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The Guardian en español

Silicon Valley, el reino de la tecnología lo es también del machismo y la discriminación

Muchas mujeres se sienten infravaloradas si no salen de copas con sus superiores

Sam Levin

San Francisco —

Hanna estaba tan asqueada por lo que le pasó, que tapó su espejo para no tener que verse a sí misma. Cuenta que después de salir de copas con unos cuantos compañeros el año pasado, un directivo de su compañía le puso las manos sobre su camiseta y la toqueteó mientras caminaban por la calle.

“Después de aquello, me sentí mal durante meses”, explica Hanna, que pidió a the Guardian que no incluyese su nombre completo y que tampoco identificase la pequeña startup tecnológica en la que trabajó como experta en marketing. “Me afectó a unos niveles que nunca hubiera deseado”. Hanna asegura que el consejero delegado de la empresa se negó a despedirlo y, al final, ella abandonó la empresa.

Las denuncias de Hanna están lejos de ser algo extraordinario en Silicon Valley. Al contrario, dentro de la industria tecnológica dominada por hombres, las mujeres y las personas negras aseguran que las conductas sexuales inapropiadas, la discriminación y las represalias contra ellos están descontroladas. Añaden que, por norma general, se protege a los hombres que ocupan puestos importantes mientras que a las mujeres, a menudo, se les expulsa de sus trabajos mediante el acoso.

Tras la reciente publicación viral de Susan Fowler, una antigua ingeniera de Uber que hizo públicas una serie de acusaciones de acoso sexual y maltrato, the Guardian ha hallado que existen denuncias similares generalizadas en todo el sector. Según varios abogados destacados, cientos –si no miles– de mujeres y personas negras relacionadas con el sector tecnológico se presentan cada año con quejas sobre entornos tóxicos de trabajo controlados principalmente por hombres blancos.

Bajo el pretexto de la “disrupción” e “innovación”, las startups y las empresas tecnológicas quebrantan la legislación laboral y rechazan las prácticas en materia de recursos humanos mientras que, a veces, fomentan una cultura festiva en la que los jóvenes ejecutivos animan a salir y a beber. A menudo, los fundadores contratan y ascienden a amigos y personas similares a ellos. En ese tipo de situaciones, las mujeres son vulnerables a todo tipo de abusos, que van desde los comentarios obscenos hasta proposiciones indeseadas, toqueteos y ataques.

“El alcance del problema es impresionante”, comenta Kelly Dermody, una abogada que cada año asesora a cientos de mujeres dentro del sector tecnológico y representa a miles a través de demandas colectivas. “La mayoría de las mujeres con las que he trabajado en startups han vivido historias en las que les han tocado sin su consentimiento, e incluso cosas peores”.

En los últimos años, se han hecho públicas demandas por sexismo y discriminación en muchas de las compañías tecnológicas más importantes entre las que se incluyen Twitter, Apple, Oracle, Google y Tesla. Sobre esta última empresa, una ingeniera reveló a the Guardian acusaciones de “acoso generalizadas”. En Uber, uno de los ingenieros más importantes presentó su dimisión en medio de acusaciones en las que se le acusaba de acoso sexual durante su paso por Google.

Sin embargo, para algunos se informa poco de este problema y es particularmente acuciante en las primeras fases de las startups donde no existen departamentos de recursos humanos. Allí, los jóvenes consejeros delegados pueden elegir no despedir o no reprender a directivos que son amigos de la universidad y que consideran vitales para la empresa. Así que cuando los fundadores o los consejeros delegados cometen delitos, para las mujeres puede ser imposible encontrar justicia.

“Son como una hermandad”

En una reciente encuesta realizada a más de 200 mujeres relacionadas con el mundo de la tecnología, un 60% dijo que se había enfrentado a indeseadas insinuaciones sexuales, a menudo procedentes de superiores. Una de cada tres mujeres dijo que habían sentido miedo por su seguridad personal, y un 66% aseguró haberse sentido excluida por una cuestión relacionada con su género. La investigación se inspiró en Ellen Pao, antigua consejera delegada de Reddit cuya demanda por discriminación contra la firma de capital riesgo Kleiner Perkins Caufield & Byers provocó un debate nacional en torno a la misoginia en Silicon Valley.

“La mayoría de las mujeres ha experimentado alguna versión de todo esto”, comentó durante una entrevista la semana pasada Pao, que perdió su demanda histórica. Dijo también que esperaba que el caso de Uber fuese un “punto decisivo” para inspirar a esta industria a arreglar una cultura “fundamentalmente rota”.

Theresa Lawless, abogada especializada en asuntos laborales que representó a Pao y a la ingeniera de Tesla, dijo que el impacto en la escena social de algunas compañías puede ser extremo. “Estamos ante una cultura que se parece más a una hermandad que a un lugar de trabajo... a veces esto termina por ser un desastre”, apunta. “Hay una gran variedad, desde abusos sexuales hasta proposiciones para tener sexo, querer obtener favores sexuales en el lugar de trabajo, tocamientos no consentidos o mostrar imágenes explícitas”.

