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Victoria Camps: “Nada debería ser igual, deberíamos recordarlo, aprovechar cómo nos estamos comportando”

La filósofa y catedrática de Ética y Política Victoria Camps.

Andrés Gil

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Victoria Camps (Barcelona, 1941), filósofa, catedrática emérita de Ética y Política de la Universidad de Barcelona, reflexiona sobre las consecuencias de la pandemia del coronavirus en la sociedad: los confinamientos, el papel de lo público en la respuesta al virus, el cambio de vida obligado que permite mirar con perspectiva cómo afecta a la sociedad.

Camps, miembro del Consejo de Estado y del patronato de la Fundación Alternativas, exsenadora del PSC por Barcelona (1993-1996), reivindica la memoria para no olvidar este proceso.

¿Nada será igual?

Nada debería ser igual. Deberíamos saber aprovechar lo que está pasando y cómo nos estamos comportando en esta situación para aprender lo bueno que estamos haciendo. Lo primero que tenemos que hacer es recordar todo esto, y saber aprovecharlo después.

Creo que nos estamos tomando en serio el confinamiento, y eso quiere decir que nos hemos unido en torno a un interés común, algo que es muy difícil que ocurra. Hemos sido capaces de aparcar el individualismo y tener un sentido más comunitario, más cívico, que es tan difícil que se manifieste: y ese espíritu de ciudadanía se está manifestando.

Seguimos una disciplina y obedecemos, unas actitudes que nos habrían parecido insólitas hace sólo un mes.

También es muy importante la protección de los más jóvenes con respecto a los mayores. Tenemos unos hijos a los que hemos superprotegido, y ahora nos están superprotegiendo ellos a nosotros: lo hacen todo, se ofrecen constantemente para todo lo que haga falta.

¿Y el papel del Estado?

Estamos en un periodo de gran incertidumbre, de niebla, en el que necesitamos que alguien nos oriente. Estamos recuperando la confianza en el Estado, el reconocimiento de lo importante que es tener un sistema público de salud, que fue mermado en un periodo de recortes excesivo. Cuando vemos ahora la llegada del coronavirus a América Latina, la diferencia es abismal por no tener el sistema de salud que tenemos.

Y la confianza en la ciencia. Esto no lo habíamos experimentado de forma tan clara. Los políticos se dejan asesorar porque no saben cómo hacerlo. Los expertos, los epidemiólogos y los virólogos están teniendo un protagonismo necesario.

Además está ese reconocimiento de los profesionales sanitarios, de todos los que están proporcionando todos los servicios esenciales. Nos hemos dado cuenta de lo importante que es tener el apoyo del conocimiento científico.

¿Es muy importante, entonces, la memoria?

Que en el futuro recordemos lo bueno y lo que nos habrá faltado para ser eficientes; que somos capaces de coordinarnos y colaborar; es decir, tener sentido de Estado, cuando hay problemas graves que hay que resolver.

No solo es un problema grave, es una tragedia, una catástrofe, todos podemos acabar infectados. También por eso la reacción favorable a la coordinación es más fácil.

Esta reacción nos podría ayudar también con asuntos como el cambio climático, que produce de momento reacciones más débiles. Debería servir un modelo para recordarlo en el futuro.

¿Las reacciones de cooperación colectiva tienen que ver con el efecto que tiene en el individuo?

El altruismo tiene un fondo de egoísmo, porque me protege a mí también, me hace sentir una gratificación al actuar de una forma altruista.

Esa reacción de reconocimiento del otro y de lo público se ve cada día a las ocho de la tarde.

Es comunidad emotiva, ya que no podemos tener un contacto físico y los vecinos nos hablamos desde los balcones, sin podernos acercar. La comunidad emotiva se refuerza, aunque no haya contacto físico, que es el que nos gustaría y echamos de menos en estos momentos. Por no hablar de quienes pierden a un ser querido, la prueba durísima de no poder estar en sus últimos momentos.

A menudo los políticos emplean metáforas bélicas para hablar de la lucha contra el coronavirus.

Es inevitable. Las metáforas forman parte de nuestro lenguaje. No hay bombas, es otra situación, pero es lo primero que se nos ocurre a todos.

Es otra forma de confinamiento, pero también es un confinamiento. Y otro tipo de escasez, con la libertad de cada uno limitada, el derecho más consagrado que no queremos que nos toquen. Esta vez hemos aceptado la limitación de la libertad porque la prioridad es frenar el virus.

