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Cómo es el consumo responsable en tiempos de Amazon, Uber y AirBNB

Desde Cleta garantizan un servicio profesional y estable al disponer de independencia financiera.

Felipe G. Gil

Hay muchas personas que se preocupan por llevar a cabo un consumo responsable. A pesar de las dificultades, cada vez más abundan los negocios en los que se cuida que todas las partes del proceso en la cadena de producción o distribución sean responsable con el entorno o con las condiciones laborales de las partes implicadas. Aunque compres fruta y verdura ecológica es muy probable que hayan sido transportadas en vehículos que contaminan. Tener un coche eléctrico no está al alcance de muchas personas y al final, mantener un negocio implica muchos gastos. De hecho, ese cuidado del proceso suele conllevar un encarecimiento del producto final y no todo el mundo puede permitírselo, sobre todo en un contexto de precariedad y con uno de los salarios mínimos más bajos de Europa.

En ese hueco se insertan muchas de las aplicaciones, plataformas y servicios que más se han popularizado: con sus diferencias con respecto a modelos de negocio y tipos de servicio, los Amazon, Uber, AirBNB, etc. han venido para quedarse y están planteando muchos interrogantes sobre su modelo de producción y sobre las condiciones laborales que plantean pero también sobre la falta de oferta a un precio razonable de ciertos servicios o productos. Muchas personas tratan de lidiar con esta realidad y en ocasiones ejercen cierta resistencia a través de actos individuales y conscientes en los que rehúsan usarlas o se plantean otras alternativas. Sin embargo, es un terreno lleno de contradicciones.

“Yo empecé poniendo un pequeño piso que estoy comprando en couchsurfing. Lo hicimos dos o tres veces. Luego probamos con AirBNB y coincidió que echaron a mi mujer. Acabábamos de tener un hijo y sinceramente, nos salvó un año en el que lo estábamos pasando muy mal económicamente”. Nos comenta Ángel, economista de formación que reside en Sevilla con su familia. Las vueltas de la vida han hecho que Ángel haya terminado trabajando en un taxi temporalmente: “Hasta que no haya una regulación clara no pienso usar ni Uber ni Cabify. Además, las condiciones laborales que ofrecen a sus trabajadores son malas”.

Las razones para usar o no usar este tipo de servicios son muy variadas y no siempre es lo económico lo que prima en la decisión. Nico es informático freelance y activista a favor del decrecimiento. Tras abandonar Francia está viviendo entre Portugal y Brasil. Reconoce usar mucho Uber: “He podido ver la explosión de Uber en Brasil en los últimos 3 o 4 años. Desde la gran disponibilidad de conductores alrededor de ti hasta la publicidad esforzándose por seducirte para convertirte en conductor. Personalmente lo uso mucho aquí y casi nunca en Francia. Principalmente por razones de seguridad, desafortunadamente”. Se muestra sin embargo plenamente consciente de la contradicción: “De forma general creo que deberíamos boicotear este tipo de nuevas aplicaciones porque son síntomas de un sistema en crisis cuyo objetivo es el enriquecimiento de unos pocos y no el bien general. Pero es más fácil decirlo que hacerlo, ya que esos servicios son más baratos que sus históricos competidores”.

Para Sofía, trabajadora de una cooperativa cultural que participa de varios proyectos europeos la contradicción se sitúa entre la precariedad del consumidor y las ventajas que ofrecen estos nuevos servicios para aprovecharse de esa situación: “Cuando supone una alternativa realmente económica a otro tipo de servicio, tipo hotel, lo considero una opción a contemplar. Airbnb lo he usado dos veces, si no lo he usado más ha sido porque en general no viajo por placer, sino por trabajo y no suelo gestionar mis propios alojamientos”. Sin embargo tiene clara que le gustaría que se normalizara: “Lo que me gustaría es que estuviera regulado. Nunca he comprado el marketing detrás del relato de economía colaborativa, alimentada de conceptos trampa como comunidad, sostenibilidad, colaboración etc...cuando lo que hay es una explotación comercial que solo lucra a una multinacional y destierra de sus barrios a familias o al vecindario de toda la vida”.

