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The Guardian en español

¿Cuál es la diferencia moral entre atacar con un arma química en Reino Unido o con drones en Siria?

Un agente de policía británico permanece en guardia ante un cordón policial en Salisbury, Reino Unido

Simon Jenkins

En 2015, el estudiante británico de Cardiff Reyaad Khan murió en Siria por la bomba de un dron de la Fuerza Aérea británica, presuntamente “pilotado” desde Lincolnshire. Un informe posterior de la Cámara de los Comunes aceptó que, si bien Khan estaba “armando y promoviendo” ataques terroristas en Gran Bretaña, no se había podido determinar lo inminentes que eran esos ataques ni la base legal para su asesinato.

Al cómplice británico de Khan, Junaid Hussain, lo mató un dron estadounidense. Dos años más tarde fueron aniquilados con el mismo método la viuda de Hussain, Sally Jones, y su hijo de 12 años. No hubo ningún juicio antes de estas ejecuciones de ciudadanos británicos en suelo extranjero. Eran considerados una amenaza a la seguridad nacional y murieron por decisión del Gobierno. Supongamos que alguien en Moscú pensó lo mismo del espía ruso Sergei Skripal, ¿cuál es la diferencia?

Esta semana, el ministro de Asuntos Exteriores británico, Boris Johnson, dio a entender que Gran Bretaña es ahora víctima de “actos de guerra” rusos, y en especial, de ciberataques. También, que si las ramificaciones del caso Skripal llegaran hasta el Kremlin, él “volvería a examinar las sanciones” [contra Rusia]. Hace bien en considerar que el asesinato de cualquier persona en suelo británico es terrible y, si además es dirigido por una potencia extranjera, “inaceptable” en la jerga diplomática. Pero el asesinato es un acto criminal contra las personas y es estúpido confundirlo con un acto de guerra.

Aparentemente, Khan y Hussain estaban relacionados con muchos actos brutales en Siria y con complots terroristas dentro de Gran Bretaña. Pero no había indicios de que matarlos fuera la única forma de evitar nuevos delitos. La esposa de Hussain parecía ser extremadamente desagradable en las redes sociales. Pero Gran Bretaña no está en guerra con Siria, como tampoco lo está Rusia con Gran Bretaña.

Que los gobiernos vayan por el mundo matando a gente sin procedimiento judicial va en contra de todas las leyes internacionales, aunque no se pueda hacer mucho al respecto. Pero que un Gobierno británico mate a sus propios ciudadanos sin un juicio previo atenta contra la Carta Magna.

Cuando el presidente Obama autorizó en 2011 que un dron ejecutara en Yemen al ciudadano estadounidense y propagandista de Al Qaeda Anwar al-Awlaki provocó la indignación pública por lo que se entendió como un delito contra la libertad estadounidense. Obama se defendió diciendo que Awlaki “representaba una amenaza continua e inminente para las personas o intereses estadounidenses”. A la polémica le siguieron años de disputas legales en los tribunales con la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU) y el periódico The New York Times.

En Gran Bretaña no ha habido protestas por los asesinatos de Khan y los Hussain, tan solo un murmullo de la oposición. Alcanzó con que nos dijeran que habían revocado 21 pasaportes británicos, sin decirnos de quién, con el supuesto objetivo de hacerles vulnerables a una muerte por dron. De ahí se puede deducir que el Ministerio del Interior entiende que un pasaporte otorga protección judicial. La ausencia de cualquier debate legal sobre el uso de drones es un claro signo de que Whitehall [el Gobierno británico] se siente culpable.

¿Tienen dudas similares en el Ministerio de Defensa? En diciembre, el ministro de Defensa, Gavin Williamson, defendió la matanza a sangre fría de “todos” los ciudadanos británicos que se encuentren en el bando equivocado en las guerras de Oriente Medio. O sea, que los ciudadanos británicos en el extranjero no pueden considerarse a salvo de ejecuciones extrajudiciales llevadas a cabo por su propio país, si el gobierno los desaprueba. ¿Incluye eso a los gángsters de la Costa Brava?

Estas historias de asesinatos a distancia en Siria y en Reino Unido pueden caer en la categoría de pequeños terremotos: no hubo demasiados muertos. Lo que es indefendible es la hipocresía británica. Las dos historias demuestran por igual la arrogancia de un poder que se toma la justicia por su propia mano.

Me imagino que para Vladímir Putin y sus secuaces, espías como Skripal son “enemigos del Estado” dondequiera que vivan. Que Skripal fuera el beneficiario de un intercambio de espías poco podía importar en lo que parece una sórdida vendeta. A Putin le habrá bastado poco más que el guiño de un ojo para convertirlo en su objetivo. Por eso parece una pérdida de tiempo responder a su machismo con la grandilocuencia parlamentaria del ministro de Exteriores británico. Un banco de parque en Salisbury no es la invasión de Polonia.

En comparación, los asesinatos con drones son mucho más relevantes. Gran Bretaña no está amenazada por Siria o por Irak. Hemos estado bombardeando estos países, en gran medida a instancias de los estadounidenses, y lo hemos hecho como alternativa al doloroso compromiso de desplegar tropas sobre el terreno. Si hay que demoler un bloque de edificios entero (y a todos los que están dentro) para que haya un francotirador menos, que así sea. Para el Gobierno británico, lo importante es que los soldados británicos no corran peligro. Sólo en los últimos tres años, se estima que han muerto unos 6.000 civiles por las bombas de la coalición.

Tengo la sensación de que la verdadera diferencia entre Siria y Salisbury es aún más triste: consideramos que matar desde el aire es más “legítimo” que hacerlo sobre el terreno. El avión teledirigido es limpio, digital, de alta tecnología, “dirigido”, incluso si mata a gente inocente en el proceso. Y como siempre se puede culpar a la tecnología defectuosa cuando los misiles fallan su objetivo, la muerte aerotransportada es de alguna manera más aceptable que las masacres a nivel de tierra llevadas a cabo por “terroristas”.

En verdad, volvemos a la vieja máxima: el AK-47 es el B-52 del pobre. Pero al menos, el AK-47 es más preciso, como el veneno ruso. Si Moscú hubiera utilizado un dron británico contra Skripal, podría haber hecho de la catedral de Salisbury lo que los drones han hecho con los antiguos enclaves de Mesopotamia.

En tan solo tres años y medio, los contribuyentes británicos han gastado la asombrosa cantidad de 2.000 millones de euros en bombardear ciudades controladas por ISIS. Solo el coste de las bombas (312 millones de euros) es superior a todo lo que se gastó como ayuda humanitaria británica en Irak. Estos drones llevan “en guerra” 10 años. Dado que son considerados libres de riesgo (para nosotros) y también “hiperasimétricos”, pueden ir a cualquier parte y bajo órdenes de cualquiera. No respetan las leyes o las jurisdicciones. Son la herramienta de política exterior de psicópatas. En comparación, Putin parece un cobarde por lo que hizo en Salisbury.

Traducido por Francisco de Zárate

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