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Aprietan con las dos manos

Varios jóvenes participan en la protesta silenciosa del "hombre de pie" en la plaza Taksim de Estambul. / Efe

Lucía Lijtmaer

Parecen noticias tan distintas, y de hecho lo son, ¿no? No tienen nada que ver. Y aun así.

Las protestas en Brasil desbordan la calle. Dicen que es por la FIFA, dicen que por la subida del billete de autobús. “Por veinte centavos, cien mil personas toman la calle”, dice un comentarista televisivo, entre sorprendido y avergonzado. “¿Y aquí?”. Y aquí, qué. La pregunta.

Mientras tanto, en el otro lado del mundo, en una terraza de un restaurante pijísimo del centro de Londres, un magnate agarra a su famosa mujer por la garganta. Cuando las imágenes saltan a la luz, el magnate lo califica de una “riña juguetona”, fruto de una discusión.

Veinte centavos y una riña.

Cien mil personas no salen a la calle por veinte centavos.

Cualquier discusión en la que tu pareja te aprieta el cuello no es una discusión.

Y así.

Mientras tanto, Turquía arde. Miles y miles de personas en la calle, violencia policial, gases lacrimógenos... La herida en el caso de Turquía es evidente, sangrante. Nadie en su sano juicio diría que es sólo por un parque. La gente está en la calle tras una década de privatizaciones salvajes que abarcan todo lo imaginable: servicios públicos, carreteras, agua...nómbrelo, lo han privatizado. Lo mismo con los recortes en derechos sociales: reducción del salario mínimo, práctica irrelevancia del seguro social en la contratación, y más. Cuando la herida es evidente, la respuesta también lo es. En forma de grito, protesta, violencia lo que sea.

Veinte centavos, una riña, un parque. La herida.

El magnate de Londres se llama Charles Saatchi, es el famoso coleccionista de arte y antiguo dueño del emporio publicitario con su mismo nombre. Su mujer es la cocinera mediática Nigella Lawson. Llevan casados diez años. En las imágenes, él la toma de la garganta con las dos manos y le aplasta la nariz con los dedos. Después ella abandona el restaurante con lágrimas en los ojos. Cuando las imágenes comienzan a circular entre los medios, Saatchi se ve obligado a responder preguntas. Y declara: “Nigella se fue llorando porque odia las discusiones, no porque le hiciera daño”.

No hay herida, ¿no? Al día siguiente del incidente, el comentarista de The Guardian Roy Greenslade escribe en su blog con cierta sorna escéptica sobre los paparazzi, el ámbito privado de las fotografías -pese a estar tomadas en un lugar público- y el dato: Nigella Lawson no denunció, se fue a casa a vivir felizmente con su marido. Las fotos tienen una semana. Ambos deben sentirse muy avergonzados por lo sucedido, se queja Greenspan.

Si no reaccionas al momento, debe ser que no te duele. Si no te apalean o te rompen el cuello, avergüénzate, has montado una escena. No tienes derecho a queja. ¿No?

Y aquí, qué.

Igual ahora que aprietan el cuello con las dos manos, salta la liebre. O igual sigue pareciendo una mera riña. Amoratados todos por una mera riña. La herida invisible.

Por qué no arde España, preguntan. Aprietan con las dos manos. Ahogan. Por qué no arde.

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