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Inteligencia (artificial) y programas (electorales)

Los expertos de la alianza alertan de los riesgos de un mal uso de la inteligencia artificial.

Andrés Ortega

En las elecciones de 2015, los programas (que se repitieron en 2016) de los partidos políticos en materia de lo que se empezaba a llamar Cuarta Revolución Industrial y la digitalización fueron pobres. Algo más ricos los del PP, desde el Gobierno, y del PSOE. Casi inexistente, salvo en lo referente a la brecha digital, en Podemos. El de Ciudadanos ni siquiera mencionaba el término “digital”. En 2019, la situación ha cambiado de forma dramática. Incluso en alguno de los programas, como el del PP y el de Unidas Podemos, se ha colado el Blockchain (un sistema de transacciones seguras de todo tipo). Los sindicatos también están en esto, aún a sabiendas de que la revolución tecnológica no les favorece como organizaciones. Pero una cosa son los programas y otra la campaña electoral, y en esta casi no se habla de esta revolución tecnológica que tantas cosas está cambiando. Más que otras que figuran prominentemente en la campaña. Piénsese qué nos ha cambiado más la vida en los últimos 15 años en los que la crisis tapó en parte la entrada en esta revolución tecnológica.

No es solo que la política haya cambiado, sino que también la sociedad se ha digitalizado y conectado. España se ha convertido, a pesar de la crisis en la que algunas empresas siguieron haciendo inversiones importantes en este campo, en uno de los países más conectados del mundo, desde luego en fibra óptica en el hogar, y en penetración de los smartphones, según el reciente informe Sociedad Digital en España 2018, de la Fundación Telefónica. Un reto mayúsculo es ahora el de coger a tiempo el tren de la Inteligencia Artificial y del 5G.

Según este informe, hay preocupaciones entre la ciudadanía, por encima del 70%, en cuanto a la privacidad y la pérdida de control sobre los datos personales, incluyendo fotografías y vídeos. Según el Barómetro del Real Instituto Elcano de diciembre de 2018, aunque los españoles miran esperanzados a la revolución tecnológica en términos de mejora de la calidad de vida y de los servicios públicos, una amplia mayoría está preocupada por su posible impacto en el empleo y los salarios, la desigualdad y las pensiones, además de la ya citada privacidad.

En estos últimos meses, incluso los robots se habían colado en el frustrado intento de llegar a un acuerdo en el Pacto de Toledo, con la discusión sobre una tasa que equivaliera a una cotización social de estas máquinas cuando remplazan labores humanas remuneradas.

Ahora, en esta campaña electoral, la cuestión de la innovación y de la transformación digital ha ganado muchos enteros, de lo que hay que felicitarse. En materia de Inteligencia Artificial (IA), el PSOE promete una estrategia o plan nacional, que reclama la Comisión Europea para el 30 de junio como tarde. El PP, un Plan Estratégico de IA. Es general, el impulso al emprendimiento. El PSOE tiene a punto una estrategia para convertir a España en una “nación emprendedora”, al modo israelí, y promete una Carta de Derechos Digitales, entre otras medidas.

Casi todos coinciden en la necesidad de adaptar la educación a estos retos (pero haría falta una auténtica revolución al respecto, especialmente en materia de formación continua, de lo que pocos son conscientes). Unidas Podemos pide una implantación progresiva de software libre y de una “democracia digital”.

También coinciden los partidos en la necesidad de un impulso y a la I+D+i. Tras no parecer importarle los trágicos recortes pasados, el PP impulsa ahora un Acuerdo sobre la Ciencia, con el compromiso de alcanzar una inversión en I+D+i del 2% del PIB para finales de la década (estamos en un 1,2-1,5% y ni siquiera se llega a gastar todo). El PSOE propone 2,5%, que era el nivel alcanzado antes de la crisis. Interlocutores nórdicos y alemanes nunca entendieron que ante la crisis se recortaran por parte del anterior gobierno las partidas de educación o de I+D+i, pues eran inversión en el futuro, y recuperarlas cuesta mucho esfuerzo; no sólo dinero.

Estos temas deberían ser objeto de pactos de Estado que les otorgarían estabilidad y los protegería frente a los vaivenes y recortes políticos. Algunos lo proponen.

El cambio de cultura política y social, respecto a la transformación tecnológica es positivo, aunque los partidos se quedan cortos ante lo que hay que hacer para saber aprovechar esta ola, especialmente para resolver o gestionar algunos problemas nacionales, desde la educación y la formación continua, al envejecimiento y la despoblación de algunos territorios o la mejora de los servicios públicos y la competitividad de las empresas. En estos programas falta abordar más a fondo los aspectos disruptivos de esta revolución, y la gestión del dolor -no sólo de las ventajas- de una profunda transición que ya ha empezado a tener consecuencias en el empleo y en los salarios, como confirma la OCDE en su informe Bajo presión: la exprimida clase media.

Solo Vox, entre los partidos de ámbito nacional, ignora toda esta cuestión en su programa. Aunque es uno de los que más intensamente vive de las redes sociales.

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