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El mundo se juega en la Cumbre de Madrid que no se diluya la lucha contra la crisis climática

Tierra resquebrajada por la sequía.

Raúl Rejón

El objetivo de la Cumbre del Clima de Madrid es que se celebre ante el riesgo de que el foro anual para atajar la crisis climática se evaporara justo cuando crece el peligro de retroceso abanderado por EEUU. 

La idea que se manejaba en los despachos del Ejecutivo español tras la renuncia de Chile a albergar la COP25 era mantener viva la cumbre. Que “no ganen los Trump y los Bolsonaro”. Si la cita de 2019 estaba marcada en el calendario climático como una cumbre de bajo perfil, de transición antes de que en 2020 los países del Acuerdo de París deban renovar sus planes, la posibilidad de que quedara en vacío daba gasolina a las partes más reticentes. Disolvía el momentum climático, como lo llaman los negociadores. 

El momentum es el ambiente de toma de conciencia y compromiso que se genera alrededor de cumbres y conferencias de este tipo.“No se podía perder”, han reiterado en el Ministerio de Transición Ecológica desde que comenzó a organizarse la cita en Madrid. Si en París se alcanzó un acuerdo, solo tres años después de que entrara en vigor en 2016, una de las partes que más lo impulsó, EEUU, ya le ha dado la espalda. 

La investigadora Cristina Urrutia, que ha preparado un estudio sobre las perspectivas de la COP de Madrid para el Parlamento Europeo, explica que, en un contexto con actores reacios al esfuerzo climático, celebrar la cumbre implica “mantener la secuencia de presión y negociación, algo fundamental en un proceso que es complejo y que debe conseguir que en 2020 los países puedan implementar los compromisos del Acuerdo de París”.

“Todas las COP tienen un elemento en el que los países explican qué están haciendo. Se presentan ante la comunidad internacional”, añade Anke Herold, directora ejecutiva del Instituto de Ecología Aplicada Oko-Institut. Herold, que estudia la evolución de las negociaciones climáticas desde 1997, añade que “en las cumbres son importantes las actividades en las que los países van presentando cómo están actuando respecto a las emisiones, se evalúan las acciones, qué funciona, qué no. Es un intercambio muy válido”. 

En el alero

La 25ª conferencia climática de la ONU ha estado en el alero desde su borrador. El primer anfitrión, Brasil, se desmarcó al llegar Jair Bolsonaro al poder en noviembre de 2018. El siguiente, Chile, anunció que no la organizaría un mes antes de la inauguración al verse sobrepasado el Gobierno de Sebastián Piñera por “la crisis social por la dignidad” –como la ha llamado ya la ministra chilena de Medio Ambiente, Carolina Schmidt–

En los meses de preparación de la COP, la comunidad científica ha sustentado cada vez más las evidencias alrededor del cambio climático de origen humano. A inicios de noviembre, 11.000 científicos advirtieron a los líderes políticos del “sufrimiento indecible” que vaticina la crisis climática.

El Panel Internacional de Expertos de la ONU ha avisado este año de la degradación de los océanos y de las implicaciones de la alimentación mundial en el calentamiento de la Tierra. Los métodos mejorados de medición vía satélite han precisado las zonas y población expuestas a inundaciones. 

En contraposición, EEUU ha iniciado formalmente el proceso para salirse del Acuerdo de París. A rebufo del presidente estadounidense Donald Trump, se han situado otros que hacen menos ruido, pero terminan por lastrar la acción multilateral.

El presidente brasileño Jair Bolsonaro amagó con imitar la salida del acuerdo global y, aunque de momento sigue dentro, arrastra los pies con iniciativas como utilizar el carbono almacenado en el Amazonas como moneda de cambio. Trata de equiparar la no liberación de carbono –con talas o incendios forestales– con reducir emisiones. Y ganar dinero con ello al vender derechos de emisión de gases de efecto invernadero por estar ese CO retenido en los árboles.

No es el único freno. Australia, Canadá, Rusia o Japón llegan a Madrid ocupando los últimos lugares del ránking anual sobre actuación climática realizado por las organizaciones German Watch y Climate Action Network. Ocupan las posiciones 55, 54, 52 y 49 de 60. Todos con un nivel “muy bajo”. 

Si el presidente ruso, Vladimir Putin, contó hace dos semanas que pretende convertir toda la economía del país en “verde”, sus compromisos oficiales para el Acuerdo de París no implican reducciones de emisiones de CO respecto a 1990.

El Gobierno japonés no baraja ningún avance. El ejecutivo de Australia –un país estrechamente ligado a las minas de carbón– ha reaccionado ante la demanda de una política sobre el clima más decidida amenazando con una ley que castigue el activismo. El primer ministro Scott Morrinson ha asegurado este noviembre que la amenaza al futuro de la minería proviene “de una nueva generación de activismo radical”.  

Brasil, Canadá, Japón, Australia –y por supuesto EEUU– tienen que incrementar sus medidas solo para cumplir con los compromisos para 2020 que presentaron al adherirse al Acuerdo de París, según la revisión del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente de 2019.

“Es un momento clave para impulsar la acción multilateral”, ha afirmado la ministra en funciones de Transición Ecologica Teresa Ribera en las jornadas previas a la inauguración. La organización Greenpeace ve la situación más acuciante: “En un clima de incertidumbre global, donde la polarización política es cada vez mayor y donde las comunidades que sienten la presión de las desigualdades que se agravarán por el cambio climático se manifiestan por todo el mundo, la cooperación internacional está cada vez bajo mayor presión”.

Cumbre con paradojas

El plan de negociaciones de esta COP tiene aspectos relevantes, pero no tan cruciales como en otras citas. Por el contrario, la movilización social ha crecido mucho este año con picos palmarios durante las huelgas y manifestaciones climáticas de septiembre pasado. Ese desencuentro entre una demanda acelerada –justificada en la batería creciente de evidencias científicas– y la agenda oficial amenaza con resquebrajar el momentum

Además, el traslado de sede de Santiago a Madrid por el estallido social chileno ha añadido sombra a la cumbre. La organización Ecologistas en Acción duda de que Chile esté en disposición de conseguir consensos tras cómo ha manejado la crisis social surgida en octubre pasado: “La presidencia de la COP [a cargo del Gobierno chileno] es una figura de negociación diplomática que debe liderar  los acuerdos necesarios para la puesta en marcha del Acuerdo de París. En ese sentido, parece difícil dar credibilidad negociadora a quien ha respondido a través de la represión las demandas ciudadanas”, reflexionan en la organización.

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