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¿Y qué pasa ahora con el feminismo? El reto de mantener la autonomía de un movimiento que ya está en alza

La Gran Vía, totalmente tomada por la marea feminista este 8 de marzo.

Marta Borraz

El feminismo ha ganado el pulso en la calle. Las manifestaciones históricas que han recorrido las calles de las ciudades han colocado a España en las primeras páginas de los diarios internacionales. El Gobierno se ha visto obligado a cambiar su discurso y Ciudadanos se ha apuntado al éxito del 8M, que habían minusvalorado. El estallido de un movimiento que hace años era marginal afronta ahora una nueva época. La huelga feminista ha ganado el discurso: ¿Y ahora qué? ¿Qué hacer con tanta fuerza? ¿Cómo cristalizará? ¿Existen riesgos?

“Las que llevamos toda la vida hemos visto la evolución. Recuerdo que hace algunos años tuvimos unas jornadas feministas en Catalunya a las que vinieron 4.000 mujeres y no salió nada de nada en la prensa. Ayer todos los periodistas se pegaban por querer subir a la tarima en la lectura de manifiesto”, cuenta Dolo Pulido, activista de Ca la Dona y de Feministes Indignades, una asamblea creada al calor del 15M en la acampada de la Plaça Catalunya.

Ya el año pasado la manifestación del Día de la Mujer superó todas las expectativas. El caldo de cultivo llevaba años gestándose y articulándose, también a nivel internacional, en manifestaciones cada vez más multitudinarias: el Tren de la Libertad contra la reforma del aborto de Gallardón, el 7N de 2015 contra las violencias machistas o 'las manadas feministas' que salieron a la calle para apoyar a la víctima de la violación de Sanfermines.

Pulido no pierde de vista que el 8M no es cosa de un día y recuerda a las tantas y tantas mujeres que llevan años en asambleas, organizaciones y colectivos empujando el feminismo. “Hay un movimiento feminista que lleva décadas trabajando en el Estado español. Sin eso, lo del jueves hubiera sido imposible. Todo esto pone sobre la mesa que existe un feminismo autónomo al margen de los partidos y los sindicatos”.

Mujeres diversas, de distintas ideologías, mujeres organizadas, bloques de estudiantes, grupos de lesbianas, bisexuales y trans, juezas, periodistas, empleadas domésticas... Un abanico de relatos y de vidas que ha explotado en la calle para gritar “basta ya”, que las mujeres no aceptan la brecha salarial, la violencia machista o el techo de cristal. “Lo que hemos conseguido durante este proceso es hacer del debate algo social. Ahora uno de los retos es saber cómo hacer el cambio desde lo común, y ahí posiblemente nos encontremos dificultades”, dice Ruth Caravantes, integrante de la Comisión 8M.

También ella piensa indispensable mantener la autonomía del movimiento. Un reto que puede darse, dicen, independientemente de que haya calado como una lluvia fina y vaya a empapar también a partidos, sindicatos y otras estructuras. Algo que, por otro lado, ya venía haciéndose desde hace tiempo. Y es que el feminismo ha dinamitado los límites de las estructuras más tradicionales para fortalecer la idea de comunidad más allá de los partidos o los sindicatos.

“Nuestro trabajo ahora es ver cómo fortalecemos el propio movimiento y seguir haciendo un llamamiento a las mujeres para que se autoorganicen en los centros de trabajo, en las escuelas, en los barrios... Y creo que este estallido contribuirá a ello”, apunta Pulido.

La fuerza en la calle

Pulido define lo que ha pasado como “un salto”, que tiene como efecto un ensanchamiento de la base social, lo que provoca que se amplíen las miradas en el movimiento. “Lo que ha cambiado es que ahora tenemos la fuerza de la calle para seguir con nuestras propuestas. Debemos seguir cuestionando y presionando y los partidos y los sindicatos deben respetar las decisiones del movimiento y no instrumentalizarlo”. Caravantes opina que los partidos tienen un reto por delante: “Nosotras hemos lanzado la pelota, ahora estamos en el momento expectativa”.

Que ya sea difícil obviar el debate y que éste marque agenda, ¿tiene sus riesgos? Para Pulido, puede haber un intento de que los partidos políticos instrumentalicen el feminismo, pero apela a la naturaleza y a las características del propio movimiento para descartarlo: “¿Cómo se van a apropiar de esto?”, dice. “Si el feminismo propone que cambien las estructuras organizativas de los partidos y los sindicatos, la organización del tiempo, la paridad, que se pongan en el centro los cuidados...¿Cómo te puedes apropiar de esto? O lo asumes de verdad o es muy difícil. El feminismo está proponiendo un cambio profundo y radical de las relaciones”.

Caravantes cree que el riesgo “es quedarnos como estamos” y asegura que marcar agenda y que la ideología se propague no es algo negativo. “A quien quiera hacer de ello una moda le responderemos que no lo somos porque nuestras vidas están en juego y estaremos a pie de calle ante cualquier amenaza de vaciar nuestras demandas de contenido”. Por otro lado, la institucionalización no es algo nuevo: ya en los 90 el feminismo entró en las instituciones y la Administración empezó a poner en marcha políticas de igualdad y órganos destinados a ellas.

Algo que, explican las activistas, se ha visto que no es incompatible con la autonomía. “Vamos a garantizarla, tanto en el relato como en la práctica”, insiste Caravantes. Por otro lado, el cambio social y cultural que propone el feminismo es tangible, pero su apelación a la vida cotidiana o a la intimidad de las relaciones hace que sea difícilmente comparable a otros movimientos: “Yo si veo que se está levantando la alfombra. Debates en whatsapp, en las comidas...De repente tus tías, tu abuela y tu vecina de enfrente te empiezan a contar...”.

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