actuó por cuenta propia”.

“A veces pienso que he escrito un libro absurdo, porque es absurdo explicar que un funcionario cumple órdenes de su Gobierno”, ha señalado Espada al lamentar que “toda la historiografía reciente esté escrita por la izquierda” y que, por tanto, “sea un hueso duro de roer que hubiera franquistas buenos, honrados y benéficos, que además salvaban a judíos”.

El autor ha asegurado que, sobre Sanz Briz, se ha llegado a decir que “lo destituyó Franco en cuanto se enteró de que salvaba judíos”.

La motivación de Franco no fue sólo humanitaria -“sería tan injusto decir que fue humanitaria, como decir que no lo fue”, ha matizado-, sino que se debió “a la necesidad de ganarse a la opinión pública de los aliados cuando la existencia del régimen estuvo en peligro”.

“En Estados Unidos la opinión pública estaba en manos de los judíos, y ni el New York Times ni Hollywood lanzaron la caballería contra Franco, y si lo hubieran hecho se hubieran producido manifestaciones diarias pidiendo que se interviniera en España”, ha añadido.

Espada ha insistido en que, salvo “Por quién doblan las campanas”, desde 1941 no hay ni una película estadounidense reseñable sobre la Guerra Civil española, “que no es un icono para Hollywood aunque tiene todos los ingredientes para haberse convertido en un género”.

Un dato más en favor de esta tesis apunta Espada: el gran periodista Herbert Matthews se quejó siempre de la pasividad del New York Times con el franquismo.

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