Un parón que no se veía venir, que Europa no vive desde el final de la Segunda Guerra Mundial, hace 75 años.

Como si fuera una venganza de la naturaleza, una justicia poética. No diría tanto eso. Más bien diría que, de vez en cuando, se pone muy de manifiesto lo frágiles que somos y lo dependientes que somos unos de otros; y, todos juntos, dependientes de quienes nos pueden orientar. La autosuficiencia es algo muy asumido, pero ni a escala de país la autosuficiencia tampoco es total.

Ahora surge la conciencia de que somos interdependientes, y cómo algo tan mísero como un virus nos está dando una lección de humildad que deberíamos recordar más.

Algo que tiene mucha relación con el modo de vida.

El modo de vida que nos impone la economía de mercado y el capitalismo, de satisfacer los deseos, hedonismo, el placer como objetivo fundamental. Y cuando te encuentras con la fragilidad, las prioridades deberían ser otras, para vivir de otra manera también.

Ahora no hay accidentes de tráfico, no hay contaminación... No podemos regresar a un pasado idílico que no ha sido cierto, pero sí repensar hasta qué punto se exageraba todo y a lo mejor no era tan necesario.

El hábito del teletrabajo lleva a reconsiderar si es necesario desplazarse tanto, perder tanto el tiempo, si se puede hacer a distancia y con menos dispendio económico.

Lo más disruptivo en estos días son los niños pequeños en casa.

Tengo nietos pequeños e hijos con niños pequeños en pisos pequeños. La situación es muy distinta para los que somos mayores, y que además tenemos unos hábitos culturales muy interiorizados, es realmente fácil esta situación.

No cambio mucho lo que hago ahora con lo que hago normalmente. Otra cosa son los más jóvenes que pueden teletrabajar pero que han de hacerse cargo de niños que hay que entretener y ayudar con los deberes.

¿Cómo está viendo la reacción de la Unión Europea?

Poco coordinada y poco colectiva. Más tardía que la de los Estados. La UE no está demostrando que puede funcionar mejor, a pesar de la gravedad de la crisis, como están demostrando los Estados.

¿Es una vuelta a la reivindicación de la soberanía nacional?

Conocemos mejor cómo atender la falta de ciertos recursos y cómo tomar algunas decisiones.

Ahora nos vendrá la crisis económica, y quizá la UE ahí sí debería hacer un esfuerzo. Dependemos mucho de eso. Ahora que tenemos más tiempo para pensar y tener una visión más de futuro, habría que ver qué hacemos y tomar unas medidas que trasciendan los distintos Estados.

No falta ambición sino valentía; miedo de hacer cosas que luego no se puedan afrontar.

Pero incluso algunas empresas están reaccionando de forma solidaria. Hay grandes desigualdades. Ese 1%, que es el más desigual del planeta porque acumula la mayor parte de la riqueza, tiene una responsabilidad. Pero eso no son medidas políticas sino corporativas.

En un momento en el que se reivindica el papel de lo público.

Parece que vuelve Keynes, al menos en Europa. Esto lo tenemos muy interiorizado, lo que representa tener un Estado social protector fuerte, y que es el Estado el que tiene que hacerse cargo e impulsar políticas de protección.

En la anterior crisis se habló de “reformular” el capitalismo.

Hay modelos, como Piketty, elaborados por economistas. La misma renta básica, que era una cuestión de unos pocos, que la defendían no como un ideal utópico sino haciendo cálculos.

Hay que redistribuir. El gran tema es redistribuir. Habría que poner un límite, no se puede acumular tanto en manos de unos pocos.

Pero en la crisis no sólo no se reformuló el capitalismo, sino que se emplearon recetas liberales para salir de ella.

Lo que se hizo fue rescatar a los bancos para que los inversores y la ciudadanía no perdiera los ahorros. No fue una cuestión de redistribución.

Hay que insistir mucho en ese discurso: hay que hacer un buen diagnóstico para hacer un tratamiento adecuado después. Hay que redistribuir más, tener prioridades, y cuando se recorte, que se piense en las consecuencias para el futuro de recortar según qué cosas.

Los medios de comunicación son importantes en la forma de conservar esta memoria. Tendremos una crisis económica, esto es más emotivo, pero cuando la crisis sea económica, el modo de gestionarla tiene que ser una cuestión de bien común.

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