Daphne trabaja en una ONG internacional desde Berlín y está muy habituada a trabajar y convivir con activistas. Está muy sensibilizada aunque aún así confiesa usar “AirbBNB y Uber ”una o dos veces al año“. Pero reflexiona sobre porqué triunfan más allá del precio también: ”Creo que por ejemplo AirBNB ha capitalizado o sacado beneficio del principio de hospitalidad cuando antes cedías tu piso a amigos o amigos de amigos cuando estabas ausente por algún motivo. Hoy en días es un producto con el que puedes ganar dinero“. De hecho, tiene claro que el hecho de que otras opciones no se hayan convertido en mayoritarias tiene que ver con el hecho de que no suponen negocio para las personas: ”¿Por qué el couchsurfing no se ha convertido en una opción mayoritaria? Porque está fuera de la economía, no es un negocio. Es compartir de verdad“.

Ann Marie, americana residente en España que se dedica a la traducción y ha trabajado durante años en una organización internacional a favor de un cambio de modelo sistémico llevando las redes apunta hacia la conciencia de quiénes participamos en el uso de estos servicios: “Para mi la contradicción no es nuestro uso de las plataformas de 'economía colaborativa'. Es lo deshonestos que hemos sido con nosotros mismos acerca de nuestra responsabilidad para enfrentar los resultados de usar estas plataformas. Su uso está muy normalizado, es casi inevitable ahora”. De hecho, en muchas ocasiones hay un desdoblamiento extraño que todos hemos vivido. Leer una noticia sobre las malas condiciones de los trabajadores de una planta de un conocido refresco y al día siguiente comprar 12 latas en tu supermercado más cercano. Ann Marie refuerza esta idea dejando claro que “consumimos historias terribles desde una cómoda distancia, como clickbait, como si fueran el problema de otro”.

Curiosamente, esta forma de activismo no es nueva ni está asociada exclusivamente a aplicaciones digitales. Durante la década de los 90, en España se puso de moda el consumo responsable. Promovido por organizaciones ecológicas, sociales y políticas, se unía a otras reclamaciones como dedicar el 0.7 del PIB para ayuda al desarrollo y así atajar una de las raíces del problema: las desigualdades entre los países desarrollados y los que están en vías de desarrollo y el modelo económico propuesto a escala global. De hecho, Yayo Herrero, activista y pensadora que representa al ecofeminismo en España declaró hace unos años que “la vida podrá ser sostenible pero no al ritmo de consumo actual”. Para apuntar “A lo mejor no tiene sentido un coche individual para cada persona, ni energéticamente”.

Justo en esa línea, Rubén Martínez, doctor en Ciencia Política por la IGOP y la UAB, miembro de La Fundación de los Comunes y de la cooperativa La Hidra, señala la contradicción tras la contradicción de enfrentarse en 2018 y tratar de hacer un consumo responsable en relación a Uber, Amazon, AirBNB, etc. “El principal problema que le veo al activismo basado en el consumo (no compro de esto, no voy a esta tienda) es que tiende a ser individual. Puede haber un boicot colectivo, pero siempre depende de la responsabilidad de cada cual. El activismo en la producción tiende, en cambio, a ser colectivo. Como en los sindicatos laborales o, en cierto modo, en los sindicatos de inquilinos. De hecho, creo que tiene más sentido ir a la base del problema: las relaciones de producción y de propiedad. Ambas formas de activismo son combinables, pero la del consumo crítico tiende a reflejar dinámicas de mercado: compro o dejo de comprar por preferencias individuales”. De hecho, él mismo reconoce usar Amazon: “Lo uso porque tienen una oferta que no encuentro en otro lugar, como libros descatalogados a buen precio porque no puedo encontrarlo en librería afín o cercana. Y porque es cómodo, para qué vamos a negarlo”.

Afortunadamente y aunque no se hayan popularizado, empiezan a haber organizaciones, colectivos y estudios sobre el impacto de estos servicios en nuestras vidas. Y alternativas reales. Sin ir más lejos, ex-repartidores de Deliveroo y Glovo han recaudado 19.000 euros para crear Mensakas, una cooperativa que pretende competir con estas al tiempo que fomenta unas condiciones de trabajo dignas. En Madrid ya existe Cleta. A AirBNB le intenta hacer frente FairBNB, “una comunidad de activistas, programadores, investigadores y diseñadoras que aspiran a solucionar el reto de poner el procomún en el centro de la economía colaborativa”. Fairmondo es una alternativa a Amazon y eBay. Y si se escarba, hay un largo etcétera que demuestra cómo ejercer en 2018 el consumo responsable al tiempo que se fomentan modelos de trabajo basados en los principios de la economía social y solidaria.

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