Cuando las pequeñas nuevas empresas se desarrollan rápidamente, fracasan a la hora de invertir adecuadamente en recursos humanos, dice Jahan Sagafi, abogado en Outten & Golden (la empresa más grande del país que representa a trabajadores en casos de demandas contra los empresarios). “Estamos ante un grupo aislado de personas que piensa parecido y de apariencia similar que, de repente, se topan con inmensos privilegios, oportunidades y riquezas. En muy poco tiempo, pueden llegar a sentirse por encima de la ley”.

Amélie Lamont, antigua empleada de Squarespace, la popular compañía de diseño de webs, asegura que se sintió obligada a ir de bares con sus compañeros para reunirse con ellos. “Si no bebías, no eras parte de su cultura y eso era frustrante”, cuenta Lamont, que el año pasado publicó un relato sobre cómo hacer frente al racismo y al sexismo siendo una supervisora negra en Squarespace. “Era muy duro estar al día, si te las saltabas, significaba que no estabas realmente conectada con tus compañeros, que no estabas construyendo una relación fuerte”.

Sus compañeros no le creían

Hanna, que todavía no ha cumplido 30 años y ha trabajado para múltiples startups, cuenta que tuvo una relación cercana con el consejero delegado de su antigua empresa durante años. Explica que el responsable técnico la toqueteó y que él a su vez era amigo del consejero delegado. Ese tipo de carácter íntimo durante los primeros compases de una startup dificulta abordar estos conflictos, según su experiencia.

“Cuando formas parte de una startup, formas parte de la vida de los otros. Vives, comes y trabajas con ellos”, apunta. Todo esto lo hacía más doloroso porque nadie parecía tomarse en serio sus preocupaciones. “¿Qué podía decir para hacerles crees que no era mi culpa?”, se pregunta. Confiesa que el incidente tuvo consecuencias en su vida. “Es algo que ahora es una parte de mí y tengo que averiguar cómo lidiar con ello. No sé cómo deshacerme de esta ansiedad”.

Durante varias entrevistas telefónicas, el consejero delegado dijo que fulminar automáticamente al director técnico no era una respuesta apropiada. El responsable técnico negó haber manoseado a Hanna pero admitió que era posible que ella hubiese “malinterpretado un abrazo”.

Pau apuntó que la naturaleza cerrada de las startups pueden hacer que las experiencias de acoso sean todavía más dolorosas. “Si no eres parte del grupo fundador de amigos, estás excluido, y la exclusión se puede dar de muy diversas formas”.

“Hicieron lo posible por sabotear su trabajo”

Mientras que muchas víctimas de discriminación o de acoso deciden no presentar demandas judiciales o no hacerlo público, las que deciden hablar se enfrentan a grandes riesgos. Días después de su artículo sobre Uber, Fowler contó a través de Twitter que estaban pidiendo información “personal e íntima” a gente que ella conocía como parte de algo así como una “campaña de desprestigio”. Uber aseguró que no estaba detrás de tal investigación. La compañía también contrató al antiguo fiscal general de EEUU, Eric Holder, para investigar el acoso y prometió hacer que los agresores pagasen por ello.

Cuando Lamont, que tiene 28 años, aireó los prejuicios y la misoginia que sufrió en Squarespace, se enfrentó a una avalancha de comentarios desagradables y mensajes de acoso. Algunos le llamaban mentirosa y otros le daban lecciones sobre cómo debía comportarse una mujer negra.

Lamont, que ahora es jefa de diseño de producto en the New York Times, cuenta que ella era una de las pocas mujeres negras en Squarespace, y que sentía que los directivos y ejecutivos blancos no entendían su experiencia.

“Me sentí infravalorada. Y, aunque empecé a trabajar en otras empresas, todo esto me pesaba”, apunta Lamont. Squarespace no ha querido hacer comentarios tras varios intentos de contactar con ellos. Después de publicar su artículo, muchas mujeres negras relacionadas con el mundo de la tecnología contactaron con ella para compartir historias similares: “Para mí fue un respaldo”.

Una de estas mujeres le contó que un jefe le dijo que no debía llevar el pelo a lo afro (tal y como lo tiene por naturaleza) o con trencitas porque eso le hacía parecer “demasiado étnica”. Otra contaba que constantemente le mandaban llevar a cabo un trabajo agotador que no se correspondía con su nivel de experiencia.

También se ceban con las personas trans

Jennifer Schwartz, otra abogada de la firma Outten & Golden, añade que ha representado a varias mujeres trans del mundo de la tecnología que “se enfrentan a una discriminación impactante y evidente en todas sus formas”, con bromas como: “¿Has decidido hoy si eres un hombres o una mujer?”.

Schwartz cuenta que representó a una programadora trans de una exitosa startup que era “marginada todo el tiempo”. Los hombres la excluían de las reuniones e ignoraban sus éxitos. “Hacían todo lo posible por sabotear su trabajo, creando una especie de grupito en el que los hombres se felicitaban por denigrarla”. Al final, tuvo que dejar la compañía.

Traducido por Cristina Armunia Berges

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