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Cómo las patentes de software minan la innovación

En ocasiones el copyright es utilizado por las compañías como arma para perjudicar la competencia

Pablo G. Bejerano

El debate sobre el sistema de patentes aplicado a la industria del software lleva años lanzando argumentos en un sentido y en otro. Por un lado están quienes defienden la necesidad de que exista una propiedad intelectual sobre los productos creados, mientras que en el otro bando opinan que la situación actual limita las posibilidades de creación.

Un tribunal de Washington D.C., en Estados Unidos, donde el debate es especialmente espinoso por los apoyos que suscita de ambas partes, está dispuesto a escuchar argumentos sobre cuáles son los límites para patentar un producto de software, según The Wall Street Journal. Se trata de un caso en el que la entidad CLS Bank International pide la supresión de algunas patentes de Alice Corporation, una compañía australiana. Éstas describirían de forma demasiado “abstracta”, según la acusación, un determinado proceso comercial.

¿Hasta dónde llega el límite de las patentes de software?

El caso que se ha presentado en el tribunal estadounidense lleva a reflexionar sobre los límites de las patentes en el campo del software. Uno de los argumentos en contra de este modelo consiste reducir la programación a matemáticas. Ya que un desarrollo informático es la expresión y transcripción de funciones y algoritmos numéricos, éstos no deberían ser patentados.

Ante este argumento de matemática pura, hay que destacar los esfuerzos que supone llegar a esos algoritmos y funciones, así como su materialización en un producto. Sin embargo, en ocasiones, como ha ocurrido con el caso anterior, la descripción del proceso puede ser demasiado genérica, por lo que la compañía que haga el registro podría estar patentando no sólo su invento sino un amplio conjunto de formas para lograr lo que ella ha logrado.

De esta manera se estaría bloqueando la innovación de otras compañías que pretendan desarrollar un producto similar por su propio camino, porque la patente que ha sido registrada antes impide la investigación en ese sentido. Esto también contribuye a crear monopolios y a cerrar el paso a pequeñas empresas con pocos recursos.

En un reportaje de The New York Times se contó cómo una empresa modesta dedicada al desarrollo de software de reconocimiento de voz, Vlingo, sufrió el acoso de otra de mayor tamaño, Nuance. Ésta quiso comprar a la primera. Hizo una oferta y al ser rechazada, amenazó con utilizar como arma las patentes que ya tenía.

Resultó que Nuance no tenía las patentes necesarias para inhabilitar a Vlingo, pero para su defensa en el juicio la pequeña empresa gastó tres millones de dólares. Esto le llevó a una situación financiera crítica que le obligó a venderse a Nuance. De esta forma, una compañía con mayores recursos absorbió a una de tamaño más reducido y de paso detuvo su innovación, ya que en ese tiempo la inversión no se empleó en desarrollo sino en pagar los costos del proceso judicial.

El sistema de patentes puede cortar la investigación de una compañía en un determinado campo por estar éste saturado de patentes registradas. Mientras que a veces también permite que organizaciones más poderosas extorsionen a otras más modestas, amenazándolas con utilizar su propiedad intelectual para llevarlas a juicio. En Forbes señalan que el software tiene ciclos comerciales cortos. Pronto aparecen nuevos desarrollos que convierten en obsoletos los anteriores. Así, los creadores pueden rentabilizar su producto con el mero hecho de ser los primeros en sacarlo al mercado.

La perversión del sistema

Uno de los argumentos a favor del sistema de patentes afirma que éstas representan un incentivo a la innovación. Los creadores ven su trabajo recompensado con la explotación comercial exclusiva. Sin embargo, los derechos que se les conceden a veces tienen tintes monopolísticos que impiden la entrada de otros rivales en el área patentada.

De hecho, existen grandes compañías tecnológicas que tratan de defenderse del sistema comprando otras empresas, no porque quieran aprovechar sus productos sino porque desean su propiedad intelectual. Uno de los casos más destacados ha sido el de la adquisición de Motorola por Google. El gigante de Internet pagó alrededor de 9.350 millones de dólares y una de las razones que estuvo en boca de todos fue la cartera de patentes, que serviría como escudo a su plataforma Android.

Otro episodio en el que las patentes no han servido a la innovación, sino que se han utilizado para fines comerciales, es el de Apple y Samsung. Durante meses las dos compañías se han demandado mutuamente en varios países pidiendo la prohibición de productos del rival. Estas acusaciones basadas en patentes se han inclinado en algunos casos de una parte y en otros de la parte contraria, aunque el juicio más llamativo fue el que tuvo lugar en California, que perdió la firma coreana.

Imagen Horia Varlan

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